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Animadversión: El Sacrificio de los Hijos del Firmamento

PoypoyChang
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Synopsis
Skyler es obligado a regresar a la vida
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Chapter 1 - Capítulo 1: Retorno

La vida siempre nos desafía con su ironía ilógica.

Las desgracias se encadenan entre sí sin sentido aparente; afecta, realmente lo hace. Lo trágico y lo absurdo se entrelazan en una suave sonrisa. Los virajes del destino desafían cualquier congruencia. Los ojos terminan siendo los únicos en contemplar todo, cansados.

El oscuro teatro abre su telón y las adversidades se suceden desalmadamente. La risa surge como un chillido siniestro, una respuesta inadecuada pero inevitable; la envuelve una sombra de desesperación; se suelta y se ahoga en el abismo de lo irremediable, tan amarga que se desliza por los rincones del ser. La cordura se quiebra en un mundo empeñado en contradecirse. Nos quiebra, nos hace desaparecer.

Y así, como sumergirse en una laguna cálida, escondida en medio de millones de árboles, hasta emerger entre nubes en un espacio abierto con una sensación de liberación al confinamiento, los receptores sensoriales se agudizan.

La penumbra enmaraña la mente. La oscuridad se zambulle en el cuerpo. Y la percepción es domada por un gélido abrazo.

Él estaba allí, yacía sobre una textura rugosa y sólida, pero removible. Su cuerpo se encontró entumecido. La frigidez penetró sus huesos, y golpeó en la incertidumbre y desolación. El aire era denso y fatigoso, como un eterno invierno. La suave resonancia de un goteo perdido a la distancia se expandió por todas partes.

Un mareo lo arrojó en la ambigüedad. Revolvió su ser y le produjo la peor de las descompensaciones.

La naturaleza de las gotas era un eco en su cabeza. No tardó en llenarse de estrellas titilantes, las cuales eran envases de recuerdos difusos. Las vibraciones se aceleraron como la lluvia en Guangxi durante la temporada de monzones; la reminiscencia se explayó en el proceso.

Recuerdos. Sensaciones. Dolor. Esto último era lo que más sentía; no espiritual, sino físico. El cuerpo le dolía terriblemente como si le hubieran quebrantado los huesos con un pico, una sensación acompañada de ardor en el estómago.

Skyler no pudo movilizarse. Intentó incorporarse del suelo, pero su cuerpo no se dignó a seguir sus órdenes.

— Pero quién mierda… ¡me sacó de mi tranquila paz! —farfulló irritado.

Su intensión había sido gritar; no obstante, lo único que emitió fue un balbuceo torpe que luego le hizo escupir sangre. Sus labios se movieron a duras penas. Y sus dientes ni siquiera rozaron entre sí. Se sintió denigrado y agraviado. Su mejilla estaba pegada en la tierra. Y, al sangrar por la boca, su toser levantó polvo que ingresó a su vista. Quiso frotarse. De nuevo, sus brazos no se movilizaron. Se resignó a parpadear frenéticamente para que la molestia desapareciera.

Se esforzó en mover su cabeza. Su condición era como si una estampida hubiera transitado sobre él. Deseó golpear al responsable. No toleró tanta insolencia y falta de cortesía. Si su intuición era correcta, la forma apropiada de recibirlo era con un banquete, mas no mascando tierra, con el cuerpo molido y en un ambiente frio. Parecía más un desquite de rencor que de homenaje y suplica.

«¡Vaya descaro el de las personas! ¡Siempre atrevidos! ¡Invierten poco, pero quieren recibir demasiado! ¡Cómo si se lo merecieran!»

Skyler cogió paulatinamente consciencia y sensibilidad. El dolor de sus músculos disminuyó. Concluyó por fin, y para su mala suerte, que ya no se encontraba en el más allá. Tenía un montón de argumentos para sustentarlo.

La prueba irrefutable era que podía sentir. Y sí que sintió. Y no solo sensaciones físicas, sino que hasta emocionales. Quiso agarrar a patadas al que lo trajo de vuelta. ¿Pero quién se creía que era? ¿Qué necesidad de revivir a los muertos? Lo último que quiere un difunto es regresar a convivir con las personas, la definición precisa de aves carroñeras y apestosas. ¿Quién se atrevía a revivirlo, obligándolo a codearse junto a la peor creación de los dioses? ¡Exigía conocer al responsable! ¡Aquel le debía una disculpa!

Skyler prefería mil veces ser un ánima en el olvido que un desgraciado y desconsiderado ser humano. Nada peor que eso. Y lo más lamentable, lo trajeron de vuelta al lugar que nunca perteneció; era algo indiscutible. Solo existía un sitio en el que la magia abundaba, y de sobra: Luluoning. Pensar en ese nombre lo hizo irritarse incluso más.

«Muere en la oscuridad y renace de nuevo en ella», pensó irónico. «Detesta algo, y ese algo te perseguirá… ¿Así se sentirán las personas que se divorcian en malos términos y tienen que convivir a la fuerza por sus hijos? Me divorcio de la vida y me regresan a ella; detesto a los humanos y debo convivir con ellos; no quería volver aquí y en estas tierras me encuentro... ¡Qué perfecto exmatrimonio! Esto solo me motiva a volver a divorciarme».

Trató de incorporarse. Un dolor punzante lo obligó a gemir de dolor y toser descontroladamente. Se quedó en el suelo.

Ahorrando tiempo, trató de detectar su Núcleo Espiritual y Núcleo Mágico, pero no fue más que un chiste. Soltó un profundo suspiro, hastiado. No lo podía creer. Si no era un problema, era otro. Además de que el cuerpo ofrecido fuera incapaz de realizar una simple labor como la de sentarse, ahora debía lidiar con su ineficiencia. ¡Lo encontró fascinante! Él no quería regresar a la vida y, ahora, su nuevo cuerpo no colaboraba. Todo iba más bien. Vaya que era el Amo y Señor de la Suerte, Hijo Bendito de los Dioses.

«Si resucitar fuese la lotería, entonces sería el ganador de ganadores», se dijo con sarcasmo.

Decidió no intentar levantarse por unos minutos. Permaneció callado y pensativo. Cuando el dolor en sus músculos disminuyó otra ligera cantidad y sintió que podía mover la boca y las manos, restregó su tacto en lo que era su cama. Luchó por incorporarse una vez más. Y lo logró. Pero no pudo ponerse de pie.

Skyler perdía rápidamente la paciencia si le sucedían tantos infortunios. Se volvía obstinado e impulsivo en sus decisiones. Y todo lo que ocurría luego, que no eran eventos agradables, era el costo adicional de su mala actitud. Pero no le importaba. Había tenido paciencia al inicio. A la vida le encantaba que mostrara su mala cara, y ese ya no era su asunto.

Se arrastró rabioso en busca de una pared, para apoyarse y caminar. No le preocupó ganarse uno que otro rasguño o incluso sentir más punzadas de dolor. Lo ignoró todo, así como la fortuna se hacía la ciega con él.

Se emocionó al hallarlo. Olvidó sus rencores y malestar. Su deducción de estar en el interior de una cueva fue atinada.

«La experiencia hace al experto. Cueva de paredes húmedas y suelo infértil. O esto es por mi increíble suerte o es porque los dioses quieren reírse de mí».

Aunque la oscuridad regía y no se lograba detectar nada, construyó parte de la escena segundos después de agarrar consciencia. Su mente trabajaba rápido, siempre había sido así. Agradeció con asco poseer aún una de sus buenas cualidades y se puso en marcha hacia donde sonaba el agua.

Recordó, unos pasos más adelante, que no era su primera vez en ese sitio. Hace años alguien apellidado Wáng lo había empujado allí junto a otra víctima, otro compañero de cultivo.

Intentó utilizar su Energía Espiritual por inercia.

Falló.

El cuerpo en el que residía no tenía Núcleo Espiritual. O, en todo caso, no ubicó uno. Aún sentía el adormecimiento y dolor por todo el cuerpo; vibraciones eléctricas recorrían su ser. Tal vez, tendría que volver a intentarlo. Pero era improbable que se equivocara; de hecho, completamente imposible. Se supone que algo como eso era sencillo de realizar. Era como correr, así de fácil. Y ya había participado en múltiples maratones. Lo intentó una vez más, y falló.

«Esto es genial. Me regresan a la vida para desahuciarme en este basurero»

Al llegar al gotero, palpó la pared. El cuerpo le exigía agua. Sus labios estaban resecos y agrietados, anhelaban una sensación refrescante; y la garganta se le contraía en cada inhalación. Por su cabeza, pasaron recuerdos borrosos de arroyos cristalinos, oasis ocultos y el mar. El sonido de las olas golpeando la arena retumbó. Sintió una sensación cálida. Escuchó carcajadas.

Skyler poseía una exquisita personalidad. No le gustaba ensuciarse ni vivir de forma tan antigénica. Y vaya que encontraba de lo más mugriento beber líquido deslizado entre rocas. Sin embargo, existían molestias que pasaba por alto en contextos particulares. Era selecto, pero no quisquilloso. Además, su orgullo estaba por encima de todo, no quería ser la burla principal de otros espíritus y dioses. Regresar a la vida y morir el mismo día aniquilaría su reputación.

Se desentendió. Fingió no haber sido demandante en su vida pasada.

El agua se depositaba en un diminuto estanque de piedra; la pequeña construcción era una extensión de roca que, por la continuidad del agua cayendo durante años, se convirtió en una poza desbordante. Deslizó sus dedos por la frágil corriente. No se detuvo hasta llegar a dónde se acumulaba.

Skyler tragó sequedad. Su cuestión no era solo de orgullo, necesitaba de líquido para realizar magia. Pasó sus dedos por su frente y soltó un suspiro. Se inclinó tranquilamente y sumergió su mano. Bebió como si fuese la primera vez en su vida. Salpicó liquido por todas partes. Al instante de recuperarse, aplicó magia de fuego, técnica de su secta.

El resultado fue otro chiste. Debido a su deplorable estado, una pequeña y débil flama se extendió por su dedo índice, como la candela de una vela.

Se le bajó la presión. Nunca, nunca, nunca, pero nunca se imaginó vivir esa situación.

Analizó el entono y alumbró su camino. Escrutó de cerca la pared por donde salía el agua para terminar de confirmar algunos detalles. Como en el pasado, vio que justo debajo de esa parte, unas gritas se componían en el piso, y, por medio de ellas, el agua, que se excedía de la fuente, se filtraba y llegaba a la parte inferior del lugar, el otro piso.

Él había estado abajo, donde el aire se volvía pesado y se edificaba un pozal, rodeado de filudas rocas.

Regresó a donde despertó con la intención de inspeccionar. Examinó la formación mágica con la que lo trajeron a la vida. Estaba hecha de sangre. Era su sangre. Los cortes profundos en la yema de sus dedos eran prueba de ello. Luego de tres vistazos, su mandíbula se tensó y se sintió culpable. No supo por qué. Lo que veía no era un conjuro, sino una técnica infernal; no entendió cómo la persona la conocía.

«Para tener esto, o eres alguien importante en el inframundo, o perteneces a una muy, muy, muy antigua secta. Este chico es humano. Pero ¿cómo estar en una si no tiene núcleo…? —Skyler palideció— ¿Chico? ¿Persona? ¿Ser humano? ¿Sexo…? ¡La persona!»

Una idea pasó por su cabeza. Se sintió aterrado, y quedó estático y patitieso. Todo no se podía poner peor, ¿o sí?

Sí. Todo siempre podía ir cuesta abajo cuando se trataba de él. Se tocó inmediatamente todas las partes del cuerpo. Cuando pasó sus manos por su pecho y miembro. Cayó arrodillado al suelo con una sensación de perdida, dolor y derrota. ¡Roma había perdido! ¡Roma perdió, y perdió bastante, demasiado! Sin aguantarlo, comenzó a quejarse sin parar.

— ¡NOOOOOOOOOOOOOO! ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por quééééééé? ¡Esto es humillante! ¡Esto no es justo! ¿Dónde está? ¡¿Dónde está?! ¡Lo extrañoooo! —protestó, revolcándose por el suelo—. ¿Por qué? ¡¿Por qué?! ¡¡¡¿Por qué?!!! Entre tantos cuerpos masculinos que existen, ¿por qué en el cuerpo de una mujer? ¿Por qué una mujer? ¡¿Por qué?! ¡¡¿Por qué?!! ¿Dónde hay una piedra? ¡Yo me mato! Estoy soñando. Debo estar soñando. No hay otra respuesta. Esta es una pesadilla. Yo sigo muerto. Sí, sí. Este debe ser mi eterno castigo. Una pesadilla en la que estoy en el cuerpo de una… ¡Noooooooooo! ¡¿Por qué?! Prefiero que me mastiquen mil dragones, que arranquen mi carne entre todos ellos si quieren. ¡Qué ese sea mi infierno! ¡Mil veces prefiero eso! ¿Escucharon, dioses?, ¿escucharon? ¡Esto no es justo! ¡No lo es! ¡¿Tanto me odias, mundo?! ¡Yo ni siquiera quise nacer! ¿Por qué no hay piedras? ¡Ella se cortó los dedos! ¡Debe haber algún cuchillo por aquí! —exclamó desesperado, buscando una navaja o algo relacionado—. ¿Pero por qué no hay nada? ¿Por qué nunca tengo suerte? Esto es injusto. No quiero ser una mujer. Me reúso. Yo muero aquí. MUERO AQUÍ. Si no hay una piedra con la que suicidarme, me golpearé el cráneo contra la pared hasta morir. No planeo estar acá, no así. Todo menos esto. TODO MENOS ESTO. —Entre sus quejidos de drama, un recuerdo atravesó su cabeza. Se preguntó si sería factible. Pensar en ello lo tranquilizó. Tenía una oportunidad de recuperar su sexo—. Esto tiene solución —se consoló nervioso, aun dudando—. Será una promesa rota por un bien mayor. No tiene nada de malo. Yo quiero mi Roma de vuelva. No es mi culpa que el mundo me la haya quitado. Cuando juré no volver allí, nunca pensé en la posibilidad de perder a Roma… Mi asunto está muy bien justificado y respaldado. La situación me fuerza a ir…

Ya sabiendo cómo solucionar su principal y más relevante problema, dejó ese asunto a un lado. Tenía que terminar de analizar la formación infernal.

«Estos rituales son realizados por dos razones: Venganza o estupidez», meditó Skyler. «La muchacha ha de haber pensado que soy una especie de espíritu diabólico y vengativo que solo busca asesinar. ¿Quién le entregaría su cuerpo a alguien considerado un demonio? —planteó, cansado y discrepante—. Esta joven ha de haber estado zafada o demasiado dolida. Según estos símbolos, de alguna u otra forma, voy a terminar cumpliendo su venganza. Lo que tenga que pasar sucederá, aunque quiera o no quiera. Ahora, que soy un espíritu, lo considero injusto. ¿Cómo puede este conjuro obligar a los espíritus invocados a cumplir los caprichos de las personas? Pero, debo admitirlo, el precio de esto es tan injusto como la demanda. Ahora, esta vida me pertenece. Y las reglas ni siquiera me permiten suicidarme, si lo hago, mi espíritu sería castigado dolorosamente. Ni después de la muerte puedo tener paz. Si no cumplo con las normas, entonces el castigo será morir lentamente con sumo dolor», analizó Skyler, mientras continuaba leyendo cada símbolo.

Una vez que terminó de leer todo, notó que había algunas hojas desparramadas por el suelo más allá del ritual, las recogió y las leyó. «Mi otra suposición está confirmada. Esta mujer debió ser discípula de una de las Familias Principales. Vaya problema. Y yo que pensé que regresar a la vida de por sí era demasiado malo, encima regreso estando próximo a ellos. En todo caso, si esta persona pertenece a una Familia Principal y sobrevivió a la guerra contra el clan Wáng, eso explicaría por qué no tiene un Nucleó Espiritual, y por qué su Núcleo Mágico está terriblemente dañado. En ese tiempo, cuando los clanes se levantaron para ir en contra de la Luna Dorada de la Eterna Primavera, los resultados de la guerra repercutieron en muchos. Decenas de discípulos perdieron sus talentos. Fue como ver personas amputadas en espíritu, un escenario escalofriante y, en suma, penoso».

Skyler buscó más cosas por el entorno. Encontró un par de telas, las ató y creó un bolso sencillo. Colocó las hojas dentro y se puso en marcha. Era hora de salir de ese lugar. «¿Qué año será este? ¿Habrá pasado un año…? ¿Quizás más?», se preguntó, dirigiéndose al nivel bajo de la cueva.

El lugar tenía un nombre. Se llamaba No way out. Poseía muchos conjuros, hechizos y sellos de protección para que nadie saliera ni sobreviviera adentro. Era una zona prohibida y evitada por los cultivadores. Se selló a más no poder porque contenía una raza de demonios que, en su momento, un cultivador no pudo derrotar.

Retirar hechizos de un muerto es difícil. El lugar quedó así. Ingresar era sencillo, salir imposible. Solo quedaba colocar seguridad alrededor y evitar que los jóvenes se acercaran a curiosear. Sin embargo, el maquiavélico y psicópata de Skyler había descubierto la forma de escapar de allí. «Las ratas siempre encontramos la salida», dijo, en el pasado, refiriéndose al "ser humano" como un roedor. «Es lo que somos y es lo que haremos. Saldremos de aquí y le haré mascar tierra». Palabras que sirvieron de consuelo en el momento.

«Está bien. Este no es mi cuerpo. Su energía mágica es débil y no tiene Núcleo Espiritual. En pocas palabras, la chica no me sirve de nada. No obstante, este es mi espíritu, lo que me deja con una oportunidad… Solo espero que… Por favor, dioses, si alguno se apiada de mí, enserio espero que aún no haya nacido un nuevo portador», solicitó con sinceridad y honor.

Había estado pensando en una cosa desde que recordó el mar. Necesitaba saber sobre ello. No le importaba otro asunto. Si regresó a la vida, mínimo debía asegurarse de que todo había salido según sus planes. Utilizó comodines hasta el día que falleció. Solo necesitaba saber qué había ocurrido exactamente.

El ambiente se volvió más frio a cada paso. Su vestimenta consistía en un par de telas finas y delgadas. Al parecer, eran prendas para dormir de color marrón. En términos sencillos, la dama estaba prácticamente desnuda. Dedujo que ella había escapado de casa durante la noche. De seguro, los problemas que la afligían la atormentaron tanto que corrió sin dirección y terminó atrapada en el interior de la cueva. Eso explicaba por qué lo había invocado. Una de las ultimas opciones de la chica para dejar este mundo luego de sentir tanto sufrimiento y rabia, fue el de invocarlo para que se vengase por ella.

Skyler no tenía problemas en repartir el pan entre los mendigos y de entregar la misma cantidad de agua a los más y menos sedientos; es decir, no poseía inconvenientes en equilibrar la balanza en una línea recta de igualdad. Fue construido para ser así. Y cuando requería de ese lado suyo para rendir ese tipo de justicia, lo hacía sin remordimiento. Existían límites, y existían asuntos menores que se podían perdonar y pasar por alto; pero siempre abundaban los casos con los que solo se podía ser rígido. Y la circunstancia de la dama indicaba ser uno de los últimos.

«Pobre mujer. ¿Qué le hicieron para terminar así? Por la tela de la ropa, era adinerada. Su situación solo la puedo relacionar con una falta a su honor. ¿Escapar de noche?, más bien, estaba huyendo. La señorita huía… Las hijas de las familias ricas son orgullosas y directas. Y esta fue una guerrera. No se pudo defender. No había a quien pedirle ayuda y escapó. Es entendible. Ya perdió lo más importante. Que le arrebataran esto que la mantiene "digna" habría sido lo último para que se volviera una burla… ¡Dios, como detesto Luluoning! Como sea, si ella, relativamente, no se suicidaba ocultándose en esta cueva, entonces el sujeto o sujetos la habrían alcanzado. Se habría suicidado de todas formas luego de eso. Tiene el escote rasgado y la cola de la túnica descocida, para colmo esta descalza. Falta al honor… Las más orgullosas son del clan Yang y el clan Dankworth. Ellas son las que no podrían vivir así. Dioses, si me tienen algo de piedad o pena, que sea alguien del clan Yang. No pido mucho... Luego de perder su núcleo, la familia debió mudarse lejos… ¿Cómo era? "El recuerdo de lo que fuiste te mata". De seguro dejaron su clan y vinieron a esta parte a vivir. Despues de la guerra contra el clan Wáng, no se volvió a utilizar Kentia; la mayoría le cogió desprecio. Uno regresa, atrevido y desafiante, a dónde se enfrentó y perdió. Es la forma de sentir que posees el control».

El estanque emanaba una atmosfera mágica y embriagadora de atracción. La superficie inexplicablemente reflejaba escasos destellos plateados que parpadeaban como estrellas nocturnas. El sonido del agua encontrándose, era suave y etéreo. Parecían notas de una sinfonía espectral. Alrededor de él, se erguían estalactitas como guardaespaldas custodiando su austeridad. La oscuridad penetró incluso más que en el primer nivel. El aroma a humedad lo ayudó a guiarse. Dejó desaparecer la flama de su dedo. Tanteando, se colocó en cuclillas en el borde, tocó el agua.

«Maldición. Está mucho más helada que antes. Si esto no funciona, moriré congelado».

Sin pensarlo mucho, y, con una expresión decidida, se sumergió. Nadó hasta llegar al medio, lo logró con dificultad. El cuerpo de la joven era realmente débil. Aquello le preocupó. Se volvería un problema más adelante. Quien sabe lo que tendría qué hacer una vez saliera de allí. Kentia siempre había estado lleno de yaos y bestias.

Dejó flotar su cuerpo y meditó. De joven, su maestro No lo sé le decía: «Tienes que encontrar su fuente de energía si quieres utilizarla». Lo intentó, pero no detectó nada.

— Eres el regalo que los dioses me entregaron —habló, fuerte y claro, con cortesía y admiración—. Eres un guardián espiritual digno y codiciado, eres el rey de los cielos, con las ofrendas más deslumbrantes y con el mayor número de devotos. Eres dueño de todo lo mineral y de todo lo que consideres tuyo. Eres propietario de tus debilidades, así como de tus fortalezas. Eres un ser bendecido por todos los dioses, dotado de habilidades que sobrepasan los simples caprichos y deseos del poder humano. Eres tu destino, tu final y tu comienzo; tu vida. QīngLóng, Honorable Dragon Azul, le pregunto, ¿nos dejaras morir de una forma tan deshonrosa y humillante apenas regresamos de la muerte? ¿Permitirás que seamos el hazmerreír de otros dioses y espíritus menores?, ¿que al escuchar nuestros nombres las personas se burlen de nosotros?, ¿o harás algo para salir de aquí?

Se quedó flotando. Sabía ser paciente. El tiempo pasó. Los segundos se volvieron minutos. Dudó si su guardián espiritual aún continuaba con él. Sintiéndose ligeramente tonto, pensó: «Bueno, al parecer, moriré aquí… Me habría encantado saber de ellos. Parece que solo soy un mal chiste. Mis maestros me patearían si me vieran así… —caviló, sintiéndose extraño. No sabía por qué había pensado en ellos—. Saldré. El agua está…»

Repentinamente, se presentó una fuerza sobrenatural. La cueva tembló. Y algunas estalactitas inestables se quebraron y cayeron. Una poderosa luz bañó por completo el cuerpo de Skyler, lo levantó hacia el cielo. Sus cabellos se tornaron blancos. Sus pupilas cambiaron a un celeste cristal. En algunas partes de su piel, comenzaron a brotar escamas, y de sus ambas orejas comenzó a expandirse una flama azulada que fluctuó vigorosamente. Sobre su cabeza nació dos llamas que crearon la silueta de dos cuernos de dragón.

— ¡Te permito utilizar mi energía! —respondió una voz. Su rugido retumbó en toda la cueva.

— Gracias, QīngLóng —respondió Skyler con mucha gratitud y alivio.

Levitó hasta el techo. La luz que lo envolvía se volvió descomunalmente intensa. Su resplandor habría cegado a cualquiera. Traspasó sin obstáculos las rocas y minerales. Sin cuestionamiento, una victoria satisfactoria. No obstante, nadar lo había agotado, sobre todo, porque la atmosfera era sofocante; su presión era igual que las montañas del Tíbet. No lo aparentaba, pero estaba agitado.

Al salir de la cueva, lo primero que hizo fue aterrizar sobre el verdoso pasto. Se dejó caer. Y tosió amargamente. El cambio de atmosfera golpeó su nariz. Se ahogó. Carraspeó y expectoró un par de veces hasta calmarse y coger el ritmo. Su transformación desapareció, y se aferró a la hierba para calmarse. El kikuyo se introdujo entre sus dedos. Las hojas eran delgadas, flexibles y finas. Sintió con aprecio la suavidad. Recordó la sensación de acariciar un pelaje corto y sedoso.

Un aroma terroso y resinoso lo obligó a escrutar el entorno con fascinación. El aroma de los cedros era fresco y leñoso; profundamente relajante y reconfortante. Cierto clan siempre había utilizado a los cedros para hacer velas budistas de meditación, así como aceites esenciales. La fragancia siempre se extendía en la biblioteca en semanas de exámenes; en cambio, la biblioteca del clan Vesta era un nido de aromas por descubrir. Cada ala olía a algo único. Y día tras día la escencia cambiaba: Ámbar gris, haba tonka, hoja de violeta, jazmín sambac, sándalo, o hasta lavanda, entre otros. Caviló al respecto. Era increíble que ese diminuto detalle fuera extraordinariamente una peculiaridad resaltante y arraigada al carácter general de los discípulos de cada secta. La mesura, la rutina y la simpleza en uno; y la osadía, la espontaneidad y la complejidad en otro. Se puso de pie esbozando una sonrisa.

Antes de detenerse en seco, alcanzó a dar unos cuantos pasos. Se quedó patitieso en medio del camino y su estúpida sonrisa despareció. En el cielo, y desde diversas localizaciones, vio bandadas de aves emprendiendo vuelo, huyendo. Al andar, analizó rastro de huellas entre las hojas secas, ramas y tierra. Y se percató del humo de fogatas desde distintos puntos. Había gente en el bosque; encima, era verano. ¡Gente en un bosque de yaos, bestias y demonios en verano! Eso solo significaba una cosa. Había cultivadores en el lugar. Era temporada de cacerías anómalas. Solo un grupo selecto de clanes podía realizar ese evento en Kentia: Las Familias Principales.

Se quedó unos segundos en silencio, pensativo; abruptamente, dio media vuelta y se dirigió de nuevo hacia la cueva, con intenciones de ingresar y morir dentro. Antes de aproximarse, su estómago rugió como nunca. Volvió a experimentar un terrible ardor en el vientre. Se contrajo sujetando esa zona. Dio media vuelta y continuó hacia otro lado. Al final de ese camino, se extendían copiosos manzanos que estaban de paso al río menos concurrido. Se propuso comer manzanas y pescado.

«¿Cuántos días lleva esta mujer dentro de la cueva? Desde hace horas que me arde el estómago… No le pongo más de tres días. Este cuerpo es débil. Es imposible que haya estado casi una semana. Pero… entonces ¿por qué me duele así? ¿Acaso…? ¿Acaso está embaraza? —se preguntó paniqueado. Su rostro acogió una expresión impactada, ilusa y aterrada—. No, no, ¡eso es improbable! No siento vida dentro de ella. Tampoco detecté la existencia de algún futuro sub-Núcleo Mágico o sub-Núcleo Espiritual. Me estoy alterando. Es mejor dejar de pensar en esto. Pronto recuperaré mi masculinidad. Sí, sí. Todo estará bien. No hay bebes. No hay bebes…, ¿verdad?», se cuestionó. Durante su recorrido, evaluó su estado varias veces hasta estar seguro de que la mujer no estaba embarazada. Y gracias a los cielos, el mar, la tierra y el aire que no era así. ¿Qué habría hecho en esa situación? Evidentemente, se suicidaría. Lo sentía por el feto, pero lo tendría que entender. Ni loco lo daba a luz. Que el alma buscara otro sitio en el cual crecer. Él estaba clausurado.

«Pescaré, comeré y dormiré. Pescaré, comeré y dormiré. Pescaré, comeré y dormiré. Pescaré, comeré y dormiré…», repitió en su cabeza mientras avanzaba. Al llegar a los manzanos, sacó algunos frutos y los colocó en la bolsa. Quería lavar el que tenía en la mano, pero, al verse hambriento, solo la limpió en sus prendas, las cuales aún estaban mojadas.

— Te juro que sentí un temblor por esta zona —esclareció un joven, mientras rodeaba uno de los arbustos que se interponían en su camino con cautela. Skyler mascó su manzana, concentrado en el sabor, y, tranquila y ágilmente, se escondió detrás de unos árboles—. No estoy mintiendo. Quizás sea una bestia grande y fuerte. ¿Te imaginas? Atraparlo nos daría muchos puntos.

— ¿Estás seguro de que no es por el hambre? Creo que estás imaginando cosas… ¿Una bestia grande? No podemos ni pescar bien y ya piensas en cazar algo enorme.

— ¡Estoy pensando en grande!

— Estás pensando en morir. Vámonos. Ni siquiera deberíamos estar acá. Nos van a regañar si nos ven.

Los jóvenes vestían unos pantalones oscuros que eran parte de la vestimenta inferior. El color celeste oscuro contrastaba con la túnica blanca, y agregaba un toque moderno. Su calzado consistía en unas botas negras. Sus túnicas estaban decoradas con detalles celestes. La prenda superior tenía aberturas a los costados, y la tela recorría su camino en medio de sus piernas, cubriéndoles la zona delantera y trasera. Aquella se pegaba a su cuerpo con la presión de un cinturón celeste y grueso del que se desprendían dos adornos de amazonita pulida, sujetas a una cuerda blanca. Una pulsera de cristal se exhiba en la muñeca derecha. Y sus cabellos y ojos eran negros. Eran discípulos del clan Yang, Sexta Familia Principal.

«Vaya, vaya, vaya, son principiantes. La Sexta Familia Principal tiene un punto celeste en medio de su frente y otros dos en medio del revés de sus manos. Ellos solo tienen uno en la frente. Eso significa que son discípulos externos… Esto es malo. ¿Qué año es? Todo no se puede poner peor, ¿o sí? Espero no toparme con… Como sea. ¿Dónde están los guardias? Se supone que siempre vigilan esta zona. Si es la escoria de Mu quien sigue siendo líder principal de todas las sectas, entonces es el clan Dankworth el que debió colocar la seguridad».

— Espera.

— No, no. vámonos. Podemos cazar cosas de hasta el nivel cuatro. Lo que quieres hacer es obtener algo de nivel diez.

— Por favor…

Skyler se escabulló del lugar sin demora. Sabía ser sigiloso. Podía caminar entre ramas y hojas sin generar ruido.

Sus pisadas no se escucharon. Caminó entre la agrupación de árboles que lo cubrían y dejó detrás el sonido de las voces de los jóvenes.

Sintió una sensación extraña. Y el peso de la curiosidad cayó sobre él, pero también del horror. Lo recordó. El clan Dankworth. Ellos vestían prendas color camel y beige.

Ahora que las miraba bien, las prendas de descanso que vestía no eran de color marrón, sino de un amarillo oscuro y color beige en algunas zonas. Su corazón comenzó a palpitar con fuerza. ¿Por qué los discípulos del clan Dankworth no estaban en guardia? ¿Acaso…? No. La vida no podía ser tan injusta con él.

Tocó desesperado su cabello. Sintió una maraña de rulos con volumen. Cogió de su espalda uno de los largos mechones de la joven. Lo trajo lentamente hacia adelante. No quería mirar. No quería. Su cabeza fue incapaz de moverse. Dirigió forzadamente su vista hasta allí. Lo observó atemorizado y desconcertado. Su cabello era cobrizo rojizo. La chica no tenía Núcleo Espiritual y poseía un Núcleo Mágico dañado. Vestía prendas del clan Dankworth. ¿Por qué los guardias no estaban en la zona? Una razón por la que centinelas dejarían su puesto era por la pérdida o extravío de alguien importante.

Observó la forma de sus manos. Escrutó sus dedos. Los reconoció. Había visto incontables veces como una joven guerrera sostenía el arco y espada con aquellos delicados dedos, con esas finas y bellas uñas, tan rosadas que parecían estar decoradas con rubor. Fueron manos que alguna vez lo abrazaron, que le tendieron una manzana, que hasta lo golpearon para corregirlo. Alguna vez las sujetó con delicadeza al bailar. El tacto había sido suave, acogedor y afectuoso.

Se quedó perturbado y acongojado. Las palpitaciones incrementaron. No supo que hacer. No podía ser ella. No podía estar en el cuerpo de su hermana jurada. El mundo no podía ser tan cruel. La conmoción fue tan grande que ni siquiera se pudo mover. ¿Qué podría hacer si se trataba de ella? No había soluciones. No había cómo ayudarla. No había forma de retornar su espíritu al cuerpo.

Él era un maestro especializado en las artes oscuras. Se quedó en blanco. La formación mágica tenía condiciones. Ella pagó con su vida. Ese fue el trueque. Si forzaba al alma a regresar, entonces volvería, pero sin ningún recuerdo. Sería como un recién nacido en el cuerpo de un adulto. Y eso no era todo. Quizás, el espíritu ya estaba por nacer; tendría que quitarles un hijo a sus padres… ¿Pero en qué estaba pensando? Él había prometido… Él… ¿Pero por qué lo hizo? ¿Qué la orilló a hacerlo? ¿De verdad se trataba de ella?

Inadvertidamente, dio unos cuantos pasos con dificultad. Su cuerpo estaba rígido, procesando todo. Caminar fue difícil al inicio; poco a poco se desplazó rápido y, luego, corrió. Tenía que llegar al río. Allí podría ver su rostro. Ver su reflejo era la respuesta. Después de todo, todos los discípulos del clan Dankworth tenían el cabello de esa forma y color. El cuerpo no le podía pertenecer a ella. No. No era probable. Tenía que tratarse de alguna otra chica. Quizás de una prima con la misma importancia.