La Grieta apareció hace veinte años, desgarrando los cielos y derramando pesadillas en la realidad. Monstruos que desafiaban la imaginación vagaban por la Tierra, devorando la esperanza y sembrando el caos. La salvación de la humanidad no llegó en forma de tecnología ni de estrategia, sino con la aparición de los Despertados: una pequeña parte de la población que desarrolló poderes inexplicables. Ellos se convirtieron en la última línea de defensa de la Tierra, empujando a los monstruos de vuelta a los rincones oscuros del mundo.
Pero no todos se Despertaron. Por cada héroe que empuñaba llamas o doblaba la luz a su voluntad, había miles como yo. Sin poderes. Olvidados. Dejados para sobrevivir con las sobras de una sociedad reconstruida alrededor de los fuertes. Me llamo Leon. He pasado veintiséis años viviendo al margen de la relevancia, siendo un mensajero en Ciudad Bastión, la zona segura más grande que queda en el mundo. No soy un héroe. Ni siquiera soy especial. Solo soy alguien intentando llegar al siguiente día.
En este día en particular, el aire estaba cargado con una energía que no había sentido en años. Las noticias se esparcieron como fuego por las calles: una nueva Grieta se había abierto en la Zona Exterior, y no era como las demás. Esta era una brecha de Nivel S, el tipo que hacía dudar incluso a los Despertados más experimentados. La gente se reunió para ver pasar los estandartes de los gremios, sus colores brillando contra los edificios manchados de hollín. Era espectáculo y supervivencia en uno solo.
Me quedé en las sombras, como siempre. Viendo pasar a los Despertados con sus armas encantadas y ojos brillantes, sentí ese hueco familiar en el estómago. No era envidia. Ya no deseaba ser uno de ellos. Era algo peor: el dolor sordo de saber que alguien como yo nunca importaría en un mundo como este.
Entonces, el suelo tembló. Una vibración profunda que sacudía los huesos. Los gritos siguieron, creciendo como una ola, mientras las barreras de la ciudad —las que habían sido impenetrables durante décadas— empezaban a parpadear y fallar. Por primera vez en mi vida, vi miedo en los ojos de los Despertados.