"Existencia... ¿Qué palabra más ridícula? La repiten tanto, como si tuviera algún valor intrínseco, como si bastara con nombrarla para justificar todo este caos interminable. Nacer, vivir, morir... un ciclo vacío que llaman destino. Qué absurdo.
Fui alguien antes de esto, lo sé, aunque mi memoria sea un mar de sombras y destellos rotos. Tenía sueños, miedos, quizás ambiciones. Ahora no siento nada. Este cuerpo, esta piel, esta magia que dicen es un don… Todo es un disfraz que la eternidad me obligó a portar. Pero ¿por qué? ¿Qué propósito puede tener una vida renacida cuando la primera no tuvo sentido?
Los humanos son fascinantes en su ingenuidad. Inventan significados para su sufrimiento, mitos para sus miserias, dioses para sus preguntas sin respuesta. Crean guerras para llenar sus vacíos, construyen imperios para dejar un legado que el tiempo borrará con indiferencia. ¿Acaso no lo ven? Son cenizas jugando a ser fuego, polvo flotando en un viento sin dirección.
¿Y yo? Aquí estoy, atrapada en un reino que proclama grandeza y magia, rodeada de maravillas que otros darían todo por poseer. Pero ninguna de estas cosas puede llenar este vacío. No quiero poder, no quiero gloria, ni siquiera quiero amor. Todo me resulta… insípido.
A veces me pregunto si este aburrimiento absoluto es un castigo. Quizás alguna fuerza cósmica quiso darme un alma lo suficientemente lúcida como para ver la farsa, pero no lo suficientemente fuerte como para escapar de ella. Porque ¿cómo se huye del propio ser?
¿Y qué hay de los otros? Los que me rodean, los que me llaman princesa, los que me temen o me adoran... ¿Qué significan ellos? ¿Soy para ellos algo más que un ícono? ¿O simplemente reflejan en mí sus propias ambiciones, sus propios deseos rotos? Si ni siquiera puedo encontrar un propósito en mí misma, ¿cómo podría hallarlo en ellos?
Tal vez ese sea el gran chiste cósmico: buscar sentido donde no lo hay. Aferrarse al vacío y llamarlo destino. Quizás todos vivimos en la misma prisión; la diferencia es que yo puedo ver las cadenas, mientras ellos las confunden con adornos.
Pero al final, ¿importa siquiera? Todo lo que comienza termina. Todo lo que se construye se derrumba. Todo lo que vive… muere. Y yo, Lyra Everdawn, no soy la excepción, por mucho que la eternidad quiera convencerme de lo contrario."
El Salón del Crepúsculo
El Salón del Crepúsculo estaba bañado en una luz cálida que entraba por los vitrales, pintando figuras danzantes sobre las paredes de mármol. Lyra Everdawn estaba sentada junto a una ventana, con la mirada perdida en el horizonte de su reino. En ese momento, la puerta se abrió con un susurro, y la reina Selene Veylith, su madre, entró con elegancia, portando un vestido azul perlado que brillaba como el cielo nocturno.
Selene la miró con preocupación, su expresión reflejando una mezcla de amor y ansiedad.
Selene: "Lyra, querida… necesito hablar contigo."
Lyra: (sin apartar la mirada de la ventana) "Hablar, madre, o sermonear sobre las obligaciones de la princesa heredera. ¿Qué será esta vez? ¿El consejo real? ¿Las expectativas de mi posición? ¿O acaso el dichoso matrimonio que tanto ansías para mí?"
Selene: (suspirando mientras se sienta frente a su hija) "No pretendo sermonearte, hija mía, pero como madre… estoy preocupada. Tú eres mi primogénita, mi mayor orgullo. Tu belleza y talento son innegables, pero tu corazón... está distante, como si algo dentro de ti se hubiera apagado."
Lyra: (con una risa fría) "¿Apagado? Madre, mi corazón nunca estuvo encendido. No soy como las otras, las que sueñan con amor, con gloria, con príncipes que prometen mundos vacíos. ¿Por qué habría de pretender interés por un matrimonio que solo añadiría otra cadena a esta vida insípida?"
Selene: (mirándola con tristeza) "No es solo el matrimonio, Lyra. Es tu alma. Eres joven, y sin embargo, hablas como alguien que ha vivido mil años. ¿Por qué cargas con tanto desdén? Hay bondad en el mundo, hija. Hay cosas hermosas por las que vale la pena luchar, cosas que podrías descubrir si te abrieras a ellas."
Lyra: (girándose finalmente hacia su madre, con sus ojos cristalinos brillando con un vacío inquietante) "¿Cosas hermosas? Madre, ¿te refieres al amor que perece con el tiempo? ¿A los reinos que se alzan solo para ser reducidos a cenizas? Todo lo que consideras valioso no es más que un espejismo, un suspiro en el interminable abismo de la existencia. Yo veo lo que otros no ven: la inevitable caída de todo."
Selene: (con voz temblorosa, tratando de alcanzar a su hija) "Lyra, no puedo aceptar que pienses así. Tú eres más que este nihilismo que te consume. Eres mi hija, y aunque no lo veas, hay quienes te aman profundamente, quienes darían todo por ti. Yo… daría todo por ti."
Lyra: (su voz se suaviza, pero su expresión permanece distante) "No dudo de tu amor, madre. Pero incluso eso, tan noble como parece, es solo otra ilusión que el tiempo destruirá. Si insistes en casarme, que sea por conveniencia. El amor, como todo lo demás, no tiene cabida en mi mundo."
Selene: (se levanta lentamente, la tristeza marcada en su rostro) "No deseo imponerte nada, Lyra. Solo deseo que encuentres algo… lo que sea… que te devuelva a la vida. No eres solo una princesa; eres mi hija. Y aunque me duele verte así, jamás dejaré de esperarte, jamás dejaré de quererte."
La reina se retiró con pasos suaves, dejando a Lyra sola en el salón. Por un instante, el vacío de sus ojos pareció tambalearse, pero se desvaneció tan rápido como llegó. Lyra volvió la vista al horizonte, como si las palabras de su madre fueran solo otro eco en su interminable abismo interior.
El salón quedó en silencio tras la partida de la reina Selene. Lyra se quedó inmóvil, sus ojos azules fijos en el horizonte, pero su mente viajaba lejos, hacia la figura del hombre con quien su madre insistía en emparejarla: el príncipe Kaelen Draelthorn, heredero del reino de Vyrnalia.
Kaelen era exactamente lo que uno esperaría de un príncipe: imponente, de cabello plateado como el acero y ojos verdes intensos que parecían atravesar a cualquiera que se atreviera a enfrentarlo. Su reputación como estratega brillante y guerrero indomable lo precedía. Sin embargo, lo que realmente definía a Kaelen era su ambición. No tenía interés en las sutilezas de la diplomacia; quería poder, quería gloria.
Lyra había compartido con él unas pocas palabras en reuniones diplomáticas anteriores. Kaelen había sido cortés, incluso encantador, pero su mirada siempre traía consigo la misma chispa que Lyra encontraba en todos los demás: el deseo por algo más, una necesidad de aferrarse a lo que él consideraba trascendente. Lyra, en cambio, no tenía nada que aferrar.
Lyra: (hablándose a sí misma, con un tono bajo y frío) "Kaelen Draelthorn… un hombre de objetivos claros y ambiciones ardientes. Qué irónico que nuestras vidas terminen entrelazadas, cuando su fuego solo encontrará el hielo que llevo dentro."
Se levantó de su asiento y caminó hacia un espejo de cuerpo entero en un rincón del salón. Su reflejo la observó con una frialdad que igualaba la suya propia. La princesa Lyra Everdawn, una figura casi perfecta, envuelta en la magia y el linaje de un reino que dependía de ella.
Lyra: (mirándose en el espejo) "¿Qué diferencia hace si es por amor o interés? El resultado es el mismo. Un acuerdo entre reinos, un lazo sellado con la esperanza de evitar conflictos y garantizar prosperidad. Mi deber no es conmigo misma; es con Everdawn. Si mi existencia carece de propósito, al menos mi título puede servir para algo. Cumpliré mi papel, como siempre lo he hecho."
Recordó las palabras de Kaelen durante su última conversación, meses atrás, cuando ambos reinos discutían los términos de su posible unión.
Kaelen: (en el recuerdo, su voz firme y segura) "Princesa Lyra, no soy un hombre que busca amor. No tengo tiempo para romanticismos vacíos. Pero unimos fuerzas por el bien de nuestros pueblos, y juntos podríamos conquistar más que simples acuerdos diplomáticos. Tú y yo, unidos, podríamos reescribir el destino de Vyrnalia y Everdawn."
Lyra: (en el recuerdo, con su habitual indiferencia) "Destino… Qué palabra tan inútil. No espero nada de ti, príncipe Kaelen, al igual que no espero nada de este mundo. Si nuestra unión sirve a los intereses de nuestros reinos, entonces acepto. Pero no esperes devoción, ni pasión, ni ilusión de mi parte. Haré lo que se espera de mí, nada más."
De vuelta en el presente, Lyra apartó la mirada del espejo y volvió a la ventana, observando cómo el sol descendía lentamente, tiñendo el cielo de un carmesí apagado.
Lyra: (susurrando para sí misma) "El matrimonio con Kaelen será un juego de poder. Él buscará su gloria, yo buscaré cumplir con mi deber. ¿Y el resto? No importa. Nunca lo ha hecho."
Con ese pensamiento, Lyra dejó el salón, su silueta desapareciendo en la penumbra mientras la noche caía sobre Everdawn, tan fría y eterna como la princesa misma.