La ciudad continuaba sumida en su letargo gris, como si la lluvia de la noche anterior hubiera dejado una pátina de melancolía sobre las calles. Desde las altas torres de la mansión, el panorama era imponente. Las columnas de humo se alzaban en la distancia, evidenciando la vida diaria que se desarrollaba bajo la opresión de un régimen que se alimentaba del miedo, la corrupción y las pequeñas traiciones. Tobias observaba sin parpadear, su mente en otro lugar, mientras calculaba los próximos movimientos en el tablero de poder en el que se encontraba atrapado.
No siempre había sido así. Hubo un tiempo en que Tobias creía en algo más, un tiempo en que su ambición era cambiar el mundo, no controlarlo. Pero las promesas del poder lo corrompieron, lo moldearon hasta convertirlo en el hombre que era ahora: un maestro de las intrigas, experto en manipular a quienes lo rodeaban. No había hecho esto solo por codicia; lo hacía por supervivencia. En este mundo, la bondad era una debilidad que los poderosos no podían permitirse.
Sin embargo, esa mañana, un fragmento del hombre que solía ser emergió cuando sus pensamientos se detuvieron en Nela. No era solo una sirvienta. En algún nivel profundo, él sabía que representaba algo más. Tobias había sentido su mirada, su quieta resistencia, y aunque nunca había hablado de tú a tú con ella más allá de órdenes que él le daba, su presencia le provocaba una incomodidad que no podía sacudirse. Algo en ella lo desafiaba, incluso sin palabras, y Tobias no estaba acostumbrado a ser desafiado.
Bajó la copa de vino con un movimiento seco y miró a su alrededor. El lujo de la habitación le parecía vacío, carente de significado. Había obtenido todo lo que siempre quiso: riqueza, poder, influencia. Pero en noches como aquella, cuando los sonidos que chocaban con las paredes de las decisiones que había tomado volvían para atormentarlo, no podía evitar preguntarse si había algo más allá de la fría lógica del control.
Nela no podía permitirse el lujo de mirar hacia adentro para comprender y reflexionar sobre los procesos mentales y emocionales que influían en su comportamiento y la percepción del mundo. Aquí, cada día era una lucha por sobrevivir. Mientras se movía por los pasillos de la mansión, con la bandeja en las manos y los ojos bajos, su mente estaba en otra parte. El rumor sobre los rebeldes del sur seguía creciendo, y aunque sabía que involucrarse podría significar su muerte, también era consciente de que quedarse al margen solo la mantendría atrapada en la miseria.
Había algo en la forma en que los poderosos como Tobias gobernaban. No solo controlaban las vidas de aquellos que les servían, sino también sus esperanzas. Nela era capaz de entender que había sido reducida a una existencia vacía, un mero engranaje en la maquinaria de un sistema corrupto. Y aunque nunca lo admitiría en voz alta, había comenzado a albergar pensamientos de rebelión.
Esa mañana, mientras limpiaba una de las cámaras de la mansión, oyó algo que la hizo detenerse. Un sonido suave, una conversación a puerta cerrada. Las voces eran bajas, cuidadosas, pero de manera entendible era una discusión llena de tensión. Se acercó lo suficiente como para distinguir las palabras.
—Los del Este ya comenzaron a moverse. Si no actuamos rápido, perderemos todo el control de la ruta comercial. —afirmó una voz que reconoció como la de Rorik, el lugarteniente más cercano a Tobias. Era un hombre peligroso, sin escrúpulos, y siempre estaba en la parte oculta de las decisiones más brutales de Tobias.
—¿Y qué sugieres? Sabes que no podemos nada más enviar tropas. Eso levantaría demasiadas sospechas entre los consejeros —respondió Tobias con una calma que contradecía la gravedad de la situación.
—Tenemos otros medios. Siempre podemos recurrir a más métodos... discretos —sugirió Rorik.
Nela sintió un calor en forma de frío recorrerle la espalda. Comprendió lo que quería decir con esas palabras. Había visto lo que le ocurrió a Husir, uno de los comerciantes locales que fue encontrado muerto la semana anterior. En un principio, todos o la mayoría creyeron a la versión de un accidente, pero luego comenzó a correr el rumor de otra cosa: Había cruzado una línea que Tobias no permitía, y pagó el precio por ello.
Mientras se alejaba despacio de la puerta para no ser descubierta, su corazón latía con fuerza. En ese momento fue consciente de que estaba jugando un juego peligroso, pero también que ya no podía ser una mera espectadora. El miedo la había mantenido en silencio demasiado tiempo, pero ahora, algo dentro de ella había cambiado. Aunque no era capaz de descifrar si era el rumor sobre los del sur o el hastío de una vida bajo opresión, pero una pequeña llama comenzaba a encenderse.
A varios kilómetros de la mansión, en las oscuras tabernas del puerto, los rumores sobre la rebelión del sur tomaban forma tangible. En una mesa apartada, Celdrin, un capitán mercenario que había visto más batallas de las que podía recordar, escuchaba con atención las palabras de un extraño que afirmaba tener información sobre los movimientos de los rebeldes.
Celdrin había sido contratado por diferentes facciones a lo largo de los años. Le daba igual quién devolviera lo que debía o lo que demandaba, siempre y cuando el precio fuera justo. Pero esta vez, algo le hacía desconfiar. El hombre que tenía delante no era como los otros. No parecía un simple informante, había algo más en su comportamiento, algo que indicaba que no solo vendía información, sino que también jugaba su propio juego.
—Dices que los rebeldes están cerca de asegurar la ruta del sur ¿Qué te hace pensar que pueden mantenerla? —comenzó Celdrin, sin demostrar interés por ninguna de las facciones, aunque sus ojos lo observaban con atención.
—Tienen apoyo, y no solo desde el sur. Hay simpatizantes en el este y en la ciudad misma. El descontento crece, y cuando estalle, ni siquiera Tobias podrá detenerlo —respondió el hombre, inclinándose de manera violenta hacia adelante.
Celdrin asintió con un suave gesto al mover la cabeza, procesando la información. La posibilidad de una rebelión masiva le resultaba atractiva, no por cuestiones morales, sino por el caos que podría generar. En tiempos como estos, los que eran como él solían sacar provecho. Sin embargo, entendía que tendría que jugar las cartas con cuidado. Un mal movimiento o estar del bando equivocado podría acabar con él como tantos otros: olvidado en una zanja.
—Te creeré por ahora. Pero necesitaré más pruebas antes de comprometerme —emitió sus últimas palabras, recostándose en su silla.
El hombre asintió, y tras intercambiar un apretón de manos, desapareció entre las líneas que separaban la luz de la oscuridad de la taberna.
Celdrin se quedó un momento pensando en cómo la hostilidad latente entre las personas de la ciudad iba en aumento. Y aunque aún no estaba claro quién ganaría esta guerra, estaba convencido de una cosa: el comportamiento errático e impredecible venía, y él estaba listo para aprovecharlo.