Ian avanzaba entre los árboles, recordando las palabras de Don Manuel. "Nunca camines por veredas", resonaban en su mente como un mantra. Esa simple frase había cobrado un nuevo significado en su corazón, especialmente ahora que se encontraba en un territorio desconocido y peligroso. No solo se trataba de evitar caminos marcados, sino de buscar su propio rumbo, uno que lo llevara a la libertad.
Mientras se adentraba más en el bosque, decidió que no podía seguir un camino preestablecido; debía confiar en su instinto. Con cada paso que daba, Ian sentía que la naturaleza lo envolvía y lo guiaba. Las sombras de los árboles parecían susurrarle secretos antiguos, y el murmullo del viento lo animaba a seguir adelante.
El aire fresco y húmedo le llenaba los pulmones y, aunque el miedo aún lo acompañaba, también sentía una chispa de emoción. Por primera vez en mucho tiempo, estaba tomando decisiones por sí mismo. Se detuvo un momento para observar a su alrededor; la oscuridad era profunda, pero había destellos de luz lunar que iluminaban su camino.
De repente, escuchó un crujido detrás de él. Ian se giró rápidamente, su corazón latiendo con fuerza. A través de las ramas, vio una figura aproximándose: era un ciervo, elegante y sereno. El animal se detuvo a unos metros de él y lo miró fijamente con sus grandes ojos oscuros. En ese instante, Ian sintió una conexión profunda con la criatura; era como si el ciervo le dijera que todo iba a estar bien si se mantenía fiel a sí mismo.
Con cuidado de no asustarlo, Ian dio un paso hacia atrás y dejó al ciervo continuar su camino. Observando cómo desaparecía entre los árboles, recordó otra lección de Don Manuel: "La naturaleza siempre encuentra su camino; tú también puedes hacerlo". Con renovada determinación, decidió que debía seguir adelante.
A medida que las horas pasaban y la noche se hacía más profunda, Ian comenzó a buscar un lugar seguro donde descansar. Recordó cómo Don Manuel solía construir refugios improvisados en el bosque para protegerse del frío. Siguiendo esa idea, Ian comenzó a recolectar ramas secas y hojas grandes para crear un pequeño abrigo.
Mientras trabajaba en su refugio, sus pensamientos divagaban hacia el pueblo y las personas que había dejado atrás. Extrañaba a su familia y amigos, pero sabía que no podía volver hasta que estuviera preparado para enfrentar la verdad de lo que había sucedido con los hombres de negro.
Cuando finalmente terminó su refugio, se acomodó dentro y se envolvió con una manta hecha de hojas secas. La noche era silenciosa ahora; solo se oía el canto lejano de algunos pájaros nocturnos y el suave murmullo del viento entre los árboles. Ian cerró los ojos por un momento y dejó que el cansancio lo arrullara.
En sus sueños, volvió a ver a Don Manuel. El anciano estaba sentado bajo la sombra de un gran árbol con una sonrisa cálida en su rostro.
—Ian —dijo Don Manuel—, recuerda siempre que la vida es como un río: a veces fluye suavemente y otras veces enfrenta obstáculos. Pero nunca debes dejarte llevar por las corrientes; busca tu propio cauce.
Al despertar al amanecer siguiente, Ian sintió una renovada energía dentro de él. Sabía que debía continuar su viaje hacia lo desconocido con valentía y astucia. Se levantó rápidamente y comenzó a planear su ruta. Sin embargo, esta vez no iba a seguir caminos preestablecidos ni dejarse llevar por otros; iba a forjar su propio destino.
Con el horizonte iluminándose lentamente ante él, Ian sintió en su corazón que estaba listo para enfrentar cualquier desafío que viniera. Con cada paso firme hacia adelante, recordaba las enseñanzas de Don Manuel: nunca caminar por veredas significaba abrirse al mundo y permitirle guiarlo hacia nuevas aventuras.
**Fin del Capítulo 5**
¡Espero que te esté gustando cómo avanza la historia!