Soledad Novel
Es una novela ligera escrita e ilustrada por Jovan y Raquel.
Este volumen está basado en el desarrollo de un juego de los mismos autores, Retrata una ruta alternativa a la historia.
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El sonido insistente del teléfono cortó el silencio de la madrugada como un grito en la oscuridad. Matlal, de 25 años, se incorporó con el corazón martillándole el pecho.
"¿Quién me llama a esta hora?", murmuró con un largo bostezo, mientras frotaba sus ojos.
Se incorporó de la cama y contestó su celular, todavía adormilado.
"Hola, ¿Quién habla?"
Al otro lado de la línea, la voz quebrada de Ketzaly, su amiga de la infancia, quien arrastraba palabras cargadas de tragedia le hablo.
"Soy yo Ketzaly, ¿Estás ocupado? Matlal…"
Su voz temblaba mientras le comunicaba la devastadora noticia.
"Tu madre ha fallecido, Lo siento mucho,"
La noticia cayó como un golpe seco.
Matlal se quedó inmóvil, con el teléfono en la mano, sintiendo cómo el peso del pasado volvía a aplastarlo.
"¿Cómo?, ¿Por qué?, No entiendo," murmuró, apenas consciente de que sus labios se movían.
Por un momento, no pudo procesar lo que acababa de escuchar.
"No lo sé Matlal, la fundadora solo me dijo que el funeral se llevará a cabo en unas horas."
"Así que pensé en llamarte."
"¿La Fundadora? ¿Un funeral ya? No entiendo."
"La Fundadora dicta las reglas del pueblo, Matlal. Si lo olvidaste, no importa. Solo ven. Ya."
"Entiendo, de todas formas, gracias Ketzaly," Fueron las últimas palabras antes de colgar la llamada, mientras se quedaba pensando en busca de respuestas.
"Soy su único hijo, ¿no planeaban decirme nada?"
"Mi madre siempre dijo que ese pueblo era un nido de secretos podridos. Odiaba a la gente de ese pueblo, No lo entiendo... nada de esto tiene sentido."
Matlal se sentó en el borde de su cama, mirando hacia la ventana empañada por el frío de la madrugada. La luz débil de una farola cercana apenas penetraba la oscuridad de la habitación, proyectando sombras que parecían cobrar vida propia.
Después observo el reloj de pared, cuyo tic-tac solía ser reconfortante en las noches de tormenta, pero ahora resonaba ominosamente en el silencio que llenaba la habitación.
"Si salgo ahora, llegaré al amanecer... tal vez entonces todo tenga más sentido."
Cerró los ojos con fuerza, tratando en vano de contener las lágrimas que amenazaban con escaparse. Las imágenes de su infancia resurgían con cada recuerdo, trayendo consigo tanto alegrías como dolores que ahora parecían más agudos que nunca.
Decidido a no perder más tiempo se levantó y caminó lentamente por la casa, recorriendo cada habitación con la esperanza ilusa de encontrarla allí, como si su ausencia fuera solo un mal sueño del que pronto despertaría.
Matlal se detuvo frente a un viejo espejo en el pasillo, y por un momento, se perdió en su reflejo borroso. Su cabello oscuro y desordenado que caía sobre su frente, y sus ojos cafés oscuros parecían hundidos, reflejaban la fatiga y el dolor acumulados de años. La mirada de sus ojos parecía ocultar un mar de emociones que no podía articular ni siquiera para sí mismo.
Se sintió perdido y vulnerable, como si la realidad se hubiera desmoronado en torno a él y él fuera incapaz de reconstruir los fragmentos.
Matlal llevándose las manos a su cabeza con un dolor punzante, empezó a caminar casi por instinto lentamente, dirigiéndose a su auto. Con cada paso, su fuerza se desvanecía dejando caer el celular que tenía en la mano.
Si hubiera estado en circunstancias diferentes, este hubiera recogido el celular rápidamente y lo hubiera observado a detalle por alguna falla, pero en este momento él ni siquiera le prestó atención, solo siguió caminando casi como si no se hubiera dado cuenta.
El pasillo que recorría parecía crecer con cada paso, un túnel interminable que lo arrastraba hacia el abismo. Las paredes se cerraban, el aire pesaba, y el dolor en su cabeza latía como un tambor de guerra, amenazando con romperlo en pedazos.
Esto lo llevo a recordar el pasado, a aquellos días cuando él y su madre llegaron al pueblo de Tlatelchihualliel. Apenas tenía dos años cuando su vida dio un giro irreversible.
Era un lugar apartado, extraño, lejos del bullicio de las grandes ciudades y aislado incluso de otros pueblos. Allí, los secretos parecían brotar como raíces profundas en cada esquina, envolviendo todo en un aire opresivo.
Fue en ese entorno donde su infancia, marcada por el dolor, plantó las semillas de los traumas que más tarde darían forma a las identidades que ahora compartían su mente.
Mismas que se intensificaron cuando abandono el pueblo con la esperanza de encontrar alivio, pero su vida en ese entorno aislado y solitario acentuó sus problemas.
Y por si no fuera suficiente, el eco de voces familiares empezó a reverberar en su cabeza, primero como un murmullo, luego como un coro insistente. Habían estado con él desde niño, fragmentos de algo roto que nunca logró reparar. Y ahora, libres del medicamento que las mantenía dormidas, reclamaban espacio en su mente.
El medicamento que solía aliviarlo se había acabado, y en este momento, no tenía el tiempo ni la energía para ir a buscar más.
En su cabeza fragmentada se encontraban dos identidades con personalidad diferente, más la del mismo, y mientras se sumergía en sus pensamientos, las voces comenzaron a resonar en su cabeza, intensificándose con cada paso que daba lentamente por el pasillo.
"¡Déjalo todo! No hay nada para ti allí", siseó una voz, aguda y burlona dentro de su cabeza.
"No debes regresar, ella te necesita, Mat sabes que lo haces por ella", replicó otra, grave y reconfortante.
Matlal cerró los ojos, deseando que ambas se callaran, pero el silencio nunca llegaba.
"Cállense..." murmuró, pero el coro en su cabeza no cedía.
Finalmente, llegó a la puerta al final del pasillo, un trayecto que parecía no tener fin.
Cada paso había sido un esfuerzo titánico, sus piernas pesadas como el plomo y su mente, un torbellino de pensamientos oscuros.
De repente, el dolor paró y sus ojos se llenaron de lágrimas, dificultándole la visión.
El mundo a su alrededor pareció desvanecerse, dejándolo en un silencio absoluto donde solo podía escuchar las voces dentro de su mente.
Con una mano temblorosa, agarró el pomo. Detrás de la puerta no esperaba consuelo, ni respuestas, solo más preguntas y, aun así, la giró.
El aire frío lo envolvió como un susurro funesto. Algo esperaba al otro lado. Algo que lo había estado aguardando desde el momento en que dejó el pueblo.