No sé en qué momento todo comenzó a quebrarse, pero el eco de su risa todavía resuena en mi memoria como si el tiempo estuviera jugando a burlarse de mí. Cada paso que doy parece estar atrapado en arenas movedizas, arrastrándome hacia un pasado que intento olvidar.
La conocí en un lugar que no tiene relevancia; lo único importante es cómo se sintió. Como si al mirarla por primera vez, una verdad antigua y desconocida se desvelara ante mí. Sus ojos llevaban la promesa de algo eterno, y yo, como una tonta, me dejé convencer de que así sería.
"No me arrepiento," me digo a mí misma mientras el invierno envuelve la ciudad en su gélido abrazo. He repetido esas palabras tantas veces que han perdido significado, como un mantra que lucha por mantenerse vivo en un corazón lleno de grietas. Pero, ¿cómo podría arrepentirme de haber dado todo? Mi amor fue puro, sin condiciones, incluso cuando su sombra comenzó a pesar más que su presencia.
El principio siempre es dulce. Ella era una fuerza de la naturaleza: vibrante, magnética, la clase de persona que ilumina una habitación solo con su presencia. Yo, por otro lado, siempre he sido un remolino de silencios y pensamientos. Supongo que eso fue lo que la atrajo al principio, mi disposición a escuchar, mi devoción por sus historias. Pero también fue lo que me condenó.
Recuerdo la noche en que mi mundo comenzó a desmoronarse. Su mirada ya no tenía el calor de antes, y sus palabras, antes dulces, ahora estaban impregnadas de un extraño vacío. Me decía que todo estaba bien, que eran imaginaciones mías, pero mi corazón sabía la verdad. Hay algo en la forma en que una persona ama que no puede fingirse. Y la suya había cambiado.
Pasaron días, semanas, hasta que finalmente lo admitió. "Hay alguien más," dijo, como si esas palabras no fueran suficientes para destrozarme. Me quedé en silencio, porque las palabras parecían inútiles ante una verdad tan devastadora. Ella intentó explicarse, justificar lo injustificable, pero yo solo podía pensar en cómo me había perdido creyendo en ella.
La soledad, que antes era una vieja amiga, ahora se sentía como un castigo. Cada rincón de mi apartamento estaba impregnado de su rastro: el aroma de su perfume en mi almohada, el eco de su risa en las paredes. Intenté arrancarla de mi vida, como quien intenta borrar una mancha imposible. Pero cuanto más luchaba, más profunda parecía incrustarse en mi piel.
"Me perdí creyendo en ti," susurré al viento una noche, mientras las lágrimas caían libres por mi rostro. Era una confesión tanto para ella como para mí misma. Me perdí en su promesa, en su mundo, en un amor que pensé que me salvaría, pero que al final me dejó en ruinas.
Sin embargo, en medio de la oscuridad, hubo un momento de claridad. Me di cuenta de que no podía seguir así, permitiéndole que su sombra definiera mi vida. "Hoy decidí dejarte ir," pensé, y aunque esas palabras eran una declaración más que una realidad, representaban un comienzo.
Comencé a reconstruirme, pedazo a pedazo. Algunas noches todavía sueño con ella, con la mujer que creí conocer, no con quien realmente era. Pero me permito esos momentos, porque también forman parte de mí. Amar, incluso cuando duele, es una forma de vivir.
Ahora, cuando miro hacia atrás, no siento odio ni rencor, solo una profunda melancolía. Porque aunque me robó el corazón, nunca me cortó las alas.