Hace mucho tiempo había una niña muy inteligente llamada Celia a la que le encantaban las clases de Tecnología, Computación y Robótica, Historia y Educación Física. Como todas las chicas de su edad, estaba deseando tener amigos y amigas. Pero, por alguna razón, no conseguía llegar a las otras personas, lo que hizo que cayera mal a muchas personas. Desafortunadamente, esto le llevó a tener muy pocos amigos que apenas le hacían caso. Para más inri, la situación en clase no era mucho mejor, ya que sus compañeros la excluían de cualquier grupo de trabajo.
A pesar de tener un amigo, este priorizaba el jugar al fútbol con otros compañeros en lugar de hacerle compañía durante el tiempo de recreo.
Un día, un grupo de chicos y chicas de su clase se empezaron a burlar de ella en el recreo.
—¿Qué haces aquí tan sola? —dijo de forma sarcástica una de ellos.
—Déjame en paz —dijo Celia, haciéndole una mueca—. Igual me apetece.
Otra de las chicas le pegó un empujón y le tiró el bocadillo al suelo. Apenas si le había dado tiempo a comenzar a comérselo. La chica le echó una mirada de desprecio.
—Te vas a enterar —le dijo Celia cabreada.
—UUHH, mira, se le ha caído el bocadillo —se rió otra de las chicas del grupo de abusadores — ¿qué vas a hacer? ¿se lo vas a decir a tu mamá, bebé?
— JAJAJAJA —el resto se empezó a reír de ella. Una de las personas del grupo de abusadores cogió a la otra por el pelo y la tiró al suelo, haciendo que se ensuciara la ropa.
Celia se intentó levantar, pero otra de las personas del grupo la volvió a empujar. Esta vez fue peor, porque se cayó en un charco que había de la tormenta del día anterior, de forma que acabó empapada y sucia.
Los del grupo de abusadores se pusieron en corro, cerrándole el paso a Celia, por lo que no pudo levantarse en todo el recreo. Lo más doloroso es que los demás que estaban en el patio pasaban de largo, sin prestarle atención ni ayuda a Celia.
Cuando al fin terminó el recreo, se pudo incorporar, dándose cuenta de que la ropa estaba completamente manchada y empapada, con lo que no pudo volver a clase, sino que se tuvo que ir a casa a ponerse ropa limpia. Afortunadamente, vivía cerca del instituto, pero perdió una de sus clases favoritas, y se tuvo que enfrentar, a la vuelta, con la regañina de su madre por faltar a clase.
Pero la cosa no acabó ahí, no había día que Celia sufriera algún tipo de acoso por parte del grupo de bullies, cuando no era una zancadilla furtiva en el pasillo, alguien le pegaba un tirón y le tiraba lo que tuviera en la mano en ese momento al suelo, o alguien le empujaba contra las paredes o, simplemente la dejaban sin bocadillo. Lo comentó con sus padres, pero la ignoraron, diciendo 'que eran cosas de niños' y la conversación con el tutor fue peor: Le dijo "Algo les habrás hecho para que se comporten así contigo" y "Habla con ellos y solucionadlo". Evidentemente, nadie le pudo dar una solución a su problema que se agravaba más cada día que pasaba.
La ira de Celia, crecía cada día, ya que no entendía la situación y el por qué nadie le quería ayudar. Sabía que no le había hecho daño a nadie. ¿Por qué la trataban de esa manera?
Un día, harta de que no pudiera ir tranquila a clase o tomarse su bocadillo, habló por última vez con sus padres, pero no le hicieron caso. "Estamos muy ocupados" le dijo su madre. "Lo que tienes que hacer es aprender a tratar con la gente". Seguro que tú les estás fastidiando de alguna manera". Ella se defendía una y otra vez, pero no había forma de que le hicieran caso. "No sabes tratar con la gente" le regañó su madre. "Y como no aprendas, eso va a ser malo para tu futuro". Tienes que madurar".
Se fue a su cuarto llorando, no lo podía entender. ¿Por qué sus padres no le ayudaban? Se sentó en la cama y se miró al espejo. Su mirada empezó a ensombrecerse. Sus padres querían que ella solucionara el problema ¿no? Eso haría. Acabaría el problema de un plumazo.
Cuando sus padres se marcharon al trabajo, bajó a la cocina y se llevó la navaja que su padre había comprado en un área de servicio cuando fueron a visitar a sus abuelos. Celia probó el filo en un trozo de pan. Estaba bien afilada.
Se dirigió al instituto con la navaja en la mochila. "En este momento estarán en el recreo" pensó Celia "Esperaré a la hora de Matemáticas, que hoy tenemos examen y estarán todos concentrados en su tarea".
Llegó a la clase de matemáticas y se sentó en la última fila, justo detrás de los miembros del grupo que la había acosado y esperó que empezaran sus exámenes.
Cuando se inclinaron para escribir, Celia sacó la navaja de la manera más disimulada posible, y se la clavó a su compañero, el que el primer día la tiró al barro. Un grito de dolor desgarró el aire. La sangre le comenzó a brotar, extendiéndose por el suelo de la clase. El profesor alarmado se levantó para ver que pasaba. En ese momento, Celia, antes de que llegara, acuchilló a la que le tiraba el bocadillo al suelo todos los días. Otro grito se unió a los de su otro compañero.
Alarmados, sus compañeros comenzaron a gritar y salieron corriendo con el objetivo de quitarle la navaja a Celia y de inmovilizarla. Pero Celia comenzó a amenazar a todos con el filo de la navaja, haciéndole un corte a la mano de uno de sus compañeros.
La sangre corría y los compañeros y el profesor gritaron. El olor a sangre y los chillidos de socorro impregnaban el aula de un aura de desesperación y miedo. Finalmente la consiguieron inmovilizar entre varios compañeros. Celia dio un grito y el cuchillo cayó al suelo con un ruido metálico.
Celia empezó a notar que le faltaba el aire; no podía respirar. De repente, todo se volvió negro para ella, que sintió como caía al suelo entre los gritos y sollozos de sus compañeros.
Cuando abrió los ojos, solo vió oscuridad a su alrededor. Se incorporó y vió que estaba en su cuarto y que era noche cerrada. El silencio invadía la casa. "Todo ha sido un sueño. Me he debido quedar dormida después de comer", pensó. Tenía sed, iría por un vaso de agua. Se levantó y fue hacia la puerta, la abrió y salió al pasillo cerrándola de nuevo. Cuando se encendió la luz del pasillo, debajo de su cama algo resplandeció al incidir la luz en ello. Era la navaja de su padre , cubierta de sangre.
En la calle se vieron unas luces rojas y azules. Era la policía nacional llegando a su casa.
Cuentan que, a partir de ese día, si entras en el instituto después de que se ponga el sol y antes del amanecer, puedes escuchar los gritos y sollozos de los compañeros asesinados a manos de la niña, y unos pasos desesperados que van desde el aula, hasta una noticia amarilleada por los años, en el tablón de anuncios del Instituto.
"Niña adolescente, harta de recibir bullying de parte de sus compañeros, la emprende a navajazos con ellos".