Capítulo 1
Huellas cubiertas de sangre marcaban el suelo con cada paso de los sirvientes del alfa líder. El eco de sus pisadas parecían una letanía silenciosa, una advertencia muda del destino que aguardaba a aquellos que osaran desobedecer.
El viento helado de la noche, gélido como la muerte misma, justificaba el temblor en los cuerpos de los sirvientes. Pero la verdadera razón era otra: un solo error, un paso en falso, y sus cabezas podrían rodar junto a la de la víctima que yacía moribunda casi alborde de ser absorbido por el sonei.
-La estupidez es el rasgo más dominante que posees. Lamentablemente, no podrás vivir para corregirlo -sentenció el alfa, limpiando con parsimonia el arma blanca, una hoja brillante finamente delgada.
Sin vacilar, se acercó al hombre atado a la silla de metal oxidado. Sus ojos llenos de oscuridad como el abismo mismo, no reflejaban ni piedad ni remordimiento, solo un frío e inquebrantable juicio.
-No... no... ¡No! ¡No! ¡AHHHH! -La negación del hombre se rompió en un grito desesperado que fue silenciado al instante. El filo del arma atravesó su garganta con una precisión escalofriante, y su sangre comenzó a escaparse en un torrente interminable que manchó el suelo y las paredes del lugar.
El alfa permaneció impasible, observando, cómo lo más preciado del mundo escapaba del cuerpo del traidor.
Los quejidos del lobo agonizante se esparcieron en el aire, gritos desgarradores y frágiles, hasta extinguirse poco a poco. La sangre, aún caliente, salpicó el rostro de algunos, pero nadie se atrevió a mostrar una sola mueca de desagrado.
El alfa se arrodilló junto al cuerpo casi inerte. Sus dedos trazaron el rastro de sangre tibia mientras sus ojos ennegrecidos se cerraban disfrutando un éxtasis casi primitivo. Al mismo tiempo que inhalaba la esencia vital que escapaba del cuerpo de su víctima.
Una oleada de poder recorrió su cuerpo, llenando cada fibra con una energía intoxicante. Su lobo rugió en su interior, satisfecho, alimentado por el último aliento vital de su presa.
El placer era casi insoportable, una mezcla de control absoluto y liberación. El alfa dejó que su respiración se acompasara con el silencio, saboreando el momento mientras sentía el aire helado acariciar su piel.
-Encárgate de enviar los restos a su familia -ordenó con voz grave, cada palabra resonó como un mandato inquebrantable.
Los subordinados se movieron con rapidez, temerosos de retrasarse o cometer un error. Acatar órdenes era su única opción.
El alfa se quitó los guantes de látex ensangrentados con calma, disfrutando del leve frescor del viento en sus manos desnudas. Se tomó un momento para sentir cómo las vibraciones de su lobo, satisfedho pero alerta, se aquietaban en su interior.
En ese instante, uno de sus hombres se acercó y le entregó su teléfono. Justo cuando lo tomó, comenzó a vibrar.
El alfa miró la pantalla, su rostro mantenía una expresión impasible, pero algo en su pecho se contrajo al ver el nombre que aparecía en la pantalla.
-Asher... -murmuró al responder con voz grave intentando ocultar el rastro de éxtasis asesino que aún lo embriagaba. Pero en su pecho, un dolor opresor comenzó a instalarse.
-Padre -la voz del Omega era como un cuchillo que cortaba su compostura.
El alfa cerró los ojos, dispuesto a colgar, pero las palabras del omega fueron más rápidas, deteniendo su intento.
-Eres mi alfa, así que escúchame bien. Si estás compartiendo cama con alguien más, juro que lo mataré, sin importar quién sea -gruñó el Omega, su tono estaba cargado de una furia posesiva.
De repente el alfa sintió un tirón en su interior que perturbó su mente. Sintiendo como un lazo invisible se pretába alrededor de su garganta. Su lobo rugió en protesta, dividido entre el orgullo de ser reclamado y el agobio de sentirse sofocado.
-Descansa, Asher -dijo finalmente, cortando la llamada.
La brisa fría de la noche volvió a envolverlo, pero esta vez no le brindó consuelo. En su pecho, una mezcla de rabia y melancolía se arremolinaba, ahogando el placer que minutos antes había disfrutado.
-¿Señor, desea que lo lleve a algún lugar? -preguntó su subordinado, rompiendo el silencio.
-Lárgate -gruñó el alfa, volviendo a hundirse en el vacío que la noche le ofrecía.