La tarde caía lentamente sobre el campus, tiñendo el cielo en un espectáculo de tonos anaranjados y rosados que se desvanecían suavemente en el azul oscuro de la noche. Cada rincón de la universidad parecía iluminado por una luz cálida y nostálgica, como si el sol mismo se estuviera despidiendo de aquel día. Riven, con el peso de las últimas horas de clases aún aferrado a sus hombros, cerró la cremallera de su mochila con un suspiro que parecía llevar consigo toda la fatiga acumulada de la semana. Sentía un cansancio profundo, de esos que no solo se manifiestan en el cuerpo, sino que también calan en el ánimo, dejándolo exhausto y un tanto resignado.
A pesar de su fatiga, aún le quedaban tareas por cumplir. Debía dirigirse a su nueva casa, un modesto departamento donde había rentado una de las habitaciones. Su antiguo arrendador, en una decisión repentina, había vendido el edificio en el que vivía, obligándolo a buscar un lugar más económico, ya que su salario apenas le alcanzaba para cubrir sus gastos. El cambio de residencia era algo que prefería evitar, pero las circunstancias lo habían obligado a adaptarse.
Con dedos algo temblorosos por la tensión del día, sacó un cigarrillo de su gastado paquete y lo encendió con un encendedor al que ya apenas le quedaba combustible. Aquel encendedor era su único vínculo tangible con su padre, un hombre cuya imagen se desdibujaba en los rincones de su memoria, pero cuya ausencia seguía pesando como una sombra. La primera bocanada de humo llenó sus pulmones, trayendo consigo una calma efímera que se extendió por su cuerpo como una caricia. El sabor amargo del tabaco se mezclaba con la dulzura de la nicotina, brindándole una pausa momentánea en medio del torbellino de pensamientos que siempre lo acompañaban.
Con el cigarro en la mano, Riven comenzó a caminar sin prisa, dejando que el humo se elevara y se disolviera en el aire de la noche, formando volutas que se desvanecían en la oscuridad. A medida que avanzaba, observaba el campus, ya casi desierto, con los estudiantes apurando el paso hacia sus casas o quedándose en pequeños grupos, riendo y charlando en las bancas. Simplemente lo ignoro y pronto llego a la parada del autobús, Riven se detuvo y apoyó la espalda contra el poste metálico. El frío del metal se le filtró por la ropa, haciéndolo estremecer, pero le resultaba casi agradable en su estado de letargo. Miró hacia el horizonte, observando cómo las luces de la ciudad parpadeaban en la distancia, dándole a la urbe una apariencia vibrante y casi mística. Era un recordatorio de lo diminuto e insignificante que se sentía en comparación con la vastedad de la vida que lo rodeaba.
Un par de minutos pasaron en silencio, y Riven cerró los ojos, permitiéndose un momento de quietud. El bullicio de los autos, los murmullos de la gente, los pasos apresurados, todo eso se desvanecía en el fondo de su mente, dejándolo en un extraño estado de paz. La espera del autobús parecía prolongarse más de lo habitual, como si el universo disfrutara de hacerle una pequeña jugarreta. Con un suspiro resignado, sintió cómo la impaciencia crecía en su pecho, esa impaciencia que había llegado a conocer tan bien: el descontento de una vida atrapada en una rutina interminable.
Entonces, el sonido familiar de una notificación lo sacó de su ensimismamiento. Sacó el teléfono del bolsillo y vio que era un aviso de la novela que estaba leyendo: "Soy el Elemental más fuerte". Riven hizo una mueca irónica. Había comenzado a leer esa historia casi por accidente, más por curiosidad morbosa que por verdadero interés. Sabía que la trama era genérica y que el protagonista, lejos de inspirar simpatía, le resultaba irritante. El protagonista era tedioso y su actitud desesperante; no entendía cómo había logrado engancharse en una novela que parecía más bien una excusa para escenas subidas de tono. Aun así, no podía evitar abrir la aplicación y revisar el nuevo capítulo. Era una distracción, un escape temporal de la monotonía de su vida.
Mientras las luces parpadeantes del autobús se reflejaban en las ventanas, Riven se dejó llevar por el vaivén del vehículo, tratando de despejar su mente. Había cerrado la aplicación de la novela en su teléfono, pero la historia todavía rondaba en su cabeza. Sin embargo, su atención se desvió bruscamente cuando escuchó, a unos asientos de distancia, una voz femenina que murmuraba algo sobre "el que parece drogadicto".
Riven frunció el ceño, sintiendo una punzada de irritación. Volteó discretamente, fingiendo ajustar la posición de su mochila. Fue entonces cuando notó a la dueña de aquella voz: una pelirroja de ojos verdes intensos que parecían brillar bajo la luz tenue del autobús. Su cabello caía en ondas sobre sus hombros, y llevaba una chaqueta de cuero ajustada que le daba un aire atrevido, complementado por unos jeans oscuros que abrazaban sus piernas torneadas. Su expresión era de un descaro encantador, y en sus labios se dibujaba una ligera sonrisa mientras miraba en su dirección.
Junto a ella, otra chica, de apariencia más delicada, le susurraba algo al oído, visiblemente sonrojada. Tenía el cabello castaño, y aunque no poseía el mismo aire provocador que la pelirroja, su mirada era cálida, casi tierna. Sus grandes ojos brillaban con timidez, y llevaba puesta una sudadera suelta que contrastaba con su figura, especialmente con sus pechos, voluminosos y redondeados, que parecían apenas contenidos por la tela.
—¿El que parece drogadicto? —dijo la pelirroja de nuevo, esta vez en un tono un poco más alto, y Riven sintió un calor incómodo en las mejillas. Sí, estaba algo demacrado últimamente. Las noches sin dormir y las horas largas de estudio pasaban factura, y su cabello rebelde tampoco ayudaba a suavizar su aspecto. Además, sí fumaba marihuana de vez en cuando, pero eso no lo hacía un drogadicto.
La castaña miró a la pelirroja, riendo en un tono bajo y apretando sus labios como si le diera vergüenza la conversación. Riven apenas alcanzó a escuchar su susurro.
—¡Cállate! —le recriminó en voz baja—. Aunque… se ve bien, creo. —Luego, como si se arrepintiera, agachó la cabeza, ocultando una sonrisa en sus manos.
La pelirroja rió por lo bajo y arqueó una ceja en dirección a Riven. El autobús avanzaba lentamente, y el movimiento hizo que la castaña casi se resbalara de su asiento, momento en el cual la pelirroja la sujetó de los hombros con una risa suave.
—Es que… ¡míralo! Tiene ese aire como de chico malo. Me gusta. —Dijo la pelirroja con una sonrisa traviesa, mirándolo de reojo, sin importarle si él las escuchaba o no.
Riven, intentando no sonreír, se recargó en el respaldo de su asiento y miró por la ventana, sin poder evitar que algo de esa conversación se le quedara en la mente. Había tenido sus días de "chico malo" en el pasado, pero hacía tiempo que ya no se preocupaba mucho por su imagen. Estaba sumido en sus propios problemas, y el último de sus pensamientos era cómo lo percibían los demás. Aun así, el interés despreocupado de las chicas le provocó una ligera satisfacción.
El autobús seguía avanzando, cruzando las calles iluminadas por los anuncios de neón y el resplandor de las tiendas que aún permanecían abiertas. En un momento, el tráfico se detuvo por completo. Un grupo de jóvenes pasó corriendo frente al autobús, riendo a carcajadas, mientras uno de ellos encendía una bengala que iluminó momentáneamente la oscuridad de la calle.
Las chicas también observaban el espectáculo. La castaña volvió a hablar, esta vez en un tono más bajo, casi susurrando.
—No entiendo por qué siento que lo conozco… —dijo, mordiéndose el labio—. O al menos, siento que he visto a alguien como él en alguna parte.
—¿Quizás en una de esas películas de chicos misteriosos y melancólicos? —bromeó la pelirroja, fingiendo poner cara de pensativa y luego lanzando una risa.
Riven soltó una pequeña carcajada por lo bajo, lo suficiente para que las chicas lo notaran. Al percatarse de que él las había escuchado, la castaña se sonrojó profundamente y bajó la mirada, ocultando una sonrisa en su bufanda, mientras la pelirroja simplemente le guiñó un ojo, desbordante de seguridad y sin ningún rastro de vergüenza. La chispa de coquetería en su mirada verde lo desarmó momentáneamente, haciéndolo sentir expuesto y nervioso, como si fuera un adolescente atrapado en un juego de miradas.
Sin saber muy bien qué hacer o decir, Riven se encogió de hombros y se dio la vuelta, aún intentando procesar la inesperada atención. Notó, de repente, cómo el cielo se oscurecía cada vez más y una lluvia ligera comenzaba a caer, golpeando el parabrisas del autobús en un repiqueteo constante que crecía en intensidad con cada minuto que pasaba. "carajo," murmuró para sí mismo con un suspiro irritado, observando cómo las gotas se acumulaban en las ventanas y distorsionaban las luces de la ciudad en un caleidoscopio de colores difusos.
El autobús se movía con lentitud por las calles mojadas, haciendo que el ambiente se tornara aún más melancólico. En cierto modo, agradeció la lluvia y el clima. Aunque dificultaban su camino, también ofrecían una excusa perfecta para mantener su distancia y no iniciar ninguna conversación. La verdad era que, aunque le habían halagado y eso le había elevado un poco el ánimo, la timidez y la fatiga pesaban mucho más en él que cualquier impulso social en ese momento.
Miró de nuevo su reflejo en la ventana, entre las gotas que se deslizaban por el vidrio. Las palabras de las chicas seguían resonando en su mente, como un eco que lo hacía sonreír a pesar de sí mismo. No recordaba la última vez que alguien le había prestado ese tipo de atención, y menos aún con un tono halagador. Era consciente de que las ojeras bajo sus ojos y la barba incipiente que llevaba le daban un aspecto un tanto descuidado, pero el que alguien viera en eso un aire "sexy" era algo que no le habría pasado por la mente. Con una sonrisa leve, se recostó un poco más en su asiento, tratando de mantener su semblante sereno mientras disfrutaba de ese pequeño golpe a su autoestima, tan necesitado en esos días grises.
El autobús avanzaba lentamente, cruzando las avenidas iluminadas por los faroles de la ciudad, que ahora parecían arcos de luz en medio de la bruma que la lluvia creaba. Las tiendas y cafeterías en el camino comenzaban a cerrar, y el paisaje que pasaba por su ventana adquiría un toque melancólico y nostálgico. Se sumergió en sus pensamientos, fantaseando por un instante con la idea de acercarse a las chicas, tal vez pedirles sus números o invitarlas a tomar algo. Sabía que era una fantasía fugaz, algo que nunca haría, pero no pudo evitar imaginarse esa pequeña posibilidad mientras el autobús continuaba su trayecto. La fatiga y la timidez, sin embargo, lo retenían en su asiento como una especie de ancla invisible.
Al pasar por una calle empedrada, el autobús se sacudió ligeramente, y Riven se sujetó del asiento. Sintió un tirón en el estómago; el movimiento brusco lo sacó de su ensimismamiento, y miró a su alrededor. La castaña estaba riendo mientras intentaba mantener el equilibrio, apoyándose en la pelirroja, que seguía mirándolo con un destello de picardía en sus ojos verdes. Sus miradas se cruzaron nuevamente, y Riven sintió cómo una ligera punzada de nerviosismo recorría su cuerpo. No estaba acostumbrado a ser el centro de atención, mucho menos a recibir miradas tan directas y llenas de interés.
Finalmente, el autobús disminuyó la velocidad y se detuvo en su parada. La lluvia afuera había aumentado, creando un manto de agua que parecía envolver la ciudad en una especie de cortina de neblina y sonido. Riven suspiró aliviado, agradecido de que el viaje no hubiera tenido complicaciones. Se puso de pie lentamente y, sacando una sudadera negra de su mochila, se la colocó sobre los hombros, ajustándola en un gesto automático que revelaba su familiaridad con el clima lluvioso.
Echó un último vistazo a las chicas que habían estado hablando de él. La castaña, aún un poco sonrojada, le devolvió una sonrisa tímida, mientras la pelirroja de la chaqueta de cuero le lanzó otro guiño, esta vez acompañándolo con una sonrisa amplia que parecía desafiarlo a responder. Con una mezcla de timidez y gratitud, Riven levantó una mano en un saludo rápido y torpe antes de bajar del autobús, sintiendo el rubor en sus mejillas al tiempo que notaba sus miradas seguirlo hasta que se perdió en la lluvia.
El frío y la humedad lo envolvieron en cuanto sus pies tocaron la acera, y Riven se encogió ligeramente, hundiéndose más en su sudadera. Las gotas de lluvia caían pesadas sobre él, como si el cielo descargara un peso acumulado, pero a él le importaba poco. Aquel breve encuentro en el autobús había sido como un rayo de luz inesperado, algo que, aunque efímero, le había devuelto un pequeño trozo de esperanza. No tenía idea de quiénes eran esas chicas ni si las volvería a ver, pero en ese instante, mientras caminaba bajo la lluvia hacia su nuevo departamento, con el sonido del agua como único acompañante, se permitió sonreír.
Riven avanzó con pasos pesados, sintiendo cómo la fría humedad de la noche se colaba por cada rincón de su ropa. El sonido de sus pisadas sobre el asfalto mojado era la única compañía en su trayecto solitario hacia el nuevo departamento. El aroma fresco de la lluvia llenaba el aire, un olor que siempre lo transportaba a esos días de su infancia cuando su madre lo acurrucaba junto a la ventana, señalando las gotas que corrían como pequeñas carreras hacia el borde. Ahora, aquel recuerdo parecía un fragmento de una vida lejana, irreal, como si perteneciera a alguien más.
Se ajustó la correa de la mochila, aferrándose a la delgada hebra de nostalgia que le quedaba. Encendió otro cigarrillo, un ritual que siempre le recordaba a su padre, y dejó que el humo escapara de sus labios, mezclándose con la neblina de la lluvia que ahora caía con una intensidad suave pero constante. Caminaba a un ritmo lento, casi arrastrando los pies, mientras el mundo parecía sumirse en un silencio etéreo, roto solo por el murmullo de la ciudad.
La noche era su compañera habitual; el vacío de las calles y la soledad de la oscuridad le daban la paz que rara vez encontraba en la rutina diurna. Las luces de los edificios parpadeaban a lo lejos, distorsionadas por las gotas en sus pestañas. Observó su reflejo en una vidriera, dándose cuenta de las sombras bajo sus ojos, el aspecto demacrado de alguien que ya no dormía bien, o tal vez de alguien que se había resignado a vivir en esa especie de limbo emocional. Mientras inhalaba el amargo sabor del tabaco, su mente volvía a ella: su madre, la única persona que había significado un verdadero hogar.
Riven cerró los ojos un segundo, recordando la calidez de su sonrisa, el consuelo de sus manos acariciando su cabello. La habían enterrado en un día similar a este, bajo una lluvia que parecía llorar con él. Había sido un golpe devastador, un puñal que lo había dejado desgarrado por dentro, y desde entonces, el mundo le parecía hueco, vacío. A menudo pensaba en los "abuelos" que la habían despreciado por su relación con su padre, un hombre de clase trabajadora. La familia de su padre ni siquiera había asistido al funeral, dejando en claro que Riven estaba completamente solo en este mundo.
Suspiró, sacudiéndose esos pensamientos oscuros y dolorosos, y se centró en la sensación de la lluvia cayendo sobre su piel, refrescante y despiadada a la vez. Su vida era un ciclo monótono de trabajo y estudios; apenas había lugar para algo más. Solo existían unas pocas personas con las que mantenía un leve contacto, Laia, su compañera en uno de sus empleos, y Yumi, una chica que apenas conocía pero que siempre tenía una sonrisa para él. Sin embargo, aquellos vínculos parecían insustanciales en comparación con la densa soledad que lo asfixiaba cada día.
El viento frío lo hizo encogerse en su chaqueta, acelerando el paso para llegar pronto a su nuevo edificio. Sabía que encontrar un hogar estable sería difícil, pero lo había aceptado como parte de su destino. Quizás, en el fondo, había dejado de esperar algo más. Bromeaba consigo mismo sobre la improbable posibilidad de que una anciana millonaria lo adoptara o incluso lo tomara como su "sugar baby," pero sabía que incluso eso era una fantasía absurda.
Finalmente, el letrero del pequeño supermercado cercano a su departamento apareció ante sus ojos. Entró con prisa, buscando una sopa instantánea y algo rápido para llevar a casa. Mientras pagaba, observó cómo la lluvia caía con más fuerza afuera, y su humor, ya sombrío, empeoró. Se ajustó la capucha de su chaqueta y salió, apretando el paso mientras la lluvia se volvía más intensa y los charcos se acumulaban en las aceras.
Con la bolsa en una mano y el cigarrillo en la otra, avanzó hasta llegar a la esquina, esperando el cambio de la señal de peatones. La lluvia caía como una cortina densa que oscurecía la vista, y los faros de los coches se reflejaban en las calles empapadas, creando una escena de luces distorsionadas y sombras fugaces. Cuando el semáforo finalmente cambió, comenzó a cruzar la calle, perdido en sus pensamientos, imaginando el calor de una ducha y el alivio de quitarse los zapatos.
De repente, unas luces intensas se acercaron a gran velocidad, y antes de que pudiera reaccionar, sintió el golpe brutal que lo lanzó al aire. Su cuerpo cayó pesadamente al pavimento mojado, y el mundo se convirtió en un remolino de dolor y confusión. El asfalto frío y duro lo recibió sin piedad, y sintió cómo la lluvia continuaba cayendo sobre él, indiferente a su sufrimiento.
El dolor era cegador, una mezcla de agonía punzante que recorría cada centímetro de su ser. Podía oír vagamente los gritos de la gente a su alrededor, el sonido de las bocinas y el murmullo de voces que parecían venir de otro mundo. Con cada segundo que pasaba, su visión se volvía más borrosa, y el frío del suelo mojado comenzaba a sentirse como un consuelo extraño en medio del caos.
Con un esfuerzo desesperado, levantó la mano, intentando alcanzar al conductor que se había detenido y bajaba del coche, mirándolo con horror y sin saber qué hacer. Pero Riven ya no podía distinguir su rostro; su vista se oscurecía lentamente, y sus pensamientos vagaban en direcciones cada vez más difusas. Entre el dolor y la confusión, pensó en su madre, en Laia y Yumi, en los rostros que nunca volvería a ver, en el cigarrillo que no había terminado.
Mientras se hundía en la inconsciencia, una extraña calma lo invadió. La oscuridad que se apoderaba de su visión ya no le parecía aterradora; era acogedora, como una promesa de descanso que nunca había encontrado en la vida. Soltó un suspiro final, permitiéndose abandonarse en el olvido, y con ese último pensamiento de paz, dejó que la oscuridad lo envolviera por completo.
Riven sintió como si flotara en un abismo profundo, un vacío silencioso y acogedor donde no existía ni el tiempo ni el dolor. La oscuridad lo envolvía como un manto tibio, y aunque no veía nada, tampoco sentía temor. Fue entonces cuando, sin previo aviso, una sacudida violenta rompió esa calma, como si una mano invisible lo hubiera arrancado de ese limbo y lo hubiera empujado de regreso al mundo. Un jadeo ahogado salió de su garganta mientras se encontraba respirando de nuevo, con desesperación, como si hubiera estado bajo el agua, aguantando la respiración por una eternidad.
Trató de ponerse en pie, pero sus piernas temblaban, inestables, como si no le pertenecieran del todo. Su entorno era diferente, tan extraño y desconcertante que por un momento creyó que aún seguía soñando. La habitación donde se encontraba era amplia, con una estética lujosa y moderna. Las paredes estaban cubiertas por un revestimiento negro mate, y una tenue luz iluminaba el espacio desde una serie de lámparas de diseño minimalista que colgaban del techo. Todo parecía salido de una revista de alta gama: los muebles de líneas finas y pulcras, una cama enorme con sábanas de un gris profundo, y un ventanal que ofrecía una vista panorámica de una ciudad desconocida, donde las luces titilaban en la distancia como estrellas artificiales.
Se miró las manos y notó con extrañeza que su piel era inusualmente pálida, casi traslúcida, como si jamás hubiera sido tocada por el sol. El dorso de sus manos era delgado, elegante, con dedos largos y afilados que parecían pertenecer a alguien más. Su cuerpo entero le resultaba ajeno. Una punzada de pánico lo impulsó a moverse, y aunque sus piernas aún se sentían extrañas, logró tambalearse hacia un mueble que parecía tener un espejo.
Al acercarse, la visión que tuvo en el reflejo lo dejó sin aliento. Frente a él estaba un rostro que no era suyo, un rostro masculino, etéreo y extraordinariamente atractivo, con un aire de elegancia y serenidad que parecía ajeno a cualquier tipo de preocupación terrenal. Su cabello era largo y de un blanco puro, tan fino y lacio que caía hasta el suelo en una cascada perfecta, brillando tenuemente a la luz de la habitación. Sus ojos, de un escarlata profundo y brillante, lo observaban desde el espejo con una expresión apacible, casi aburrida, como si estuvieran acostumbrados a ver más de lo que él jamás podría imaginar. Los rasgos eran delicados, armoniosos, con un mentón afilado y pómulos altos, y una piel que parecía hecha de porcelana.
Riven parpadeó, perplejo, tratando de procesar lo imposible. Frente a él, el espejo le devolvía la mirada de unos ojos escarlata intensos, fríos y cautivadores, que parecían esconder secretos insondables. Esos ojos, profundos como un pozo sin fondo, eran suyos ahora, igual que la larga melena blanca que caía con elegancia hasta el suelo, contrastando con su piel pálida y perfecta, como si fuera esculpida en mármol. El toque de sus dedos sobre el vidrio fue un eco de incredulidad. La sensación era real, tangible. Él, Riven, estaba en el cuerpo de Kazuo Sharma, el Kazuo Sharma.
Kazuo Sharma. Recordaba cada detalle de ese enigmático personaje, el último heredero de una de las familia más influyente de Zhaoxia, un imperio vasto y antiguo, cuyos territorios y cultura eran un intrincado mosaico de influencias orientales: arquitectura al estilo chino, tradiciones y arte de un refinado toque coreano, y una sofisticación tecnológica y estética que evocaba el Japón imperial. Zhaoxia era una nación rica, poderosa, un centro de intrigas políticas y mágicas. Los Sharma, su familia, no solo ostentaban riquezas incontables, sino también habilidades que ningún otro clan había logrado dominar. Kazuo no solo era millonario; era un prodigio elementalista, dominando no uno, sino cuatro elementos: Aire, Fuego, Rayo y Hielo, cada uno en niveles descomunales, desde el rango S hasta el rango S+++, un poder temido y reverenciado en Zhaoxia.
Sin embargo, el personaje de Kazuo era complejo. A pesar de tener todo a su disposición, su habilidad, su riqueza, y su estatus, lo caracterizaba una indiferencia melancólica, un vacío existencial que lo hacía parecer desinteresado incluso en su propio poder. Kazuo era conocido por su frialdad, su desapego y una profunda tristeza que nadie lograba comprender.
La ironía de estar en el cuerpo de alguien tan poderoso y desconectado de todo le resultó casi cómica a Riven. Él, que siempre había sentido que le faltaba algo, que ansiaba una vida distinta… ahora tenía todo eso, pero en una versión trágica y distante.
Se llevó una mano al pecho y sintió los latidos de un corazón que no era el suyo, un corazón calmado y constante, como si perteneciera a alguien que había conocido el caos y el dolor y los había superado. Miró hacia abajo, inspeccionando la ropa que llevaba puesta. Una túnica negra de diseño refinado, con detalles en un rojo intenso que resaltaban su figura alta y esbelta. Cada pliegue, cada costura parecía hecha a la medida, como si la tela misma entendiera su lugar y formara un marco perfecto alrededor del cuerpo de Kazuo, dándole un aire de nobleza y misterio.
De repente, escuchó el suave roce de unos pasos acercándose. Se giró rápidamente, y al hacerlo, su cabello blanco como la nieve ondeó alrededor de él, enmarcando su rostro en una cascada de plata sedosa. La puerta de la habitación se abrió, y Riven se quedó sin palabras al ver a la mujer que entraba. Era alta y elegante, su figura curvilínea resaltada por un traje ajustado, de tela suave y brillante, que delineaba cada curva con precisión provocadora. Su cabello, de un color naranja ardiente, caía en ondas hasta sus hombros, y su expresión, mezcla de profesionalismo y picardía, irradiaba una belleza seductora y peligrosa.
La mujer hizo una pequeña reverencia, inclinándose lo suficiente para revelar un escote que parecía calculado para atraer miradas. Luego levantó la vista y lo observó con una sonrisa leve en los labios.
—Señor Kazuo, el desayuno está listo —anunció con voz aterciopelada, pausada y con un tono que parecía acariciar cada palabra—. Cuando desee, puede dirigirse al comedor.
Riven parpadeó, procesando la escena. No podía recordar el nombre del personaje en la novela, pero estaba seguro de que esta mujer debía ser alguien cercano a Kazuo, posiblemente una asistente o una guardaespaldas. Trató de mantener la compostura, imitando la indiferencia de Kazuo, y asintió levemente.
—Gracias —respondió Riven, con una voz sorprendentemente profunda, controlada, incluso sedosa, que resonaba en el aire con una frialdad digna de Kazuo. Apenas pudo creer la facilidad con la que emuló ese tono distante, el mismo que había leído en la novela y que ahora formaba parte de él.
La mujer, con una sonrisa apenas insinuada, hizo una ligera reverencia y se retiró, dejándolo en la habitación. Riven permaneció en silencio, observando su reflejo una última vez antes de dirigir la mirada hacia el ventanal. Zhaoxia se extendía ante él en un espectáculo grandioso y cautivador: una metrópolis brillante, donde las líneas modernas de los rascacielos se mezclaban con la majestuosidad de templos antiguos, edificios de piedra tallada y torres iluminadas que destellaban como estrellas en la noche. Podía ver puentes colgantes que cruzaban ríos como cintas de luz, y más allá, las montañas cubiertas de niebla que delineaban el horizonte, tan antiguas como el mismo imperio.
Riven respiró profundamente, intentando calmar el caos en su mente. "¿Un desayuno…?" Recordaba, vagamente, que Kazuo tenía un servicio completo a su disposición en el penthouse de la familia Sharma. Se preguntaba cuántos sirvientes había en total, cuántos pasillos y habitaciones componían esa lujosa residencia y, sobre todo, cuántos ojos lo observaban en silencio, esperando que él —o, mejor dicho, Kazuo— actuara según sus expectativas. En la novela que había leído, Kazuo era un personaje de segundo plano, alguien que rara vez brillaba en la trama principal. Y sin embargo, ahora que él lo habitaba, se daba cuenta de la magnitud de la vida que debía representar. Agradecía no ser el protagonista, con todo el peso que eso traería, pero el pensamiento también le dejaba una inquietud: Kazuo no tenía el lujo de la anonimidad.
Un gruñido de su estómago lo devolvió a la realidad, y decidió seguir las palabras de la mujer. Con paso lento y un aire que esperaba fuera lo suficientemente digno de Kazuo, se adentró en los pasillos. Pisaba mármol frío y brillante, que reflejaba su silueta como un fantasma, y las paredes, altas y decoradas con columnas intrincadas, lo hacían sentir como una figura diminuta en un reino monumental. Las paredes estaban adornadas con obras de arte ancestrales: dragones dorados en telas de brocado, paisajes oscuros y brumosos que parecían invocar leyendas, y piezas talladas en jade y ónix que evocaban la historia de Zhaoxia y sus héroes. Era como si cada rincón de la casa fuese un tributo a la cultura milenaria y al poder de los Sharma.
Conforme avanzaba, varios sirvientes que estaban a lo largo del pasillo se inclinaban ligeramente en señal de respeto, apartando la mirada cuando él pasaba. Ninguno de ellos se atrevía a mirarlo a los ojos más de un segundo, como si la presencia de Kazuo fuese imponente e inalcanzable. Ese poder, esa autoridad, era algo que Riven apenas lograba asimilar, pero que le daba una extraña sensación de poder. Él, un extraño en ese cuerpo, tenía que aprender a sobrellevar esa expectación reverente y a adoptar la actitud adecuada para ello.
Finalmente, llegó al comedor, un salón espacioso donde el lujo se desplegaba con una elegancia imponente. La mesa, larga y de madera oscura, estaba cubierta con un mantel de seda negra que brillaba bajo las lámparas de cristal tallado. A lo largo de la mesa, se alineaban platos y tazones de porcelana fina, decorados con intrincados patrones dorados que contrastaban con el negro intenso del mantel.
Los platillos sobre la mesa eran un festín de aromas y colores. Había un plato de langostinos gigantes, tiernos y cubiertos en una fina capa de especias, con un toque de miel y limón que les daba un brillo irresistible. Junto a ellos, tazones de arroz fragante, cocido al vapor con trozos de mango y una pizca de azafrán, que creaban un contraste entre lo dulce y lo salado. Había pequeñas porciones de pato asado, con la piel crujiente y brillante, dispuesto sobre un lecho de hojas verdes y decorado con flores comestibles. Más allá, en la otra punta de la mesa, descansaba una tetera de jade con té recién servido, cuyo aroma a jazmín se mezclaba con el perfume de especias en el ambiente. Cada platillo parecía un tributo al lujo y al arte culinario, presentado con la precisión de alguien que entendía la estética y el sabor como partes inseparables de la experiencia.
Al final de la mesa, una mujer anciana lo observaba con una mezcla de interés y expectativa. Su cabello plateado estaba recogido en un moño alto y elegante, y su vestimenta era una mezcla fascinante de tradición y autoridad: llevaba un kimono verde esmeralda con bordados dorados, de corte tradicional chino, pero con detalles que evocaban la sofisticación de una matriarca intocable. Su expresión era estoica, pero sus ojos estaban llenos de una agudeza silenciosa, como si en un solo vistazo pudiera descifrar cada secreto de quien tenía enfrente.
Riven comprendió, casi de inmediato, que esa mujer era alguien importante para Kazuo, probablemente su abuela, una figura de peso en la familia y, posiblemente, en la sociedad de Zhaoxia. Al no recordar del todo su papel en la novela, se esforzó por mantener la calma y la compostura, adoptando el porte y la elegancia que Kazuo proyectaba. Avanzó hasta una de las sillas y se sentó, con el gesto medido y controlado, mientras los ojos de todos en la sala parecían estar puestos sobre él.
La anciana le dedicó una leve sonrisa, pero sus ojos seguían evaluándolo con una dureza y frialdad tan precisas como un bisturí.
—Kazuo, querido, llegas un poco tarde hoy —comentó en un tono firme, cargado de una autoridad que solo los años de experiencia podían forjar—. Pensé que te habrían notificado de mi visita, pero supongo que tu mente sigue ocupada en tus estudios y entrenamiento, ¿verdad?
Riven sintió que cada palabra estaba cargada de expectativas ocultas, de un peso que no terminaba de comprender. Notaba en su mirada un escrutinio paciente, como si ella esperara cualquier señal de debilidad para señalarla sin piedad. Se obligó a respirar hondo, y a responder con la calma monocorde que Kazuo habría empleado.
—Mis disculpas, abuela. Me desvelé y dormí más de lo debido. Lamento no haber mostrado los modales adecuados —respondió, esforzándose por mantener el tono apagado, indiferente, casi monótono, como si esos pensamientos fueran secretos que él no compartía con nadie.
La anciana asintió, y aunque su aprobación era apenas perceptible, el ambiente en la sala pareció distenderse ligeramente. Los hombres que se encontraban cerca de la mesa comenzaron a moverse, vestidos en trajes oscuros de cortes simples pero evidentemente costosos, cada uno proyectando una imagen de elegancia fría y calculada. Empezaron a discutir temas de negocios con una formalidad casi ritual, mientras la anciana bebía té con una elegancia innata, emitiendo órdenes y asentimientos con un movimiento mínimo, como si cada gesto fuera una sentencia inapelable.
Riven, por su parte, se centró en la comida que le habían servido, encontrando en cada bocado una experiencia inusitada. Cada plato era un regalo para los sentidos: los langostinos brillaban cubiertos por una salsa ligera de miel y limón que equilibraba con delicadeza el dulzor y la acidez; el arroz al vapor estaba perfumado con mango y azafrán, sus notas dulces mezclándose con un toque de sal que sorprendía en cada bocado; había piezas de pato asado con la piel crujiente y dorada, dispuestas sobre un lecho de hojas de bambú, decoradas con flores violetas que contrastaban vivamente con el color oscuro de la carne.
Los sirvientes traían bandejas con nuevos manjares: mariscos exóticos, carnes tiernas marinadas en especias raras de regiones lejanas, y postres tan delicados que parecían más joyas que alimentos. Cada bocado llenaba su paladar de sabores intensos, únicos, como si probara no solo los ingredientes, sino la esencia misma de la riqueza y la tradición de los Sharma. Sin embargo, consciente de la frialdad de Kazuo, Riven intentó mantener una actitud distante, degustando cada plato con pausas medidas, sin demostrar placer ni interés evidente.
Mientras el tiempo pasaba, la conversación a su alrededor iba y venía, de los negocios de la familia a rumores sobre posibles alianzas entre clanes y las medidas necesarias para reforzar el poder de los Sharma en Zhaoxia. La señora, al final de la mesa, parecía dominar todos los temas con una calma indiscutible. Observaba a los hombres en la mesa con una mirada que exigía obediencia, y estos, tras exponer sus puntos, aguardaban en silencio cada vez que ella parecía evaluar sus palabras, como si supieran que cualquier objeción podría sellar sus destinos.
De repente, el ambiente fue interrumpido por pasos firmes y controlados que resonaban en el mármol. La figura de un hombre alto, con expresión severa y una postura marcial, apareció en el umbral del comedor. Llevaba una túnica negra bordada con hilos de plata que brillaban bajo la luz de las lámparas y, tras una breve inclinación de cabeza, caminó directo hacia la anciana. Sus ojos se cruzaron por un instante con los de Riven, ahora Kazuo, y en ese breve vistazo, Riven percibió un respeto silencioso, pero también una sombra de algo más, quizás duda o incluso temor.
El hombre se inclinó junto a la anciana y le susurró algo al oído. Ella escuchó con atención, y en su rostro la expresión de calma se endureció, revelando una seriedad que solo reservaba para las situaciones críticas. Se enderezó en su asiento, observando ahora a Riven con una gravedad que parecía casi predatoria.
—Kazuo, perdón por ocupar tu hogar —dijo en un tono neutral, aunque con un leve matiz de posesión que dejaba en claro que, en realidad, todo pertenecía a la familia y no solo a él—, pero parece que tenemos una reunión inminente con los representantes de la Casa Lan. Y al parecer, ciertos detalles relacionados con las alianzas matrimoniales que he estado planeando para ti.
Riven tragó saliva, tratando de contener su sorpresa. Recordaba apenas que la Casa Lan era uno de los clanes más poderosos en la novela, tan influyente y estratégico como los Sharma, y que las relaciones entre ambas familias eran tensas, llenas de rivalidades y viejos resentimientos. Entre esos detalles, recordaba vagamente que las hijas de la familia Lan, mujeres conocidas por su belleza deslumbrante y sus pensamientos lascivos, se encontraban en un conflicto romántico en torno a Kazuo. Cada una de ellas tenía una belleza que casi parecía fuera de este mundo, y sus intenciones eran tan claras como la ambición de los altos mandos de los Lan por formar una alianza con los Sharma.
Kazuo, según la novela, había permanecido distante ante los avances de las hijas Lan, consumido en su propia melancolía, lo que había permitido al protagonista original de la historia aprovechar su desconexión y ganarse el interés de estas mujeres, iniciando una complicada serie de enredos amorosos que habían alterado la dinámica entre las dos familias. Aquellas mujeres, al verse despreciadas por Kazuo, se acercaron al protagonista, lo cual desató un conflicto de orgullo entre los Sharma y los Lan que resultó en un enfrentamiento que casi devastó a la mitad de la Casa Lan. Este conflicto había sido uno de los giros más intensos en la novela.
Riven asintió, ocultando su confusión y forzándose a mantenerse frío e imperturbable. Debía actuar con cautela, consciente de que cualquier debilidad podría ser interpretada como un signo de desinterés o, peor aún, como un fallo en el carácter de Kazuo. Frente a él, la anciana lo observaba con intensidad, esperando una respuesta que reflejara la fortaleza y la seguridad de la familia Sharma.
—Entiendo, abuela. Mi casa es tu hogar —respondió, dejando que cada palabra cayera como una piedra en aguas tranquilas. Su voz era baja, controlada, un reflejo de la frialdad que había llegado a conocer tan bien en el personaje de Kazuo. Supuso que esa calma glacial era algo que la anciana respetaba profundamente.
La anciana asintió, sus labios curvándose apenas en una leve señal de aprobación. La tensión que había contenido el ambiente pareció suavizarse. Los murmullos en la sala retomaron su curso, y las conversaciones sobre negocios y estrategias financieras llenaron de nuevo el aire. Los sirvientes, discretos y diligentes, entraban y salían, trayendo nuevas tazas de té perfumado y platos delicados, asegurándose de que la mesa luciera siempre impecable.
Riven, intentando mantener la compostura, miró en silencio a los rostros de los asistentes. Notó que algunos de los hombres en la sala evitaban mirarlo directamente, inclinando la cabeza cada vez que cruzaban sus ojos con los suyos. Otros parecían tomarse demasiado tiempo en cada palabra que pronunciaban, midiendo cuidadosamente sus tonos y gestos. Era claro que la figura de Kazuo, con toda su autoridad y poder, inspiraba no solo respeto, sino una especie de reverencia mezclada con un leve temor.
Mientras el desayuno se extendía, Riven aprovechó para estudiar a cada persona que rodeaba la mesa. Observaba la jerarquía implícita en los gestos, en las posturas, en la manera en que los más jóvenes atendían con deferencia a los más veteranos. A través de estas interacciones, percibió la intrincada red de lealtades y rivalidades que mantenían unido a ese imperio familiar, cada miembro ocupando un rol cuidadosamente delimitado. Los hombres de trajes oscuros, impecables y sobrios, eran claramente figuras de confianza, algunos encargados de manejar las finanzas, otros especialistas en estrategia, todos respondiendo a las órdenes de la anciana sin cuestionamientos.
Finalmente, cuando el último plato fue retirado y los sirvientes se llevaron las tazas de té casi vacías, un hombre alto y corpulento, con un traje gris de cortes precisos, se acercó a Riven. Su expresión era seria, su tono respetuoso pero también cargado de una autoridad mesurada.
—Señor Kazuo, si lo desea, podemos manejar los detalles iniciales de la reunión mientras usted se prepara —dijo el hombre, inclinándose ligeramente—. Sin embargo, si desea participar desde el principio, estaremos listos para proceder cuando usted lo indique.
Riven asintió despacio, intentando descifrar los matices de la oferta. La forma en que el hombre se inclinaba y sus palabras indirectas sugerían que, si bien no se esperaba de él que asistiera en persona a todas las reuniones, su presencia sería valorada e interpretada como una señal de interés personal. En su mente, un torrente de pensamientos fluía; sabía que Kazuo, con su carácter distante, solía delegar estos asuntos, pero ahora él tenía la oportunidad de sentar un precedente, de medir a los que se consideraban aliados y entender más sobre los enemigos potenciales de la familia.
—Estaré allí —respondió al fin, con un tono que mantenía la serenidad en cada sílaba—. Pero tomaré unos minutos para prepararme.
El hombre se inclinó nuevamente y se retiró, dándole espacio para abandonar el comedor.
Riven, ahora solo, se dirigió de nuevo a su habitación, donde cada paso le recordaba que el lujo y la opulencia eran parte inherente de esta nueva vida. Aún abrumado por la enormidad de todo a su alrededor. Cada paso que daba le recordaba que estaba en un mundo de lujo impensable, lejos del pequeño apartamento que había conocido como hogar. Al entrar a su habitación, se detuvo un momento, maravillado por su tamaño. Era tan grande que, comparado con su departamento, podría haber sido la residencia completa de una familia acomodada. Las paredes estaban revestidas en tonos oscuros y texturas sutiles, transmitiendo un ambiente de refinamiento absoluto. Al mirar a su alrededor, notó que todo en esa suite parecía cuidadosamente diseñado para reflejar poder y elegancia.
Sobre una mesa de madera oscura, que parecía estar hecha a medida para el lugar, Riven notó un teléfono, aunque "teléfono" era una descripción simplista para lo que veía. Tenía un diseño futurista, como si estuviera adelantado por décadas a los dispositivos que conocía. Su cuerpo era una mezcla de cristal oscuro y metal pulido, con bordes suaves que parecían deslizarse en sus manos. Al tocar la pantalla, se iluminaba con un brillo azul tenue, y el menú aparecía proyectado en holograma, suspendido sobre la superficie del dispositivo. Los iconos flotaban como si fueran joyas, y cada vez que se acercaba a uno, cambiaba de color, respondiendo a su proximidad sin necesidad de tocarlo. Este teléfono no solo parecía ser caro; era como si estuviera viendo una pieza de arte diseñada por ingenieros de lujo. En su pantalla, el fondo de pantalla mostraba un símbolo dorado de la familia Sharma sobre un fondo negro, y al tocarlo, un holograma de luz suave se proyectó sobre la mesa, mostrando varias opciones en caracteres elegantes y estilizados.Era, sin lugar a dudas, un aparato avanzado, diseñado no solo para ser funcional, sino para ostentar el poderío tecnológico de la familia Sharma.
Riven dejó el teléfono sobre la mesa y se dirigió hacia el baño, recordándose que había cosas más importantes en ese momento que explorar cada nuevo artilugio de esta vida prestada. Se dirigió al baño y, al entrar, sintió una mezcla de sorpresa y asombro. Al abrir la puerta, se encontró con un espacio que podría haber sido una sala de exposición de lujo. El baño era amplio y decorado en tonos oscuros: una combinación perfecta de negro, gris y detalles en acero cepillado que le daban un aire moderno y sofisticado. De diseño moderno y lujo minimalista, con un estilo predominantemente en negro y gris que daba al espacio una atmósfera imponente y casi ceremonial. Las paredes eran de un mármol oscuro con vetas plateadas, reflejando el brillo de las luces empotradas en el techo que iluminaban el espacio de manera difusa, casi como si el baño estuviera bañado en la suave luz de la luna.
Frente a él se extendía una bañera de hidromasaje de diseño ultramoderno, hecha de mármol negro con vetas grises, ocupaba el centro de la estancia y parecía lo suficientemente grande como para sumergirse completamente en ella, estaba encajada en el suelo como una laguna privada y rodeada por azulejos grises que parecían absorber la luz, dándole un toque de elegancia y misticismo. Un panel de control, táctil y discreto, sobresalía de un lado, permitiendo ajustar la temperatura, la intensidad de los chorros, e incluso seleccionar diferentes tipos de esencias aromáticas. También notó que había un área de ducha con una pared de cristal ahumado, Justo al lado, una ducha de efecto lluvia de techo, con múltiples cabezales y una pantalla digital, parecía prometedora para una experiencia de baño completamente inmersiva.Al tocar el panel de la ducha, varias opciones aparecieron en la pantalla, permitiéndole elegir entre diferentes modos de agua: cascada, lluvia tropical, o vapor caliente que llenaba el espacio en segundos. Todo estaba diseñado para envolver a quien entrara en una experiencia de confort absoluto.
Riven se detuvo ante el espejo que cubría toda una pared del baño. Era un espejo retroiluminado con luces LED que se ajustaban automáticamente al tipo de luz que mejor resaltara su reflejo. Al observarse, fue cuando realmente vio los detalles que componían su nuevo rostro: una piel impecable, ojos afilados y de un rojo intenso que reflejaban una frialdad imposible de ignorar, y cabello blanco que caía de forma perfecta sobre su frente, enmarcando su rostro de una manera imponente y seductora. Se sintió como un extraño en su propia piel, fascinado y un poco intimidado a la vez.
A un lado del lavabo, que era de un material oscuro y brillante, similar al ónix, donde una colección de cosméticos y productos de aseo estaban perfectamente organizados en una repisa flotante de vidrio oscuro. Frascos de lociones y aceites, todos de marcas que ni siquiera reconocía, yacían allí como si fueran pequeñas joyas; incluso los envases parecían costosos, en tonos metálicos y acabados mate. A su lado, un set de afeitado de lujo, peines de plata y cepillos que parecían tallados a mano completaban el espacio, listos para ser usados.Tomó una de las lociones y la abrió, liberando un aroma fresco y amaderado, con notas de incienso y bergamota que parecían perfumar el aire con solo destaparla.
Después de darse una ducha rápida, disfrutando del agua cálida de la ducha de efecto lluvia que caía sobre él como una suave cascada, Riven se secó y regresó a su habitación, adentrándose en el vestidor con una mezcla de emoción y asombro. Frente a él, una serie de armarios empotrados y estantes cuidadosamente iluminados exhibían una impresionante colección de ropa. Había túnicas ceremoniales de seda con bordados dorados, chaquetas de corte moderno en tonos oscuros y elegantes, pantalones de telas finas que caían con una perfección casi mágica, así como camisas confeccionadas con precisión, en materiales ligeros y con un brillo sutil que hablaba de su altísimo precio.
Cada prenda parecía tener un propósito específico: algunas más holgadas y de corte fluido, ideales para ceremonias solemnes, y otras modernas, de un estilo minimalista pero evidentemente lujoso, con detalles que solo alguien con un ojo experto en moda podría notar. Sin duda, esta ropa no solo era costosa sino personalizada hasta en el último detalle para reflejar el estatus y la perfección fría del hombre que ahora encarnaba.
Riven eligió una camisa negra de manga larga, suave al tacto y de una tela fina que caía a la perfección sobre su figura. Tenía pequeños detalles en los puños y el cuello, bordados en hilo plateado que, aunque discretos, añadían un toque de sofisticación. La combinó con pantalones negros a juego, de corte entallado que se adaptaban a su figura de una manera elegante y sin esfuerzo. Al vestirse, notó que su cabello blanco caía en su lugar, liso y perfecto, como si estuviera recién estilizado. Apenas necesitaba pasar una mano por él para acomodarlo; era parte del innegable magnetismo y perfección de Kazuo.
Se miró una última vez en el espejo, todavía impresionado por su apariencia. Los ojos rojos y penetrantes que lo observaban desde el reflejo parecían analizarlo, calculadores y enigmáticos. En su antigua vida, nunca hubiera imaginado tener un rostro y un porte que inspiraran tanto respeto como temor. Con una última mirada, salió de la habitación y se dispuso a bajar a la reunión. Uno de los asistentes le informó que la reunión tendría lugar en una sala de conferencias en uno de los pisos inferiores del edificio, fuera del exclusivo penthouse de los Sharma.
Al salir del penthouse y entrar al ascensor, Riven quedó fascinado con el nivel de lujo del mismo. Las paredes interiores eran de un material negro brillante, quizás ónix pulido, reflejando su figura en una especie de tenue resplandor. Las luces de techo proyectaban un tono cálido y suave, haciendo que el espacio se sintiera acogedor y a la vez imponente. Las puertas de acero cepillado tenían grabado en relieve el emblema dorado de un dragón, un detalle que parecía recordar a todos los que entraban al ascensor el poder y la influencia de esta familia.
Cuando el ascensor se detuvo y las puertas se abrieron, Riven fue recibido por una pequeña escolta de seguridad, que aguardaba con una discreta pero evidente alerta. Los guardias eran imponentes, con una postura firme y profesional. Vestían trajes negros, impecablemente ajustados, con pequeñas insignias doradas en forma de dragón sobre el pecho, símbolo de su lealtad a los Sharma. Sus miradas eran duras, observadoras, con ojos entrenados para detectar cualquier posible amenaza. Estos hombres no solo eran un muro protector, sino también una muestra de poder, una advertencia silenciosa de que nadie osaría cruzarse con la familia Sharma sin enfrentar graves consecuencias.
Riven continuó siguiendo a los guardias a través de un pasillo que parecía alargarse indefinidamente. Los detalles de la decoración eran un testamento al gusto selecto y a la fortuna de la familia Sharma. Las paredes estaban cubiertas con una mezcla armoniosa de arte clásico y minimalista, cada pieza cuidadosamente iluminada y enmarcada. Había pinturas de paisajes tradicionales con toques de tinta y caligrafía, probablemente obras originales de artistas antiguos, cada una evocando la paz de montañas envueltas en neblina y el misticismo de templos aislados. A su lado, colgaban piezas de arte contemporáneo, lienzos abstractos en tonos neutros que aportaban una sensación de modernidad a un espacio donde el pasado y el presente parecían encontrarse en equilibrio.
El suelo de mármol pulido reflejaba las luces suaves del techo, que brillaban tenuemente, otorgando al pasillo una atmósfera solemne y casi sagrada. Los pasos de Kazuo y los guardias resonaban, firmes y seguros, cada uno amplificado por la arquitectura impecable y la acústica cuidadosamente pensada. Era como si el propio edificio se asegurara de que cada movimiento tuviera un peso significativo, una declaración de presencia.
Los guardias mantenían un paso constante y disciplinado. La tensión en sus posturas y la firmeza en sus miradas hablaban de una lealtad inquebrantable. Cada uno llevaba un auricular discreto y gafas de sol oscuras, lo que les daba una apariencia aún más intimidante. Los trajes negros, entallados a la perfección, destacaban sus figuras robustas y disciplinadas. En el pecho llevaban prendida la insignia de la familia: un pequeño dragón dorado, símbolo de los Sharma, que centelleaba en contraste con el negro de sus atuendos. Riven podía sentir la quietud que inspiraban, una advertencia silenciosa de que estos hombres eran más que simples escoltas: eran guardianes de un poder absoluto.
Finalmente, llegaron a las puertas de una gran sala de reuniones. Las puertas de doble hoja, hechas de una madera oscura y pulida, tenían grabados intrincados de dragones entrelazados que parecían moverse bajo la luz, dándole a la entrada una presencia imponente. Los guardias se detuvieron, uno de ellos avanzó para abrir las puertas con un movimiento calculado y respetuoso.
Al cruzar el umbral, Riven notó que la sala ya estaba ocupada. Su abuela, vestida con un imponente kimono de seda esmeralda con bordados en dorado que simulaban ramas de sakura y dragones entrelazados, estaba sentada en la cabecera de la larga mesa de reuniones. Su postura erguida y su mirada severa irradiaban autoridad y sabiduría; una figura que, a pesar de su edad, mantenía una presencia inquebrantable. A su alrededor estaban los hombres que había visto antes en el desayuno, cada uno de ellos con trajes de cortes elegantes, sus gestos calculados y sus miradas intensas, esperando el inicio de una discusión de importancia crucial.
Al verlo entrar, los presentes inclinaron ligeramente la cabeza, un saludo respetuoso al heredero de la familia. La abuela asintió con una expresión aprobatoria, un gesto sutil pero significativo, que indicaba que su nieto no solo era bienvenido, sino que también había cumplido con las expectativas de etiqueta y respeto de los Sharma.
Riven caminó hacia su asiento, manteniendo la compostura que esperaba de Kazuo. Al tomar su lugar cerca de su abuela, percibió los detalles en la mesa de conferencias: una superficie de cristal negro que reflejaba las lámparas empotradas en el techo, cada una diseñada para emitir una luz cálida y regulada, creando un ambiente de concentración y seriedad. Sobre la mesa había tabletas digitales de última generación, con carcasas doradas y el logotipo de la familia incrustado, listas para ser usadas en la reunión. Todo estaba preparado a la perfección.
—Kazuo, querido, —su abuela comenzó, rompiendo el silencio con su voz suave pero firme—, he convocado a esta reunión porque nuestros socios de la Casa Lan tienen una propuesta importante para discutir. Sé que comprenderás la importancia de su solicitud.
Al escuchar esto, Riven asintió con calma, recordando los detalles que podía de la Casa Lan. Sabía que los Lan eran una de las pocas familias en el mismo nivel de poder que los Sharma, y que los matrimonios arreglados eran una de las formas más tradicionales de consolidar alianzas entre familias de alto estatus en este mundo. No obstante, el peso de la decisión que tendría que tomar —o más bien, la decisión que Kazuo tendría que aparentar tomar— le empezó a caer con una realidad aplastante.
Justo cuando Riven intentaba reunir las palabras apropiadas para responder, las puertas de la imponente sala se abrieron de nuevo. Los guardias de seguridad se tensaron, adoptando posiciones aún más firmes mientras un grupo de figuras elegantemente vestidas entraba al salón con una presencia arrolladora. La comitiva de la Casa Lan se presentó de forma impactante: varios hombres con rostros serios y trajes impecables escoltaban a una mujer joven y deslumbrante, cuya belleza destacaba sobre el fondo severo de los demás.
La mujer avanzó al frente del grupo. Tenía el cabello largo y ondulado en un tono de rosa pálido, que caía como cascadas de pétalos hasta su cintura, un contraste audaz y moderno que resaltaba en el ambiente tradicional y sobrio de la reunión. Sus ojos, de un intenso violeta, parecían observarlo todo con una calma misteriosa, pero también con una chispa de audacia que le daba una presencia hipnotizante. Sus labios estaban pintados de un color profundo, casi tan oscuro como la medianoche, y al sonreír esbozaba un aire enigmático que mantenía a todos atentos a cada movimiento.
Su atuendo era llamativo y provocativo, en marcada oposición al estilo recatado que esperaban de una reunión formal como esta. Llevaba una blusa de diseño moderno, entallada y reveladora, que dejaba ver una parte de su abdomen tonificado y ajustado, y unos pantalones de talle alto que acentuaban su figura de caderas anchas y cintura estrecha. Los tacones que calzaba resonaron con un ritmo controlado mientras caminaba, y sus movimientos tenían una cadencia lenta y deliberada, como si cada paso fuera calculado para atraer miradas y dejar claro su dominio del espacio.
La mujer, a quien Riven supuso que debía ser una de las hijas del líder de la Casa Lan, lo miró directamente y le sonrió con una mezcla de dulzura y desafío. Era como si cada gesto suyo estuviera lleno de mensajes ocultos, y su sonrisa dejaba entrever intenciones que parecían tan indescifrables como tentadoras.
Los representantes de la Casa Lan, junto con la mujer, se inclinaron respetuosamente antes de tomar asiento frente a Riven y su abuela. La atmósfera se cargó de una tensión palpable, y todos los presentes sabían que no se trataba de una simple reunión. Este encuentro era una batalla sin armas visibles, donde las palabras, las miradas y los silencios serían las únicas armas empleadas. Riven, consciente de cada detalle, se esforzaba por mantener la compostura fría y distante que caracterizaba a Kazuo. Sabía que cualquier error, cualquier gesto inapropiado, podía alterar el delicado equilibrio entre ambas familias.
—Señora Haruka, señor Kazuo —dijo uno de los representantes masculinos de la Casa Lan, inclinando la cabeza ligeramente en un gesto respetuoso—, agradecemos que hayan aceptado esta reunión. —Su voz era profunda y medida, cada palabra cuidadosamente seleccionada para transmitir respeto y solemnidad—. Hemos venido para discutir ciertos ajustes en nuestra alianza. —Los ojos del hombre se dirigieron brevemente a la mujer de cabello rosa, quien mantenía su sonrisa enigmática mientras observaba atentamente a Riven.
El hombre de la Casa Lan, de porte erguido y expresión imperturbable, continuó en un tono controlado que parecía rezumar veneno oculto tras una fachada de cortesía.
—Nuestro patriarca solicita que el señor Kazuo considere no solo el compromiso con la señorita Mei —dijo señalando hacia la mujer de cabello rosado y sonrisa enigmática—, sino que también acepte a sus hermanas, la señorita Lián y la señorita Xue, en matrimonio. A cambio, la Casa Lan estaría dispuesta a ceder las propiedades de Shibai en la zona sur, junto con derechos exclusivos sobre el mercado agrícola de Luyang. Además, como muestra de buena fe, permitiríamos el tránsito sin peaje de todos los vehículos de los Sharma por las carreteras de Jincheng, Huayin y la ruta de Guangyuan, algo que, sin duda, beneficiará ampliamente a sus operaciones comerciales.
La declaración provocó un silencio tenso en la sala. Los hombres de la familia Sharma intercambiaron miradas de disgusto, como si acabaran de recibir una bofetada disfrazada de oferta. Las manos de uno de los presentes, un hombre de expresión severa y cabellos grises, se apretaron en puños mientras sus nudillos se volvían blancos. Con un gesto controlado pero firme, golpeó suavemente la mesa, dejando que el sonido seco resonara en la sala.
—¿Solo eso a cambio de tres compromisos matrimoniales? —su voz, cargada de una frialdad que solo podía provenir de años de experiencia en negociaciones difíciles, reverberó en el salón. Su mirada, afilada como una cuchilla, se clavó en los emisarios de la Casa Lan—. Estamos hablando del único heredero de los Sharma. Aceptar una alianza con una de sus hijas fue una concesión generosa por nuestra parte, pero tres… eso es inadmisible. Y por tan poco, ¿esperan que nos humillemos aceptando su propuesta?
Otro de los presentes, un hombre de porte musculoso pero cuya mente era conocida por su destreza en temas de economía y finanzas, se inclinó hacia adelante. Su rostro, habitualmente sereno, estaba ahora enrojecido por la indignación contenida.
—Esto es un insulto. Ya hemos sido suficientemente generosos aceptando una unión con una de sus hijas. Si creen que por tan escasos recursos y unas rutas libres de peaje vamos a entregar tanto… —El hombre hizo una pausa, midiendo cada palabra con precisión—. Mínimamente, deberían ofrecernos la exclusividad en las importaciones de su distrito comercial en Luyang, y acceso sin restricciones a los puertos de Ninghai y Anshun. Eso sí sería una oferta digna de consideración para una alianza de este calibre.
Los representantes de la Casa Lan intercambiaron miradas cargadas de tensión. Uno de ellos, un hombre alto de mandíbula afilada y ojos fríos, dejó escapar una risa seca, que resonó en el silencio de la sala como una declaración de desprecio.
—¿Se creen demasiado importantes? —respondió con un tono de burla apenas disimulado—. Deberían estar agradecidos de que el señor Lan Dao-Jin considere cumplir con los caprichos de sus hijas y no busque alianzas más... convenientes. Al final del día, estamos hablando de una alianza con un simple muchachito que apenas ha comenzado a rozar los asuntos serios de su familia. —La última frase fue pronunciada con una obvia intención de subestimar a Riven, o, en este caso, al "Kazuo" que debía encarnar.
Los hombres de la familia Sharma intercambiaron miradas en las que se mezclaban la indignación y el desprecio. Uno de ellos, un anciano de rostro surcado por arrugas profundas que hablaban de décadas de experiencia, miró a los hombres de la Casa Lan con una calma helada, una calma que solo podían permitirse aquellos que estaban acostumbrados a las traiciones y los engaños de la diplomacia familiar.
—¿Un simple muchachito, dicen? —respondió con voz tranquila, pero con un matiz cortante—. La Casa Lan parece olvidar con facilidad que este "simple muchachito" representa el futuro de los Sharma, una familia que ha mantenido su posición en la cima sin necesidad de mendigar favores.
Kazuo observaba cómo los hombres de ambas familias discutían, lanzándose indirectas y tensas miradas, cada palabra impregnada de orgullo y resentimiento ancestral. Mientras tanto, su abuela permanecía en silencio, observando la escena con una calma pétrea, como una reina que contempla a sus súbditos enfrentarse sin rebajarse a intervenir. La sala, con sus muros adornados de opulentos paneles de madera tallada y pesadas cortinas de seda, parecía impregnarse de la tensión creciente. El aire se volvía cada vez más espeso, y Kazuo, o más bien, Riven en el papel de Kazuo, sintió cómo su propia incomodidad crecía con cada palabra y gesto.
Respiró hondo, tratando de mantener la compostura, pero el desasosiego era evidente en sus ojos. Aunque debía aparentar indiferencia, le costaba soportar el ambiente cargado. Se sentía atrapado entre las rígidas expectativas de su familia y el fuego de la confrontación que se desataba frente a él. Sin saber muy bien qué hacer, buscó una manera de aliviar la presión que sentía en el pecho. Alzó la vista y le hizo una señal sutil a una de las sirvientas que se encontraba discretamente en un rincón de la sala, atenta a cualquier petición. Ella, una joven de rostro delicado y expresión serena, con una coleta alta que dejaba caer su cabello oscuro hasta la mitad de su espalda, captó la señal al instante.
La mujer, que vestía un uniforme negro que se ajustaba elegantemente a su figura, mostrando un estilo refinado y discreto, se acercó a él. Kazuo iba a pedirle algo de alcohol, o tal vez un cigarrillo, aunque no estaba seguro si Kazuo, el verdadero Kazuo, fumaba. Sin embargo, la sirvienta ya traía en sus manos una cajetilla abierta de cigarrillos elegantes y caros, algo que parecía digno de alguien de su posición. Los cigarrillos eran delgados y largos, de un color negro mate con detalles dorados en la punta, un diseño minimalista y lujoso que delataba su exclusividad.
Con movimientos delicados, la sirvienta extendió el cigarrillo hacia él y luego, con una pequeña inclinación de cabeza, se lo encendió. La llama del encendedor dorado parpadeó un instante, iluminando los ojos de Kazuo mientras inhalaba el primer sorbo de humo, permitiendo que el aroma sofisticado y el sabor suave lo envolvieran. Se sentía extraño y un poco irreal, como si cada movimiento suyo estuviera siendo estudiado por todos en la sala, pero aquel cigarrillo le proporcionó una distracción momentánea de la presión que lo rodeaba.
Mientras exhalaba el humo, haciendo que se disipara en finas volutas en el aire, Kazuo notó a uno de los hombres de los Sharma que no estaba involucrado en la discusión. Lo reconoció como alguien que había estado en el desayuno aquella mañana, un hombre de expresión tranquila y postura respetuosa. Alzando la mano en un gesto discreto, llamó su atención.
El hombre, de mediana edad y con el cabello peinado hacia atrás, se acercó a Kazuo con una reverencia ligera, inclinando la cabeza en un gesto de sumisión.
—¿Qué desea, joven amo? —preguntó en voz baja, respetuosa, aunque sus ojos reflejaban un interés alerta.
Kazuo inhaló profundamente otra vez, tratando de ganar algo de tiempo antes de responder. Sentía que, si no tomaba la iniciativa, aquella reunión podría prolongarse hasta el infinito en un estira y afloja agotador.
—Dime, ¿cuál de los territorios propuestos beneficiaría más a los Sharma a largo plazo? —preguntó, manteniendo un tono neutral, aunque una nota de duda se deslizaba en su voz—. Y si aceptamos, ¿en qué forma podríamos sacarle el máximo provecho en términos de rentabilidad y prestigio?
El hombre, claramente sorprendido por la pregunta, hizo una breve pausa antes de responder, evaluando las palabras de Kazuo como si cada una de ellas pesara una tonelada. Finalmente, inclinó la cabeza, sus ojos mostrando una chispa de respeto hacia el joven heredero por haber pensado en los detalles estratégicos.
—El territorio de Shibai en la zona sur es, sin duda, valioso —comenzó, con un tono deliberado y mesurado—. Tiene acceso a recursos naturales que serían ventajosos para expandir nuestras operaciones, especialmente en el ámbito agrícola y de exportación de productos. Además, la concesión de paso en las rutas de Jincheng y Guangyuan nos permitiría reducir costos de transporte de manera significativa, aumentando nuestra eficiencia logística. Pero… —hizo una pausa, mirándolo de reojo—, tal vez podríamos negociar un beneficio adicional, algo que realmente demuestre la seriedad de la Casa Lan en esta alianza. Si se nos concediera acceso a sus puertos en la costa oeste, podríamos dominar las rutas marítimas hacia el continente central.
Kazuo asintió lentamente, procesando la información mientras el alivio sustituía poco a poco al nerviosismo que había sentido al inicio de la reunión. El territorio ofrecido por la Casa Lan era valioso, pero él sabía que, para la familia Sharma, no sería suficiente. Necesitaban más, un verdadero incentivo para aceptar un compromiso tan serio y comprometedor. Exhaló una bocanada de humo con calma, dejando que el aroma del tabaco caro impregnara el ambiente y, finalmente, se decidió a hablar. Su mirada, dura y penetrante, se posó en los representantes de la Casa Lan.
Kazuo se inclinó hacia adelante, el cigarrillo descansando entre sus dedos con elegancia, y levantó la mano, haciendo una señal clara para que los hombres de la familia Sharma guardaran silencio. Los murmullos y las voces tensas de sus propios representantes se acallaron de inmediato. Había logrado capturar su atención y, por un momento, se sintió en pleno control, como si todos en la sala giraran en torno a él.
En el otro lado de la mesa, Mei, observaba la escena con una sonrisa apenas perceptible, como si disfrutara del conflicto que se desarrollaba. Sus grandes ojos violetas destellaban con una intensidad que no podía ser ignorada, como si cada palabra de Kazuo fuera una revelación intrigante. Ella levantó una mano, haciendo una señal similar a sus propios acompañantes, quienes también callaron. El salón entero quedó sumido en un silencio casi sagrado, una quietud tensa y expectante que casi podía sentirse en el aire, denso como una tormenta a punto de estallar.
Kazuo finalmente habló, su voz resonante y firme, sin titubeos ni vacilaciones.
—Agradecemos la oferta, señores de la Casa Lan —dijo con un tono decidido, dejando claro que no había lugar para la negociación a medias—, pero los Sharma consideramos que, si vamos a aceptar un compromiso de esta magnitud, necesitamos una compensación más significativa. Sus territorios en Shibai y los derechos exclusivos sobre el mercado agrícola de Luyang son un buen comienzo. Sin embargo, considero que, para que esta alianza sea verdaderamente beneficiosa, sería prudente que incluyeran también los puertos de Ninghai y Anshun, con acceso total para nuestras exportaciones.
Hizo una pausa calculada, dejando que sus palabras se asentaran, mientras el humo del cigarrillo se disipaba en volutas grises que serpenteaban en el aire. Observó las reacciones de los hombres de la Casa Lan, que intercambiaban miradas tensas, una chispa de sorpresa y desagrado cruzando sus rostros. Sus ojos recorrían a Kazuo con una mezcla de irritación y resignación, tratando de no mostrar debilidad. Uno de ellos, el hombre alto de mandíbula afilada que había soltado una risa burlona minutos antes, ahora parecía mucho menos seguro. Apretó los labios en una línea delgada, como si las palabras que deseaba pronunciar estuvieran retenidas por puro orgullo.
Kazuo, sin embargo, no había terminado.
—Como gesto de buena voluntad de nuestra parte, podemos ofrecer una reducción en los costos de los productos Sharma que la familia Lan importe en la región de Heian. —Añadió el nombre de la región deliberadamente, demostrando un conocimiento cuidadoso de la geografía y economía de las propiedades Lan—. Solo de esta manera podremos considerar su propuesta como una oferta de igual a igual. Estoy seguro de que esta alianza, fundamentada en la generosidad mutua, beneficiará a ambas familias. Sería, sin duda, un honor compartir mi vida con alguien de tan digna familia —finalizó, su voz volviéndose un poco más suave, casi como un gesto de cortesía hacia Mei, quien seguía mirándolo con esos ojos intrigantes y esa sonrisa enigmática.
El comentario final fue recibido con miradas de asombro y ligera aprobación entre algunos de los Sharma. Para los Lan, sin embargo, fue un golpe directo, una jugada que no esperaban de alguien a quien consideraban "un joven inexperto". El hombre de mandíbula afilada, incapaz de contenerse, murmuró con irritación, lanzando una mirada de soslayo hacia Kazuo.
—Parece que el joven señor Kazuo no es tan ingenuo como parece —dijo en un tono que no lograba ocultar del todo su molestia.
En ese momento, Mei, quien había estado observando con suma atención, alzó una mano de nuevo, esta vez para silenciar al hombre de su familia. Su expresión había cambiado ligeramente; ahora sus labios mostraban una curva de satisfacción, como si estuviera gratamente sorprendida por la astucia de Kazuo. Sus ojos se posaron en él, y la intensidad en su mirada dejó claro que lo estaba evaluando, con un interés que iba más allá de la mera formalidad.
—Es una oferta justa —respondió Mei con una voz serena y dulce, que parecía acariciar el ambiente, aportando un contraste agradable a la tensión que dominaba el salón—. Personalmente, se lo comunicaré a mi padre. Estoy segura de que aceptará, ya que la región de Heian podría beneficiarse enormemente de esta alianza.
Kazuo la observó, con una leve inclinación de cabeza, agradecido por su intervención y por el apoyo tácito que ella le brindaba al dar su respaldo a la negociación. La figura de Mei parecía brillar bajo la luz suave del salón, irradiando una calma y elegancia que complementaban su porte imponente. Ella era, sin duda, alguien a quien Kazuo reconocía como un igual, una mujer que, al igual que él, sabía jugar el juego del poder con astucia y gracia.
Mei hizo una pausa, y giró la mirada hacia Haruka, la abuela de Kazuo, cuya expresión había permanecido inmutable desde el principio. Haruka, con sus ojos serenos y llenos de sabiduría, asintió apenas, con un gesto imperceptible pero significativo.
—Por supuesto —continuó Mei, volviendo a mirar a Kazuo, con un leve brillo de desafío en sus ojos—, esperamos que la Señora Haruka esté de acuerdo con esta propuesta. Creo que, si ella otorga su bendición, este compromiso será realmente… provechoso para ambas familias.
El salón quedó en un silencio absoluto, tan profundo que cada respiración, cada mínimo movimiento parecía amplificarse en el espacio, como el eco de una amenaza latente. Todos los presentes dirigían su atención hacia Haruka, la abuela de Kazuo, quien se inclinaba ligeramente hacia adelante, sus ojos profundos y fríos escrutando a cada uno de los representantes de la Casa Lan. Había una calma afilada en su semblante, una expresión que sugería tanto control como autoridad absoluta, y que dejaba claro a todos que ella era quien verdaderamente tenía la última palabra.
Finalmente, con una mirada calculadora y penetrante, Haruka dirigió su atención a Mei, evaluándola con un interés apenas disimulado. Se permitió una pausa medida, dejando que la tensión creciera, como si saboreara el poder que ejercía sobre la situación. Cuando habló, su voz era como el filo de una espada que corta en silencio pero con precisión devastadora.
—Al parecer, la prometida de mi querido nieto no es tan idiota como los que la acompañan. Al menos, sabe cómo hablar con modales y presentar su postura con algo de dignidad —dijo, dejando escapar cada palabra con deliberada lentitud, para que cada una se hundiera en la mente de los presentes como un golpe certero.
Las palabras de Haruka cayeron como una losa, heladas y contundentes, llenando el aire de una humillación que los representantes de la Casa Lan no podían ocultar. Los hombres de la familia Lan se removieron en sus asientos, algunos con una expresión de resentimiento apenas reprimido. Uno de ellos apretó los puños hasta que sus nudillos se tornaron blancos, mientras otro intentaba mantener su compostura, pero su mandíbula estaba tensa, marcando una frustración evidente. Mei, sin embargo, no se dejó intimidar. Aunque en sus ojos se reflejaba el respeto que le inspiraba Haruka, también había un destello de orgullo, una chispa que sugería que no se dejaría someter fácilmente.
Kazuo, observando la escena en silencio, no pudo evitar sentir una mezcla de satisfacción y alivio. La sutil pero firme intervención de su abuela lo llenaba de seguridad, como si con sus palabras hubiera sellado la victoria de los Sharma en aquella negociación. Su abuela no solo había aprobado los términos propuestos, sino que también había dejado claro que no toleraría ninguna concesión adicional sin una respuesta contundente de los Lan.
Sin desviar su mirada de los representantes de la Casa Lan, Haruka continuó.
—Esperaré la respuesta del propio señor Lan Dao-Jin —dijo, cada palabra impregnada de una firmeza que no admitía réplica—. Si él no acepta los términos que mi nieto ha propuesto, el compromiso se cancelará en su totalidad. No se regresará al acuerdo anterior ni se renegociará otro nuevo. Esta reunión, para nosotros, ya ha concluido.
La declaración fue como un mazazo final. Las miradas de los Lan mostraron una mezcla de asombro y frustración, conscientes de que cualquier palabra adicional podría ser tomada como una falta de respeto o un intento de debilitar su posición. Los hombres de la familia Sharma apenas pudieron contener una sonrisa de satisfacción, aunque mantenían sus expresiones serias. Había en ellos una sensación de orgullo y respaldo al gesto indomable de Haruka.
Sin embargo, antes de que los Lan pudieran responder, Haruka añadió, con voz gélida:
—Si los representantes de la Casa Lan desean decir algo más, que sea ahora. Soy una mujer ocupada y mi tiempo es tan valioso como el poder de esta familia.
La tensión en el ambiente era palpable. Los representantes de la Casa Lan se miraron entre sí, intentando decidir quién se atrevería a tomar la palabra. Finalmente, el hombre de mandíbula afilada, aquel que había mostrado una actitud burlona anteriormente, se inclinó hacia adelante. Su voz intentó sonar respetuosa, pero en ella había un deje de resentimiento apenas velado.
—Respetable señora Haruka, transmitiremos sus palabras y las nuevas condiciones al señor Lan Dao-Jin. Estoy seguro de que él entenderá la seriedad de su posición y actuará en consecuencia —dijo, su tono enmarcado por una cortesía fría, carente de sinceridad.
Haruka lo miró con una ligera inclinación de cabeza, apenas un gesto de asentimiento, pero suficiente para dar por concluida la interacción.
Antes de retirarse, Mei le dirigió a Kazuo una última mirada intensa, como si intentara leer algo en su expresión. Sus labios se curvaron en una leve sonrisa, una mezcla de desafío y respeto, que dejaba entrever que esta confrontación era solo el principio de algo mucho más complejo entre ambos. Kazuo, sin querer mostrar debilidad, le devolvió una mirada igualmente firme, aunque en el fondo, reconocía una extraña admiración por la compostura de Mei.
Finalmente, los representantes de la Casa Lan se levantaron de sus asientos y, sin más palabras, hicieron una reverencia formal antes de retirarse del salón. Sus figuras desaparecieron por las puertas, dejando detrás una estela de incomodidad y orgullo herido que llenaba el espacio vacío que habían dejado.
Cuando las puertas se cerraron tras ellos, los hombres de la familia Sharma se permitieron respirar aliviados. Uno de ellos, el hombre de cabello gris y expresión severa, se inclinó hacia Haruka con una ligera reverencia de respeto.
—Señora Haruka, su intervención ha sido precisa. Gracias por guiarnos con tan implacable destreza —dijo con sinceridad, dejando claro el respeto y la admiración que sentían hacia ella.
Haruka mantuvo su expresión serena y fría, como si toda la tensión de los minutos anteriores no hubiera tenido el más mínimo efecto sobre ella. Con un leve gesto de la mano, indicó que no necesitaba alabanzas, y se acercó a Kazuo, que aún permanecía de pie, aparentemente inamovible, aunque por dentro sus pensamientos seguían girando como un torbellino. La mirada de Haruka, intensa y penetrante, parecía traspasarlo, evaluándolo como si buscara señales de cualquier debilidad o vacilación.
—Kazuo —dijo en voz baja, aunque su tono era tan firme y autoritario como una orden—. Lo has hecho bien. Pero siempre recuerda: en una negociación, tu lugar es ser el dominante, sin perder la cortesía. La fuerza sutil habla más fuerte que cualquier grito.
Kazuo asintió, su expresión mostrando el respeto que sentía por la mujer que, pese a su edad, conservaba una presencia imponente. Era la encarnación de la sabiduría y el poder que definía a los Sharma. Miró hacia las puertas del salón, viendo cómo los representantes de la Casa Lan se retiraban con semblantes rígidos y orgullos heridos. Y cuando el último de ellos cruzó el umbral, se sintió liberado, como si una carga invisible hubiera sido retirada de sus hombros. Aún procesando las palabras de su abuela, él también abandonó la sala, permitiendo que el peso de lo vivido en la negociación se asentara en su mente.
Apenas salió del salón, recordó dónde estaba: en la torre principal de la Academia Jianlong, la universidad más prestigiosa del continente, donde solo los mejores y más influyentes tenían acceso. Kazuo sentía la majestuosidad de los pasillos de mármol pulido, el lujo de los candelabros de cristal que colgaban del techo, y la sutil opulencia de las decoraciones que hablaban de un linaje de poder y riqueza. Sin embargo, tras la negociación, necesitaba despejarse, y tenía la vaga esperanza de que algún vehículo lo esperara en el sótano para llevarlo de regreso a su residencia.
Kazuo se dirigió al ascensor más cercano y presionó el botón para el nivel más bajo, el sótano, donde suponía que encontraría un transporte adecuado. Cuando las puertas se abrieron, se encontró con una escena que era el epítome de la opulencia: una serie de automóviles de lujo, todos negros y perfectamente alineados, de relucientes carrocerías que reflejaban las luces suaves del sótano. Cada vehículo parecía más imponente que el anterior, un despliegue de poder y riqueza que mostraba la magnitud de la influencia de los Sharma.
Unos pasos adelante, un automóvil negro esperaba, más elegante y sobrio que los demás. Sus líneas eran impecables, el diseño sofisticado. A su lado, de pie y recto como una estatua, un hombre vestido con un uniforme de guardia aguardaba su llegada, proyectando una mezcla de profesionalismo y respeto. Su postura era firme, y sus ojos lo miraban con seriedad, esperando instrucciones.
—¿Desea manejar usted, joven amo, o prefiere que lo lleve como de costumbre? —preguntó el hombre, su tono respetuoso y cuidadoso, como quien sabe perfectamente cómo dirigirse a su joven y poderoso jefe.
—Como siempre, conduce tú —dijo Kazuo finalmente, sin muchas ganas de debatir. Necesitaba despejarse, y no había nada mejor que una buena vista y algo de silencio. Aún no podía procesar del todo la idea de estar en el cuerpo de Kazuo Sharma, un personaje secundario de una novela que solía leer solo para matar el tiempo.
El chofer, sin hacer preguntas, abrió la puerta trasera del coche, mostrando una elegancia pulida y medida. Kazuo se deslizó en el asiento de cuero oscuro y suave, que le pareció una nube de comodidad y lujo. Desde el diseño minimalista del interior hasta el olor a nuevo y el discreto logo de la marca en la tapicería, todo parecía gritar dinero, poder y control. Mientras el chofer se acomodaba en su asiento, encendió el motor, y un suave rugido llenó el espacio, un sonido bajo y grave que transmitía la potencia y la elegancia del automóvil. Kazuo sintió un pequeño alivio al notar que, aunque todo parecía tan extraño, ese lujo al menos le daba una sensación de estabilidad, como si la ostentación de riqueza le anclara a una nueva realidad. Su vida, o la vida de Kazuo Sharma, era una locura de riquezas y opulencia.
El coche dejó el garaje, moviéndose con suavidad a través de la salida y adentrándose en las calles de la ciudad. Era temprano en la mañana, y los edificios altos lanzaban sombras largas sobre las calles pavimentadas. Las luces de neón de los anuncios aún titilaban a lo lejos, desvaneciéndose lentamente mientras el cielo se aclaraba. Observó la ciudad pasar por la ventana, una metrópoli llena de rascacielos y fachadas de vidrio, de un estilo arquitectónico futurista y a la vez tradicional que reflejaba esa cultura oriental en la que Kazuo vivía. "Mierda", pensó, aún atónito. Hace unas horas, simplemente había muerto. Y ahora estaba aquí, en el cuerpo de Kazuo Sharma, un personaje de una novela que acabo y que después estuvo leyendo su manhwa llena de clichés y erotismo, creada más para entretener en un nivel… primitivo, que para tomarse en serio.
Suspiró, repasando mentalmente lo que sabía de la novela y su trama. "Soy el elementalista más fuerte", una historia sobre Ryojin Kimura, el protagonista y el típico "chico bueno pero con un lado oscuro", quien de alguna forma siempre lograba lo que quería, sobre todo con las mujeres. Kazuo, en cambio, era solo un secundario. Un personaje que, aunque poderoso y de buena posición, servía básicamente para que sus prometidas terminaran atraídas por Ryojin, el protagonista. Y vaya protagonista. Ryojin era el arquetipo de un personaje de manhwa porno: un joven aparentemente común que, gracias a una serie de clichés y coincidencias imposibles, se convertía en el hombre más carismático, atractivo y con un magnetismo inexplicable. Un cliché viviente diseñado para seducir a todas las mujeres y obtener poder de maneras, pues, poco convencionales.
El mundo de la novela era una mezcolanza de culturas orientales, principalmente china, japonesa y coreana, con algunas pinceladas de otras culturas asiáticas, un lugar fascinante y complejo. Zhaoxia, el país en el que Kazuo vivía, era una nación vasta y llena de familias nobles y clanes antiguos que controlaban los diferentes territorios. Pero lo que realmente daba vida a la trama eran los "elementalistas", personas capaces de controlar uno o varios elementos de la naturaleza, un don con el que se nacía y que definía su rol en la sociedad. La habilidad elemental se clasificaba en rangos: desde el nivel más bajo, E, hasta el rango S+++, reservado para los maestros elementales, una élite de guerreros y líderes que ejercían un poder casi absoluto.
Kazuo, como heredero de la familia Sharma, no solo era un prodigio en el control de sus elementos, sino también un multimillonario. La riqueza de los Sharma era absurda, tanto que podrían comprar países enteros sin parpadear, con empresas, propiedades y un ejército privado a su disposición. Era imposible que sus fondos se agotaran, incluso si decidían derrochar durante miles de años. Esa opulencia también venía acompañada de grandes expectativas y una presión inmensa. Desde pequeño, a Kazuo le habían exigido la excelencia, en todo momento y a cualquier costo, llevándolo a una vida rutinaria, casi monótona, donde todo estaba predefinido.
A pesar de todo, Kazuo nunca había sido más que un secundario. La historia lo ignoraba, y sus prometidas también, cayendo finalmente bajo el hechizo de Ryojin, quien había encontrado una antigua técnica secreta para aumentar su poder elemental. Según la trama, Ryojin descubría un método para superar los límites normales de un elementalista, logrando algo que se consideraba imposible: la capacidad de controlar múltiples elementos más allá de los que poseía al nacer. Esta técnica, aumentaba a través de encuentros sexuales. Cuanto más lascivos y apasionados fueran, más aumentaba su control elemental, su fuerza física y, al parecer, hasta su suerte. Esa técnica le permitía progresar en el mundo, haciendo que todas las mujeres en su camino cayeran rendidas a sus pies.
Kazuo estaba hecho un verdadero lío. A diferencia de Ryojin, él tenía que labrarse el camino solo. Sus habilidades eran naturales, limitadas por el propio potencial que le había sido dado al nacer. Y aunque era descrito en la novela como uno de los hombres más guapos, un tipo tan atractivo que varias compañías de la familia Sharma lo utilizaban como su modelo principal, eso no le garantizaba la devoción o la admiración de las personas que le rodeaban, y mucho menos le otorgaba el poder que tenía Ryojin con su extraña técnica secreta.
Observó al chofer, que conducía en silencio, ajeno a todo aquel mundo de política, poder y misticismo elemental. Kazuo comenzó a darse cuenta de que, si quería sobrevivir y no terminar como un simple secundario pisoteado por el protagonista, tendría que encontrar su propia manera de obtener poder. Quizás, si lograba hacerse con la técnica de Ryojin, podría evitar su destino en la trama. No solo conservaría su posición y su vida de lujo, sino que podría incluso… bueno, tal vez incluso obtener algo de diversión en el camino. Al fin y al cabo, estaba atrapado en una novela donde el placer y el poder iban de la mano.
La idea de buscar la técnica secreta le hacía hervir la sangre. Aunque era un plan arriesgado, no iba a dejar que un idiota con una habilidad ganada por casualidad le arrebatara todo. "Si voy a vivir esta nueva vida, será con todo el maldito lujo y el placer que pueda conseguir". Una chispa de determinación brilló en sus ojos mientras el auto continuaba su camino por la ciudad.