La risa del Maestro de la Montaña Inmortal se volvía cada vez más loca.
Justo cuando Li Yuechan estaba a punto de ser despojada de su ropa,
cerró los ojos en desesperación, dejando de gritar.
Porque realmente no sabía quién podía salvarla en ese momento.
Desesperación, permeaba su cuerpo y alma.
Se negaba a ser humillada de esa manera, quería morderse la lengua y suicidarse.
Pero el Maestro de la Montaña Inmortal, como anticipando esto, gritó fuerte:
—Señorita, si se atreve a suicidarse, no perdonaré ni a su cadáver.
—Je je, la tiraré en la metrópoli bulliciosa, dejaré que toda la gente contemple su rostro perfecto en la muerte, ja-ja.
—Tú, no eres más que una bestia vieja, ¡seguro que acabarás mal! —gritó Li Yuechan enojada.
—Maldice todo lo que quieras, maldice hasta que te hartes, señorita, solo te queda la última pieza de ropa. Deja que este viejo te ayude a desvelar esta última capa de misterio.