Pasó otro día.
—Ling Han de repente abrió los ojos —una sonrisa complacida asomando en las comisuras de sus labios—. Desenvainó su espada y bajó la hoja en un tajo hacia su mano izquierda extendida.
Si alguien hubiera visto algo así, definitivamente pensarían que estaba cometiendo autolesiones, pero después de un rato más, definitivamente estarían tan impactados que sus globos oculares estarían en peligro de salirse de sus órbitas, pues al encontrarse este tajo con su mano, no dejó ni un solo rasguño en su piel. La única prueba de lo que había hecho era una línea blanca en su mano.
—Efectivamente, mi defensa ha mejorado considerablemente —asintió Ling Han—. Aunque no había utilizado Poder de Origen en ese golpe justo ahora, tampoco había utilizado Poder de Origen para fortalecer su defensa. Había dependido enteramente de la defensa innata de su físico, sin ninguna ayuda externa.