—Al día siguiente, Argenia estiró sus manos sobre su cabeza mientras gemía con desagrado.
—Eran las 3:15 p. m., y acababa de despertar.
—Durante toda la noche, y bien entrada la madrugada... había estado complaciendo a ese vagabundo.
—Cada vez que se quedaba dormida, él la despertaba 2 horas después y continuaba con esos tediosos ejercicios adultos.
—Cuando se fue a las 9 a. m., sintió que sus ancestros finalmente habían tenido piedad de su pobre cuerpo.
—Su parte inferior del cuerpo le dolía... ya que la mayor parte del tiempo, no estaba de humor cuando esa bestia la penetraba.
—Podía ver manchas de sangre en su ropa de cama, así como en sus muslos.
—El sinvergüenza realmente se había forzado.
—Afortunadamente antes de que se fuera, le había dicho que hoy sería su día de descanso... y mañana por la noche, continuarían desde donde se habían detenido.
—¡Oh, mis cielos! ¿Qué hora era? —pensó, mientras miraba el sombrío cielo afuera.