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Chapter 5 - Las sombras de un adiós

El eco de su voz sigue persiguiéndome, incluso en los lugares donde jamás estuvimos juntas. Hay algo perverso en la forma en que los recuerdos se aferran a los rincones más oscuros de mi mente, como si fueran parásitos alimentándose de lo que queda de mí. A veces, me pregunto si esta melancolía es todo lo que soy ahora. Si acaso, al dejarla ir, también dejé escapar la única versión de mí misma que alguna vez creyó en algo más que en el vacío.

"Te juro que voy a olvidarte," me repito como un mantra en los momentos en que su ausencia se siente como un peso insoportable. Pero jurar no significa cumplir, y olvidar no es una elección. No puedo forzarme a borrar las noches en que su risa llenaba el silencio ni las mañanas en las que su rostro era lo primero que veía al abrir los ojos.

Hay algo particularmente cruel en recordar la belleza de lo que fue, sabiendo que todo estaba cimentado en mentiras. Porque aunque intento convencerme de que su traición es razón suficiente para odiarla, una parte de mí sigue aferrándose a los momentos que me dieron esperanza.

Una noche, mientras caminaba por la playa, encontré una concha rota en la arena. La sostuve en mis manos, observando las fracturas que la habían deformado. Era un objeto insignificante, y sin embargo, algo en su fragilidad me conmovió profundamente. La guardé en el bolsillo, como si fuera un recordatorio de lo que significa seguir existiendo incluso después de haber sido destrozada.

"La luna se alegraba de este amor," pienso, recordando cómo solíamos sentarnos bajo su luz, hablando de sueños y de futuros que ahora me parecen risibles. La ironía de esas palabras no pasa desapercibida: el mismo cielo que una vez fue nuestro testigo ahora parece burlarse de mi soledad.

Intento llenar los vacíos con actividades, con trabajo, con conversaciones vacías con personas que no conocen mi historia. Pero la máscara que llevo puesta comienza a agrietarse, y no puedo evitar preguntarme cuánto tiempo más podré sostener esta farsa. "Dejémoslo así," me digo cada vez que el dolor amenaza con desbordarse, como si ignorarlo pudiera hacerlo desaparecer.

Las personas a mi alrededor me ven, pero no me perciben. Piensan que soy fuerte, que he superado algo que no podrían imaginar. Pero no hay fortaleza en arrastrarse a través de los días, en fingir que cada paso no duele. Ellos no saben que cada mañana es una lucha por levantarme de la cama, por enfrentar el mundo cuando todo lo que quiero es desaparecer.

Un día, mientras revisaba el correo, encontré una postal anónima. Era de un lugar que nunca habíamos visitado juntas, pero las palabras en el reverso eran inconfundibles: su caligrafía, elegante y precisa. "Espero que estés bien," decía, como si esa frase pudiera deshacer todo lo que me había hecho.

Guardé la postal en un cajón, incapaz de tirarla pero sin poder mirarla por más tiempo. Fue un recordatorio de que, aunque ya no formamos parte de la vida de la otra, ella sigue siendo una presencia ineludible en la mía.

En las noches más oscuras, cuando el silencio es demasiado pesado, pienso en lo que podría haber sido. No en la realidad de lo que fuimos, sino en la versión idealizada que creé en mi mente. Un amor puro, incondicional, que nunca existió más allá de mis deseos. Es un consuelo fugaz, pero es mejor que enfrentar la verdad.

El mundo sigue girando, y yo sigo atrapada en este ciclo interminable de recordar y olvidar, de amar y odiar, de vivir y simplemente existir. Pero tal vez eso es todo lo que puedo hacer por ahora: seguir respirando, un día a la vez, mientras espero que algún día, este dolor deje de ser lo único que siento.