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Chapter 4 - La prisión del "nosotras"

El amor no debería sentirse como una celda, pero con ella lo fue. Una jaula dorada donde mis propios sentimientos eran las rejas que me mantenían prisionera. "Te amo," solía decirme, y en esas palabras encontraba una dulzura amarga, como si cada letra cargara con el peso de algo que nunca podría sostener.

Después de que su verdad salió a la luz, una parte de mí se negó a aceptarla. Me repetía que todo era un malentendido, un error que podía repararse. ¿Cómo podía ser tan cruel, tan despiadado el destino, como para colocarme en una historia que desde el principio estaba destinada al fracaso? Pero el destino no escucha súplicas. No importa cuánto lloré o cuántas veces intenté hablarle a su sombra, la realidad permaneció inmutable: ella no era solo mía, y tal vez nunca lo fue.

Recuerdo la noche en que intenté confrontarla. Era tarde, y la lluvia golpeaba contra las ventanas como si el cielo quisiera participar en mi agonía. Ella estaba allí, sentada frente a mí, con esa mirada que solía derretirme, pero que ahora solo parecía vacía.

—Dime la verdad —le pedí, con una voz que no reconocí como mía—. ¿Por qué?

Ella suspiró, como si mis preguntas fueran una molestia menor. "No es tan simple," dijo, pero para mí, la simplicidad era lo único que buscaba. Solo necesitaba saber si alguna vez fui suficiente, si alguna vez fui real para ella. Pero su silencio fue la respuesta más cruel de todas.

Después de esa noche, algo dentro de mí cambió. Dejé de buscar respuestas en ella y comencé a buscar dentro de mí. No fue un proceso rápido ni fácil; cada paso me costó una parte de mí misma. Pero en ese caos, encontré algo inesperado: una verdad que había estado ignorando durante demasiado tiempo.

Siempre había sido yo quien sostenía el "nosotras". Era yo quien daba, quien amaba sin reservas, quien se negaba a ver las señales porque la idea de perderla era más aterradora que cualquier mentira. Pero el "nosotras" no era real. Era un espejismo, una construcción frágil que se desmoronó en cuanto el peso de la realidad cayó sobre ella.

"La soledad también es buena compañía," me dije una noche mientras caminaba por las calles vacías de la ciudad. La oscuridad me envolvía, y por primera vez en mucho tiempo, no sentí miedo. Había algo casi liberador en estar sola, en no tener que cargar con el peso de su amor a medias.

Y aun así, había noches en las que la extrañaba. No a la persona que me había traicionado, sino a la idea de ella, a la mujer que creí que era. Esas noches eran las más difíciles, porque me recordaban que mi dolor no era solo por su partida, sino por la pérdida de un sueño, de un futuro que nunca sería.

Intenté reconstruir mi vida, paso a paso, pero cada intento parecía condenado al fracaso. Los días se alargaban como sombras al atardecer, y la noche traía consigo un vacío que no podía llenar. ¿Cómo podía seguir adelante cuando todo en mi interior clamaba por regresar a un pasado que nunca existió realmente?

Una tarde, mientras organizaba los libros en mi estantería, encontré una vieja carta que le había escrito y nunca entregado. La abrí con manos temblorosas, incapaz de resistir la tentación de leer las palabras que una vez creí que podrían cambiarlo todo.

"Eres mi refugio," comenzaba la carta. La leí varias veces, y con cada lectura, sentí que la persona que la había escrito era alguien completamente diferente a quien soy ahora. Esa versión de mí, llena de esperanza y amor incondicional, ya no existía. Pero al mismo tiempo, no podía odiarla. Ella hizo lo que creyó correcto, lo que su corazón le dictó.

Finalmente, quemé la carta. Observé cómo las palabras se convertían en cenizas, llevándose consigo un poco del peso que había cargado durante tanto tiempo. No fue un cierre completo, pero fue un comienzo.

A veces, pienso en ella y me pregunto si también me recuerda. No como la mujer a la que lastimó, sino como alguien que la amó con una intensidad que probablemente nunca vuelva a encontrar. Pero esos pensamientos son fugaces, como hojas llevadas por el viento. Porque al final, no importa si me recuerda o no. Lo único que importa es que, poco a poco, estoy aprendiendo a recordarme a mí misma.