5 de septiembre, el sol brillaba con fuerza.
En el dormitorio de noventa y cinco metros cuadrados de la Mansión Imperial Nº 8.
A las siete de la mañana, Chu Mo abría los ojos al sonido de movimientos sutiles, y lo primero que veía no eran las familiares ventanas de suelo a techo sino un enorme tocador delante del cual estaba sentada una mujer con rasgos exquisitos, aplicándose el maquillaje con seriedad.
—Señor Chu, lo desperté. —La mujer de rasgos delicados volvió la cabeza, su largo cabello caía sobre sus hombros, vestida con un profundo vestido de seda púrpura que parecía emitir un leve resplandor en la luz entrante de la ventana de afuera debido a sus lentes de contacto.
Chu Mo, que se había estirado y bostezado, negó con la cabeza sonriendo. Había dado vueltas hasta tarde la noche anterior, pero ahora estaba sorprendentemente despierto. Después de levantarse ligeramente, tomó su teléfono de la mesita de noche para revisar la hora, diciendo de manera casual,
