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Chapter 11 - Capítulo Final: El Último Pasillo

El reloj, ese maldito reloj, no ha dejado de torturarme con cada tic y cada tac desde que me dijeron cuánto me queda. "Dos días". Eso fue hace exactamente dos días. Ahora ya no queda más que la espera. Horas, apenas unas horas, y todo terminará.

Estoy sentado en esta celda helada, con el lápiz en la mano temblando, pero no de miedo. El miedo murió el mismo día que mataron a Amada. Lo que siento ahora es una mezcla de vacío y resignación. Un dolor sordo, como si me hubieran arrancado algo vital y solo quedara el eco.

Estas páginas son todo lo que me queda. No tengo esperanza de redención, no creo en la salvación. Pero sí creo en la memoria. Creo en las palabras. Y quiero que alguien, quien sea, lea esto y sepa la verdad. No para justificarme, porque no hay justificación para lo que hice, pero sí para que entiendan.

Cuando uno pierde todo, incluso a sí mismo, lo único que queda es la historia. Y esta es la mía.

Pienso en Amada. Siempre ella. Su rostro sigue tan nítido en mi mente que casi puedo sentirla aquí, como si estuviera sentada frente a mí, con esa sonrisa que siempre encontraba la manera de calmarme. Si cierro los ojos, puedo escucharla reír, puedo oír su voz regañándome por no comer suficiente o diciéndome que todo va a estar bien, aunque ambos sabíamos que no era cierto.

Es irónico, ¿no? Estoy aquí, a punto de pagar con mi vida por haber hecho lo que el sistema no quiso hacer. Por haber tomado justicia en mis manos cuando la justicia misma me dio la espalda. No me arrepiento. Lo digo con toda la sinceridad que me queda. Si tuviera que volver atrás, lo haría mil veces más.

Pero eso no significa que no me sienta vacio. Nadie te prepara para esto, para el final. No hay manual, no hay palabras que puedan suavizarlo. Solo está el silencio de la celda, el eco de mis pensamientos, y el sonido de los pasos que pronto vendrán a buscarme.

Pienso en cómo será. Dicen que el pasillo es corto, apenas unos metros. Que todo ocurre rápido, sin dramatismos. Pero yo no puedo evitar imaginarlo. Imaginar cada paso, el peso de las cadenas en mis tobillos, las miradas de los guardias, el brillo de la sala donde todo termina.

Dicen que no duele, que es como dormir. Pero yo sé que no es cierto. Tal vez no duela físicamente, pero hay un dolor más profundo, uno que te atraviesa el alma. Es el dolor de saber que, al final, fuiste una pieza más en este mundo roto. Que luchaste, que gritaste, pero nada cambió.

Me pregunto si alguien estará ahí para ver mi final. No tengo familia, no tengo amigos. Amada era todo para mí, y sin ella, no soy más que un cascarón vacío. Tal vez esté el periodista que me entrevistó hace unos meses. Tal vez algún curioso, alguien que quiera ver cómo termina la historia del hombre que mató a tres monstruos.

Quiero pensar que, al menos por un instante, alguien se preguntará cómo llegué aquí. Que alguien se cuestionará el mundo que permitió que Amada muriera y que yo me convirtiera en esto.

Miro mis manos. Están manchadas, lo sé. No importa cuánto las lave, no importa cuántas veces intente convencerme de que hice lo correcto, las manchas están ahí. Pero esas manchas no son solo mías. Son del sistema que falló, de los jueces que se vendieron, de una sociedad que prefirió mirar hacia otro lado.

Amada me diría que no piense en eso, que no me torture. Pero no puedo evitarlo. No puedo dejar de pensar en todo lo que podría haber sido, en todo lo que nos robaron.

El reloj sigue marcando los minutos. Cada tic tac es un recordatorio de que el tiempo se acaba. Me queda poco por decir, pero hay algo que necesito escribir antes de que sea demasiado tarde: Amada,hermana mía, nacimos el mismo día, de los mismos padres pero tu eras tan mucho y yo tan poco, te extraño. Te extraño con cada fibra de mi ser. Y si hay algo después de esto, si hay algún lugar donde podamos encontrarnos de nuevo, espérame ahí. Porque yo iré a ti. Siempre iré a ti.

Los pasos se acercan. Es hora.

Dejaré el lápiz en la mesa y cerraré el cuaderno. No sabré si alguien leerá estas palabras, pero no importa. Yo las he escrito, yo las he sentido. Y eso, en este momento, será suficiente.

Respiró hondo...me pondré de pie. Mis piernas temblarán, pero no porque tenga miedo. Temblaré porque sabré que estaré caminando hacia el final. El guardia abrirá la puerta, me mirará con una mezcla de lástima y profesionalismo. No diré nada. No habrá nada que decir.

Daré el primer paso. Luego el segundo. El pasillo será más largo de lo que imaginé, pero no importará. Cada paso me acercará a Amada, o al menos, eso quiero creer.

Cuando llegue a la sala, todo estará listo. Me acostaré en la camilla y cerraré los ojos. Me aferraré al único pensamiento que me queda: su rostro, su risa, su luz. Mi Amada, mi queridisima hermana.

Y entonces, la oscuridad.