Han pasado diez años desde que el mundo cambió para siempre. Todos recuerdan aquel día como si fuera ayer. Parece comenzó en lo alto, en el cielo despejado sobre el vasto océano Pacífico. De repente, una grieta gigantesca se abrió en medio del firmamento, una fisura que parecía partir el cielo en dos. De esa grieta emergieron dos figuras iluminadas, una de un gris oscuro y otra de un rojo profundo, ambas envueltas en un resplandor que llenaba el aire de una energía abrumadora. Nadie sabía qué eran ni de dónde vinieron, pero su aparición marcó el inicio de nuestra desgracia.
Esas dos figuras no tardaron en enfrentarse. Con cada golpe que intercambiaban, el mundo debajo de ellas temblaba. Sus choques desataron tormentas colosales, terremotos y olas gigantescas que arrasaron todo a su paso. Era como si la misma naturaleza se doblegara ante el poder de su lucha. Los países alrededor del Pacífico fueron los primeros en caer bajo el caos, y el desastre no tardó en extenderse a todo el globo. En cuestión de horas, todo lo que conocíamos fue destrozado, millones de vidas se perdieron. Pero lo más perturbador de todo fue cómo terminó.
Después de lo que parecieron horas eternas de destrucción, las dos figuras desaparecieron tan rápido como habían llegado. La grieta en el cielo se cerró tras ellas, como si nunca hubiera estado ahí. Pero el mundo ya había quedado destrozado. Los sobrevivientes quedaron con más preguntas que respuestas, preguntándose qué habían sido esas entidades y por qué su batalla había arrasado con todo.
Lo peor, sin embargo, vino después. Con el paso del tiempo, pequeñas grietas comenzaron a aparecer de nuevo, esta vez esparcidas por todo el planeta. De estas grietas, que surgían desde el cielo, emergían criaturas amorfas, distorsionadas, que recordaban vagamente a seres humanos. Pero no eran los únicos. Junto a estas criaturas, comenzaron a aparecer figuras humanas con poderes extraordinarios, a quienes la gente llamó "celestiales". Estos celestiales luchaban contra las criaturas, como si estuvieran destinados a protegernos de una amenaza que apenas comenzamos a comprender. Sin embargo, lo único que traían esas entidades era destrucción y muertes.
Ante este problema, la humanidad no se quedó de los brazos cruzados, y desplego su arsenal y su ingenio que siempre se ha adaptado en los tiempos difíciles. Creo un grupo especializado para el aniquilamiento de estos seres invasores llamados…
De repente una voz se escuchó a lo lejos gritando como si quisiera que la otra voz que estaba comentando lo anterior quisiera que le haga caso.
— ¡Oye, Judah! ¡Saito Judah! ¡Presta atención a la clase!
—¿¡Ehh!? — Respondió la voz que comentaba con una sorpresa solemne.
— ¡Paras mirando la lejanía y tienes que prestar atención! ¡Si sigues así, te quedaras después de clases escribir que tienes que prestar atención! — Dijo la voz enérgicamente.
La voz que emitía enérgicamente era de una mujer no más de 36 años, hermosa entre algunos alumnos con cabello largo, lacio y ondulado. Por otro lado, estaba vistiendo una falda azul con una blusa de color blanco y tenía la mirada fija y un poco molesta en una persona que tenía su mirada por un momento perdido en el horizonte de la ventana, pero ahora con nerviosismo ya que no sabía que contestar. La profesora del salón 3-C de la escuela Saint John, Marie.
— Si, profesora Marie. Prestare más atención — Contesto la otra voz con resignación.
La otra voz de un joven ya resignado era de Saito Judah, un joven de 15 años con contextura delgada, alto y el cabello de color marrón. Él estaba distraído en su imaginación recordando momentos que una vez pasaron en su lamentable niñez. El día que el mundo cambio para todos.
— Bien muchachos, retomando el tema de hoy tenemos que hablar es como se fundó OASIS – Dijo Marie.
— Si, profesora – Respondieron todos los alumnos.
Al escuchar este nombre, Judah Saito miro su libro y empezó a leer sobre el tema mencionado. Al parecer ya le aburria ya que lo había escuchado muchas veces en años anteriores. La organización que muchos mencionan que salvo al mundo de la devastación de los seres amorfos y los celestiales, la OASIS u Organización de Alerta y Seguridad contra Invasiones Sobrenaturales, la cual surgió como una contramedida de las naciones del mundo para luchar contra estas calamidades y tener al mundo en paz. Cada vez que una abertura dimensional como menciona los gobiernos, ellos actúan y aniquilan a estos invasores.
— Me pregunto qué es lo que hace OASIS — Pensó Judah.
Viendo su libro, y escuchando la eufórica lección de Marie, el tiempo paso de un momento a otro hasta que llego el tiempo de salida. Muchos adolescentes salían de las aulas emocionados para ir a sus hogares, entre ellos estaba Judah. Al caminar algunos pasos fuera de la escuela, otra presencia se le acerco a Judah con mucha energía poniéndole el brazo en el hombro y con voz relajada menciona.
— Vaya Judah, ahora sí que Marie te ha dado otra resondrada hacia ti.
—Jaja — Con una risa irónica – Parece que la profesora siempre me tiene en mira en cualquier error – Respondió Judah.
— Pero eres suertudo, todos quieren estar en tu posición por la bella Marie. Que me llame la atención es todo un regalo de Dios.
— Jaja, si claro, Kazuki – Respondió con voz irónica.
En efecto, la otra voz era de Yamada Kazuki, su compañero de pupitre y amigo desde la secundaria. Un chico de la misma estatura que Judah, siempre con una actitud relajada y despreocupada.
— Oye, hablando en serio — dijo Kazuki, inclinándose hacia adelante y observando a Judah con una expresión de curiosidad mezclada con una pizca de burla —. Te veo demasiado pensativo últimamente, como si te estuvieras preparando para enfrentar a algún monstruo invisible. ¿Por qué no bajas la guardia un poco? Relájate, disfruta un poco de la vida.
Judah suspiró, mirando a la distancia con una expresión sombría.
— No lo sé, Kazuki. Últimamente… estos sueños raros, las pesadillas… es como si reviviera lo que pasó hace diez años. Y hoy… hoy es otro aniversario.
Kazuki chasqueó la lengua y le dio un suave golpe en la cabeza.
— Mira, hermano, sé que esos sueños te están afectando, pero oye, ¡mira a tu alrededor! Todo sigue en pie, y nosotros… bueno, ¡aquí estamos, sobreviviendo y dando guerra como siempre!
Judah no pudo evitar sonreír un poco.
— Supongo que tienes razón. Tal vez estoy dejando que estas pesadillas me controlen demasiado.
— ¡Esa es la actitud! — dijo Kazuki, dándole una palmada en la espalda—. Además, vi en internet una receta para dormir como un oso. O, mejor aún, ¡olvidemos las pesadillas y echemos unas partidas en ese MOBA que te gusta! ¡Nada como gritarles a unos desconocidos para liberar el estrés!
Judah soltó una risa, imaginando a Kazuki intentando imitar la "técnica de sueño del oso".
— De acuerdo, pero esta vez… ¡te toca ser el tanque!
Kazuki puso los ojos en blanco, fingiendo resignación.
— Está bien, pero solo porque quiero que dejes de ser un zombi andante. ¿Quién sabe? Quizá tus pesadillas solo son la falta de horas jugando conmigo.
En los últimos días, las pesadillas de Judah se habían vuelto cada vez más intensas, reviviendo con cruel precisión lo sucedido una década atrás... y, sobre todo, lo que le sucedió a él. Era como si el destino se burlara, obligándolo a recordar lo que nunca debió presenciar. Y como un flashback empezó a recordar mientras caminaba. Aquel día, hace diez años, todo parecía normal. Jugaba en el parque con su padre, hasta que el cielo, sin aviso alguno, se oscureció de forma antinatural. Fue entonces cuando lo vio.
Una figura envuelta en luz roja descendió del cielo, colisionando con fuerza cerca de un edificio en su vecindario. Aquella presencia no pertenecía a este mundo, y en el fondo, Judah lo sabía. Apenas había procesado lo que veía cuando otra figura, esta vez teñida de un gris espectral, apareció a gran velocidad, deteniéndose en el aire a unos metros sobre el suelo. El silencio era abrumador. La figura gris observó a la multitud por unos instantes que parecieron eternos, antes de alzar su mano hacia el cielo. El aire se llenó de energía. Relámpagos estallaron en todas direcciones, y de repente, una cegadora luz blanca lo envolvió todo, desvaneciendo el recuerdo a su alrededor.
Judah parpadeó, sacudiendo la cabeza levemente mientras volvía a la realidad. Había estado sumido en sus pensamientos, pero la voz de Kazuki lo devolvió al presente.
— Oye, Judah, ¿jugamos más tarde? —preguntó Kazuki con una sonrisa.
— ¿Ah? Ah, claro, a la misma hora de siempre. Esta vez ganamos sí o sí.
— ¡Perfecto! Bueno, hermano, me voy a mi casa por ahora. Nos vemos luego.
—Nos vemos, Kazuki. Y… gracias, de verdad.
Kazuki le guiñó un ojo antes de alejarse. —¡Para eso están los amigos! ¡Prepárate, que esta noche ganamos!
Kazuki se despidió apresuradamente, tomando un desvío, mientras Judah continuaba hacia su casa. Aunque trataba de concentrarse en el camino, su mente seguía anclada en las pesadillas que habían regresado sin previo aviso, reviviendo los eventos de hace diez años. Durante mucho tiempo, esos recuerdos habían permanecido en silencio, pero ahora volvían a atormentarlo cada noche. A pesar de la incomodidad, decidió no dejarse consumir por esas imágenes. En su lugar, una idea cruzó su mente. Tal vez era por vivir en una isla cercana al mar, o tal vez por la belleza de los atardeceres que la región ofrecía, pero pensó que nada lo relajaría más que una visita al mirador.
Desvió su rumbo, dejando atrás el camino hacia su casa, y se dirigió hacia el mirador a pocas cuadras de distancia. Había una creencia en la isla: si uno estaba preocupado, debía acudir allí y dejar que la brisa marina se llevara las inquietudes. Obedeciendo esa tradición, llegó al mirador, casi desierto a esa hora. Algunas personas paseaban con sus mascotas, pero el lugar estaba tranquilo, ideal para despejar la mente.
Judah se acercó a la baranda, donde la vista del océano se extendía majestuosamente ante él. El atardecer teñía el cielo con tonos cálidos, y debajo, la carretera serpenteaba por el acantilado, unos cinco metros más abajo. Sin embargo, lo que realmente lo impactó no fue el paisaje. A solo unos pasos de distancia, había alguien más. Una figura atlética, con una larga cabellera blanca como la nieve, que contrastaba con su piel suave y delicada. Su rostro era tan cautivador que cualquier chico se quedaría sin palabras al verla. Judah no fue la excepción
— ¿Ella no es Setsuna Yukishiro? No pensaba que ella también tiene problemas – pensó.
Setsuna Yukishiro, la chica más inteligente y admirada de la escuela Saint John. Una auténtica celebridad entre los de tercer año, y la futura prodigio de la isla Perla. Los rumores sobre ella eran infinitos, y su familia, poderosa y acaudalada, pertenecía a una facción de OASIS, una de las organizaciones más influyentes del lugar. Judah la miró, embobado, hasta que de repente sacudió la cabeza, apartando la vista. Volvió a fijarse en el mar, intentando concentrarse, pero la imagen de Setsuna seguía latiendo en su mente.
— Vamos, una chica así nunca se fijaría en mí, soy un mero sujeto normal – pensó.
Sin embargo, su deseo de seguir mirándola lo dejó atrapado; aquella belleza era tan deslumbrante que parecía imposible apartar la vista. La chica, al notar la mirada fija de alguien, giró la cabeza para descubrir a Judah observándola. Con un leve rubor en las mejillas, esbozó una tímida sonrisa mientras se acercaba a él, y con una inocencia encantadora le preguntó.
— Hola ¿Eres Judah Saito, del salón 3-B?
— …
No esperaba que ella lo reconociera. Después de todo, Judah era un chico común que no destacaba demasiado en su salón. Pero al instante recordó que, además de que Setsuna era increíblemente popular, ella era la presidenta del consejo estudiantil. Tal vez era normal que ella supiera los nombres de los estudiantes, incluso de los más discretos. Después de un breve silencio, finalmente respondió
— Sí, lo siento… Creo que te incomodé un poco al hacer eso.
— No te preocupes —respondió ella con una ligera sonrisa—. Pensé que querías preguntarme algo, ya que me estabas mirando.
—Jaja, no, solo me quedé un poco sorprendido, nada más.
—¿Sorprendido? —dijo ella, arqueando una ceja—. ¿Y por qué estarías sorprendido?
— Ah, bueno… yo… —Judah titubeó, su voz reflejaba nerviosismo.
De repente, se quedó sin palabras. Un silencio incómodo comenzó a crecer entre ambos mientras Judah intentaba desesperadamente pensar en algo que decir. No quería el que su comportamiento se interpretara como algo inapropiado, pero tampoco quería quedarse en blanco y parecer un raro. De pronto, algo llamó su atención y vio una oportunidad para mantener la conversación.
— Me sorprendió tu pulsera en la mano derecha... parece ser el último modelo de smartwatch
— ¡Oh! Esto… —dijo Setsuna, levantando la muñeca para mostrárselo—. Sí, más o menos. Tiene un montón de funciones interesantes que te podría enseñar.
Setsuna le comento al nervioso Judah, sobre las funcionalidades mientras que el no le prestaba atención a su explicación y solo podía concentrarse en la belleza Setsuna. Perdido en sus pensamientos, Judah intento concentrarse en lo poco que la chica le explicaba, sin embargo, su esfuerzo fue inútil y lo único que logro fue marearse entre pensamientos inútiles. En ese instante ella respondió.
— Y esto es para lo que es las funciones vitales, aunque no lo uso mucho a menudo… Quizás me sirva para hacer ejercicios.
— ¡Ah! Que interesante — con voz titubeante respondió Judah — Ojalá yo tuviera uno también para los ejercicios.
—Tengo uno viejo — dijo Setsuna, con voz relajada — Quizás te lo puedo prestar para que te ayude.
Tras terminar su frase, un breve silencio se instaló entre ambos. La brisa marina acariciaba el ambiente, pero fue Setsuna quien lo rompió primero.
— Sabes, vienes seguido a este lugar, ¿no? —dijo con una voz suave pero inquisitiva.
Judah esbozó una pequeña sonrisa, recordando momentos de su infancia.
— Bueno, cuando era niño venía mucho con mis padres. Pero ahora… ya no tienen tanto tiempo.
— Entiendo —respondió Setsuna, su tono se volvió más lento, casi melancólico—. En mi casa es parecido. No hay muchas personas con las que pueda hablar, y mis padres... ellos casi nunca están.
Judah no pudo evitar sentirse sorprendido. Siempre había pensado que Setsuna irradiaba un aura de autosuficiencia, una chica que, pese a su popularidad, parecía inalcanzable y solitaria por elección. Sin embargo, la realidad era todo lo contrario. A pesar de que ella era centro de atención en la escuela, su vida personal era mucho más vacía de lo que cualquier estudiante, incluido él, hubiera imaginado. En ese momento, Judah solo quería prolongar la conversación, esperando poder conectar mejor con ella.
Pero antes de que pudiera decir algo más, un sonido agudo rompió el momento: la notificación del smartwatch de Setsuna. La expresión en el rostro de la chica cambió instantáneamente de amable a seria.
—Perdón, Judah. Quizá podamos hablar en otro momento —dijo con una voz firme—. Tengo que irme.
— No te preocupes. Si tienes que irte, adelante —respondió Judah, intentando mantener la calma en su tono—. Nos vemos otro día.
Setsuna le sonrió de manera fugaz antes de alejarse rápidamente. Judah levantó la mano en señal de despedida, devolviendo la sonrisa, aunque no pudo evitar sentir una ligera incomodidad al ver cómo se iba. Su interacción con las chicas de su clase nunca había sido tan natural como lo había sido hoy, y no quería que terminara tan pronto.
Una vez que Setsuna desapareció de su vista, Judah bajó la mano lentamente. Se quedó un rato más en el mirador, contemplando el océano y el cielo teñido de colores cálidos. Dejó que el tiempo pasara mientras el crepúsculo envolvía la isla. Finalmente, cuando el sol ya se había escondido casi por completo, decidió que era hora de regresar a casa, satisfecho de haber tenido, al menos, un pequeño respiro en un día tan ordinario. Sin embargo, ese día normal que tuvo iba a cambiar drásticamente en un momento a otro.
De repente, un sonido cortante, como si una cuchilla desgarrara carne, resonó en el aire. Ante la vista de Judah, el cielo se rasgó justo sobre el mirador, dejando a su paso una pequeña grieta que parecía abrirse en la misma realidad. Judah no podía creer lo que estaba viendo, y antes de que pudiera reaccionar, un estruendo ensordecedor sacudió la tierra. La poca gente que aún deambulaba por las calles se apresuró a ocultarse, pero él permaneció inmóvil, paralizado. Esa grieta lo arrastró a un recuerdo sombrío, un flashback de lo que había presenciado años atrás en el parque de su vecindario, dejándolo en estado de shock.
De la grieta emergió una figura bañada en una intensa luz azul, descendiendo a toda velocidad hacia donde Judah estaba parado. Apenas tuvo tiempo de procesar lo que ocurría antes de que la figura impactara contra el suelo, provocando una pequeña explosión que destrozó el mirador en un abrir y cerrar de ojos. Judah fue lanzado por los aires debido al impacto, pero milagrosamente, apenas sufrió daños.
— ¿Dónde estoy? ¿Qué pasó con el lugar? —murmuró, aturdido.
El hermoso paisaje que antes admiraba se había transformado en un caos. En el centro de la pequeña plazuela, un profundo cráter reemplazaba lo que alguna vez fue su refugio de tranquilidad. Judah, aun recuperándose del golpe, miró desde donde estaba hacia el hueco y lo que vio lo dejó sin aliento. En medio de los escombros se encontraba una chica. Llevaba una armadura extraña, joven, con un aire poderoso. Su cabello morado ondeaba con la brisa, y su mirada carmesí y furiosa estaba clavada en el cielo.
Judah, lleno de curiosidad, alzó la vista. Lo que vio lo dejó perplejo: un escuadrón de figuras volando sobre el lugar, todos ellos equipados con armaduras metálicas y apuntando sus armas hacia una chica en la grieta. Era una visión irreal, algo salido de una pesadilla o un sueño delirante.
— ¡Les dije que me dejaran en paz! —gritó la chica, su voz resonando con una mezcla de enojo y determinación.
Judah no podía creer lo que estaba presenciando. Con el pulso acelerado, notó algo inquietante: el logo en las armaduras del escuadrón pertenecía a OASIS. En ese instante, lo comprendió todo. Estaba en medio de una batalla, una confrontación que había convertido su lugar más nostálgico en un campo de destrucción y caos. Lo que hasta hace unos minutos era un santuario para los jóvenes, ahora no era más que una ruina a punto de ser devorada por la violencia.