Una luz deslumbrante de la farola lo detuvo en seco, obligándolo a cerrar los ojos por un instante. Se filtraba a través de la entrada, bañando el pasillo con un brillo que contrastaba con la penumbra en la que había estado sumido.
Matlal se quedó allí, en el umbral, inmóvil, sintiendo cómo la luz se posaba sobre él. Apenas había pasado un instante cuando una voz familiar resonó en su cabeza, rompiendo el frágil silencio.
"Matlal reacciona inútil, ¿A dónde crees que vas?", gruñó la identidad número uno, con el tono cortante de siempre.
Matlal apretó los labios, ya acostumbrado a esa brusquedad. Respondió en voz baja, más para sí mismo que para la voz.
"¿Eres tú, Identidad Uno?"
"¿Quién más sería? Y repito, ¿qué demonios haces?", la voz se alzó, impaciente.
"¿Vas a retroceder de una vez o piensas seguir con esta idiotez?"
Antes de que Matlal pudiera replicar, otra voz apareció, suave y tranquilizadora, como un susurro entre las hojas.
"Mat, cálmate. No le hagas caso. Todo está bien... respira," dijo Identidad Dos, con una calidez que contrastaba con la agresividad de la primera.
Matlal soltó un suspiro, cerrando los ojos mientras las palabras lo envolvían. Aquellas voces eran tan parte de él como el aire que respiraba, fruto de heridas invisibles que nunca habían sanado. A veces, las sentía como una carga; otras, como un escudo.
Aunque compartían el mismo cuerpo, cada identidad tenía su propio propósito y función, creando una compleja red de pensamientos y emociones que Matlal luchaba por entender y controlar.
Sacudiendo la cabeza, decidió ignorarlas por ahora. Caminó hacia su viejo carro, sus pasos resonando en la calle. Mientras abría la puerta del vehículo, los recuerdos lo asaltaron como oleadas incesantes.
"Perder a mamá... es como perder una parte de mí mismo," murmuró, con la mirada fija en el parabrisas.
Sin más dilación, arrancó el motor y dejó que el vehículo lo llevara por un camino que no quería recorrer. La carretera se extendía frente a él, un río de asfalto que se perdía entre las sombras de las casas. Los muros a los lados parecían inclinarse, formando un túnel que lo aislaba del mundo exterior.
"No deberíamos volver a ese lugar," gruñó Identidad Uno de nuevo, rompiendo el silencio.
"Debes ser fuerte, Mat. No te dejes arrastrar por el dolor," intervino Identidad Dos, con un tono alentador.
Matlal apretó el volante, ignorándolas. Mientras conducía, los recuerdos lo invadían como olas implacables.
"No puedo creer que mamá se haya ido..." pensó, sintiendo un vacío en su pecho.
El rostro de Matlal, marcado por la fatiga y la melancolía, reflejaba la lucha interna que libraba. Sus ojos oscuros y profundos mostraban un abismo de tristeza, mientras su cuerpo delgado y ligeramente encorvado revelaba el peso de sus pensamientos y emociones.
Con el corazón pesado, Matlal se aventuró hacia el pueblo en su viejo carro, cuyos chirridos lo seguían. Cada golpe de las ruedas contra el pavimento despertaba emociones enterradas.
La carretera se desvanecía entre los árboles, la vegetación se arremolinaba como una sombra densa que lo envolvía en su abrazo verde. El paisaje se transformaba en un lienzo de nostalgia y arrepentimiento.
Cada metro recorrido por el camino marcaba el ritmo de un viaje que nunca deseó emprender.
Tras varias horas de viaje, Matlal empezó a recorrer el último tramo, un sendero de tierra por el bosque, el cual se acortaba cada vez más hasta dejar un solo carril.
Pero este viaje apenas comenzaba, y el destino, astuto y caprichoso, tenía otros planes para Matlal. El carro se convirtió en un juguete de la naturaleza, atrapado en el lodo y las malezas, como si fueran las manos de un titiritero invisible.
Mientras avanzaba por el estrecho sendero del bosque, el carro empezó a sacudirse y a hacer ruidos extraños. El carro avanzaba con dificultad por el terreno cada vez más agreste, hasta que el motor tosió y se apagó.
El silencio fue absoluto, roto solo por el crujir de las ramas bajo las ruedas.
Matlal apretó el volante con fuerza, sintiendo la frustración hervir en su interior.
"Perfecto... justo lo que me faltaba," gruñó, golpeando el volante con frustración.
Intentó arrancar el carro de nuevo, pero solo consiguió que el motor emitiera un gemido agónico antes de morir por completo.
Miró a su alrededor, notando cómo la vegetación se cerraba a su alrededor como una trampa verde y espesa.
"Faltaba tan poco", murmuró, mientras giraba la llave con la esperanza brillando en sus ojos.
"¡Vamos un intento más tú puedes!"
Intentó acelerar, pero las ruedas solo giraron en el barro, lanzando salpicaduras de lodo hacia todas direcciones. El carro se inclinó hacia un lado, provocando que las ruedas se hundiesen más en la tierra fangosa.
"Te dije que esto era una mala idea. ¿Contento ahora?", replicó Identidad Uno con un tono cargado de sarcasmo.
Sin más opción, Matlal descendió del vehículo, sintiendo el suelo ceder bajo sus botas. Cada paso que daba, sus pies se hundían más en el lodo resbaladizo, haciendo que avanzar fuera un esfuerzo titánico. El frío húmedo se colaba por las rendijas de sus botas, enviando escalofríos por su cuerpo.
"¡Maldición tendré que caminar!," exclamó con frustración, pateando una piedra cercana.
"Lo que me faltaba," añadió con un largo suspiro, mirando hacia el carro atrapado en el lodo.
Mientras observaba el auto, se preguntaba si aún había una posibilidad de salir del problema en que se encontraba.
Su mente estaba en constante agitación, y no tardó en escuchar la voz familiar de Identidad Uno replicar con un tono serio y acusador.
"Te dije que no debíamos venir, idiota." La voz resonaba cortante en su mente.
"¿Ya olvidaste por qué nos fuimos, Matlal? Juramos no volver."
Matlal sintió cómo la ira le subía por el cuerpo, mezclándose con la tristeza que lo había acompañado durante todo el viaje. Su voz se alzó, resonando con fuerza en el bosque.
"Ya lo sé, lo sé, pero ¿Qué quieres que haga?, ¿no acudir al propio funeral de mi madre?", gritó, sintiendo cómo sus manos temblaban.
El eco de sus palabras se perdió entre los árboles. Por un instante, las voces en su cabeza se silenciaron, aunque su presencia seguía allí, como un peso en el fondo de su mente. Inspiró profundamente, tratando de recuperar la compostura.
"Si no van a ayudar, cállense," murmuró, más para sí mismo que para ellas.
"Voy a caminar o nunca llegaremos," dijo Matlal, decidido a seguir adelante a pesar de las adversidades.
Se ajustó la chaqueta y comenzó a caminar, dejando el carro atrás. El crujido de las ramas bajo sus pies se mezclaba con el susurro del viento, mientras un eco lejano lo devolvía al presente con un sobresalto.
Se encontraba solo en un lugar que alguna vez llamó hogar, pero que ahora se sentía tan distante y ajeno como un sueño olvidado.