Habían pasado semanas desde aquel enfrentamiento en el callejón. Aunque su vida parecía continuar como siempre, Naruto no podía negar la verdad: algo dentro de él había despertado aquella noche. Algo más grande que él mismo, un poder que rozó solo por un instante y que ahora no lograba alcanzar de nuevo.
No fue por falta de intentos. Día tras día, había replicado cada movimiento, cada respiración, cada pensamiento, intentando recrear la adrenalina que lo salvó aquella vez. Pero nada funcionaba. La sensación seguía esquiva, como un sueño que se desvanece justo al abrir los ojos.
—Tch... —masculló Naruto desde su cama, con los ojos fijos en el techo de su habitación.
Estaba cansado. No del cuerpo, sino del alma. La frustración lo consumía y su mente era un nudo imposible de desatar. Se sentó al borde de la cama y enterró el rostro entre sus manos.
—Esto no me ayuda... —murmuró con un suspiro pesado.
Con movimientos mecánicos, se puso de pie y fue hacia la cocina. Si no lograba encontrar respuestas, al menos podía asegurarse de que su cuerpo no se debilitara. Sin embargo, al abrir la nevera, un aire frío y vacío lo recibió.
—Mierda... —gruñó, frunciendo el ceño.
No quedaba casi nada. Apenas algunos envases vacíos y algo de hielo acumulado en el fondo. Cerró la puerta con un golpe seco y fue hacia donde guardaba su dinero. Al abrir el cajón, su rostro se torció con amargura. Apenas unos billetes arrugados lo miraban de vuelta.
Naruto los tomó entre sus manos, estudiándolos como si fueran el mayor insulto del mundo.
—Esto... no alcanza. —El nudo en su garganta era casi tan grande como el agujero en su estómago.
La pensión que recibía desde la muerte de sus padres era su única fuente de ingresos. Y ahora, después de gastar tanto en los tranquilizantes que lo ayudaban a dormir y mantener a raya sus crisis, apenas podía permitirse comer. Pero necesitaba esos medicamentos. Si no dormía, las pesadillas lo devorarían. Y si las pesadillas volvían... volvería a perder la cabeza.
Con una mano masajeó su frente, intentando aliviar el dolor que comenzaba a instalarse ahí. "Tendré que preocuparme por eso mañana", pensó. Necesitaba comer algo, aunque fuera poco.
Tomó el dinero y salió de su departamento. Afuera, la noche era oscura y el silencio de la ciudad pesaba en el aire. Las calles estaban casi vacías, con apenas alguna farola parpadeando como si luchara por permanecer encendida. Mientras caminaba, Naruto mantenía la cabeza gacha, sus ojos escaneaban los alrededores de forma constante.
No quería volver a vivir lo mismo que aquella noche. No otra vez.
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El sonido de la campanilla resonó cuando Naruto empujó la puerta de la pequeña tienda de la esquina. El lugar estaba casi vacío y tenía un olor a comida rancia que no parecía molestar al viejo encargado tras el mostrador. Con cautela, Naruto echó un vistazo a su alrededor, asegurándose de que no había nadie siguiéndolo. Solo cuando se sintió seguro, se adentró entre los pasillos estrechos.
"Todo lo más barato posible", pensó, agarrando un par de sopas instantáneas y algunas barras energéticas. Mientras lo hacía, su estómago gruñía en protesta.
Al llegar al mostrador, pagó rápidamente. La bolsa que recibió era tan ligera que parecía burlarse de él.
"Tendré que reducir las comidas a dos por día", se dijo con un amargo suspiro.
Salió de la tienda, ajustando su capucha y mirando con nerviosismo hacia todos lados. El eco de sus pasos retumbaba en el pavimento, cada sombra parecía moverse, acechándolo. La ciudad no le daba paz. Los callejones oscuros que dividían cada edificio eran como bocas abiertas, listas para tragárselo.
"Solo son paranoias", intentó convencerse mientras aceleraba el paso. "Solo paranoias..."
Pero entonces, sintió algo.
Un cambio en el aire, una presencia. Su cuerpo se tensó un segundo antes de que el golpe llegara. La fuerza del impacto en su nuca lo hizo tambalearse, apenas registrando cómo manos ásperas lo tomaron por la ropa y lo arrojaron con violencia al interior de un callejón oscuro.
—¡Otra vez no...! —gimió Naruto, su voz quebrándose cuando chocó contra el suelo.
Antes de poder moverse, un pie brutal se estrelló contra su estómago, sacándole el aire.
—Te dije que nos volveríamos a ver, mocoso. —Una voz grave y llena de odio resonó por el callejón.
Naruto intentó levantar la mirada, pero un puño se estampó contra su espalda, haciéndolo caer de bruces.
—Nos agarraste desprevenidos la última vez —continuó el agresor con un gruñido—. Pero no volverá a pasar.
El sonido de risas crueles se mezcló con los golpes. Patadas, puñetazos. Naruto apenas tuvo tiempo de cubrirse la cabeza con los brazos, intentando protegerse.
—¡Miren al niñito! ¡Se hace bolita como un ratón asustado! —burló otra voz, carcajeándose.
—¿Dónde está tu poder ahora, eh? —soltó otro, escupiéndole cerca del rostro.
Naruto sentía cada golpe como fuego ardiendo sobre su cuerpo. Sus brazos temblaban de dolor, y cada vez que intentaba moverse, un nuevo impacto lo devolvía al suelo.
"¡No! ¡Defiéndete, maldita sea!" gritaba su mente. Pero su cuerpo no respondía.
—¿Qué intentabas, eh? —Una patada brutal lo giró de lado. Naruto jadeó, con los pulmones ardiendo.
Las risas continuaron, cada vez más crueles. Se sentía pequeño, insignificante bajo las sombras de aquellos hombres. La voz del líder retumbó nuevamente, esta vez cargada de un veneno escalofriante.
—Esta lección te la llevarás a la tumba, mocoso.
Naruto abrió los ojos, jadeando, y su visión captó el reflejo metálico en la mano del hombre: una navaja.
—No... —murmuró con voz apenas audible. "No puede ser... no aquí... no ahora..."
Un par de manos lo sujetaron, forzándolo a quedar boca arriba. Naruto luchó débilmente, pero no tenía fuerzas. La hoja brilló sobre él, mortal y fría. El rostro de su atacante era una máscara de satisfacción retorcida.
—No busques problemas si no eres fuerte, imbécil.
La primera puñalada llegó, y el dolor lo atravesó como un relámpago. Naruto gritó, su voz rasgando la oscuridad del callejón.
Una.
Dos.
Tres.
Cuatro.
Cinco veces.
Cada estocada era como un hierro ardiente hundiéndose en su abdomen. La sangre comenzó a manar, tibia y pegajosa, empapando su ropa y extendiéndose por el pavimento.
Cuando el hombre finalmente se detuvo, Naruto apenas podía respirar. Cerró los ojos, esperando que todo terminara. Pero un golpe seco con la empuñadura de la navaja aterrizó en su frente, y sintió cómo la sangre corría hasta cubrirle el ojo derecho.
Su visión se volvió borrosa. Lejos, escuchaba risas y pasos que se alejaban.
Naruto permaneció inmóvil, su respiración débil y temblorosa. "No... así no..." pensó, luchando por aferrarse a la consciencia. Las imágenes de sus padres aparecieron en su mente, sonriéndole en recuerdos borrosos. Luego, el vasto salón.
Aquel salón majestuoso, con su vitral resplandeciente y los guerreros inmortales que luchaban sin cesar.
—No... —murmuró Naruto, lágrimas mezclándose con la sangre—. ¡No puedo rendirme aún!
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Naruto sintió cómo la oscuridad lo envolvía, pero algo en su interior se resistía a caer. Aquel lugar, aquel palacio de mármol y vitral, la imagen brillaba en su mente como un faro en medio de una tormenta. No era un simple recuerdo. Era algo más.
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La oscuridad se desmoronó.
De repente, su mente fue arrastrada hacia otra realidad, como si un hilo invisible lo jalara fuera de su propio cuerpo. Abrió los ojos y se encontró de pie, ileso, en el vasto salón que había visitado antes. El suelo de mármol brillaba bajo sus pies y el inmenso vitral relucía con la luz de una luna inexistente. Todo era igual que la última vez, pero a la vez, diferente.
Naruto miró sus manos. Estaban limpias. Sin sangre, sin heridas.
-¿Otra vez aquí...?-susurró, su voz resonando por todo el salón.
Su respiración era agitada, pero poco a poco comenzó a calmarse. Algo en aquel lugar le transmitía paz, como si los problemas del mundo exterior no tuvieran derecho a entrar aquí. Sin embargo, la sensación también era extraña. Fría. Como si una mirada invisible lo observara desde todos los ángulos.
Dio un paso al frente, y el eco de sus botas retumbó, acompañándolo.
-¡Hey! ¿Hay alguien aquí?
Su voz se perdió entre los muros de piedra. La única respuesta fue el sonido de su propia respiración.
**Boom**
Naruto se detuvo.
-¿Qué...?
Un sonido grave, como un tambor distante, sacudió el aire. Sus ojos buscaron el origen, pero el salón seguía igual de vacío. Entonces, el vitral comenzó a cambiar.
Naruto retrocedió un paso, boquiabierto. Las imágenes del vitral se transformaban lentamente, como si el cristal estuviera vivo.
Donde antes había campeones inmortalizados en posturas heroicas, ahora solo quedaban sombras. Figuras oscuras y sin rostro que parecían retorcerse, como si intentaran escapar del cristal.
Pero en el centro del vitral una figura se alzó.
Era él.
Naruto se quedó petrificado. El reflejo en el vitral mostraba su silueta, pero no era solo él. Sus ojos brillaban con un resplandor carmesí, y a su alrededor se alzaban llamas oscuras que lo consumían todo. En una mano, sostenía una espada colosal, y en la otra, un escudo tan grande que podía cubrir su cuerpo entero.
-¿Eso...soy yo?- susurró, incrédulo.
El vitral retumbo.
El sonido de vidrios crujiendo lo sobresaltó, y una grieta comenzó a recorrer la figura. Naruto dio un paso atrás, pero sus piernas temblaban. Intentó apartar la mirada, pero algo en el vitral lo retenía, como si lo hipnotizara.
Entonces, una voz retumbó en su mente.
-Levántate.
Naruto jadeó.
-¿Q-Qué...?
La voz era profunda, antigua, Sonaba como el rugido de una tormenta, pero también como un susurro en su oído. Era la voz de algo vasto, algo imposible de comprender.
-¡¿Quién eres?! ¡¿Qué es este lugar?!
-Levántate, guerrero. Tu batalla aún no termina.
El suelo comenzó a temblar bajo sus pies. Naruto miró a su alrededor, asustado. Las paredes del salón crujían y el aire vibraba con energía.
-¡No entiendo nada! ¡Dímelo ya!
**Boom**
La grieta en el vitral estalló.
Miles de fragmentos de cristal salieron disparados hacia él, pero antes de que lo alcanzaran, Naruto sintió cómo el mundo se despedazaba.
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Despertó de golpe.
Su cuerpo se arqueó mientras aspiraba aire con desesperación. El dolor en su abdomen era real. La sangre pegajosa seguía empapando su ropa, pero había algo más.
Naruto parpadeó.
Una figura estaba frente a él, alta y amenazante.
-...Tú...- murmuró, su voz apenas un hilo.
La figura lo miraba desde las sombras, pero sus ojos brillaban con un rojo intenso. Una enorme espada reposaba en su hombro, y el aire a su alrededor ardía, distorsionándose por el calor.
Naruto no podía moverse. El dolor lo retenía clavado al suelo, pero su mirada estaba fija en aquella figura imposible.
La figura avanzó un paso, y el suelo tembló.
Aunque Naruto no conocía su nombre, su presencia era innegable. Era la encarnación de la furia misma. Cada movimiento, cada respiración de aquel guerrero irradiaba violencia pura, como un volcán al borde de la erupción.
Naruto intentó hablar, pero no pudo.
La figura lo observó en silencio durante lo que pareció una eternidad. Luego, alzó su espada lentamente, y la punta resplandeció con un brillo como la sangre.
-Levántate, guerrero.
La voz era la misma que había escuchado en el salón. Retumbó en su cabeza, sacudiendo cada fibra de su ser.
-Levántate y lucha.
La espada bajó con un rugido atronador, como si el mismísimo mundo se partiera en dos.
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Naruto abrió los ojos por segunda vez. Esta vez, todo era silencio.
Seguía tirado en el callejón, su cuerpo hecho pedazos y la sangre empapando el suelo a su alrededor. Pero había algo diferente. Algo dentro de él había cambiado.
Cerró los puños.
El eco de aquellas palabras seguía vibrando en su mente:
Levántate y lucha.
Con un gruñido, Naruto apoyó las palmas en el suelo y forzó a su cuerpo a levantarse.
A pesar del dolor desgarrador, un nuevo fuego ardía en su interior.
La oscuridad no lo vencería.
No esta vez.