Dos figuras avanzaban lentamente, cerrando la distancia entre ellas en medio de un campo desolado. Zagan caminaba con una sonrisa burlona dibujada en el rostro, sus ojos evaluaban a su oponente como si el encuentro fuera poco más que un entretenimiento pasajero.
Remiel, en contraste, tenía una expresión seria, su mirada fija y determinada. Cada paso que daba parecía medir la distancia, como un cálculo deliberado antes de la inevitable colisión.
El silencio entre ambos se rompió cuando Zagan inclinó levemente la cabeza y dejó escapar una carcajada suave.
—¿Eres el enviado para detenerme? —preguntó, con un tono que destilaba desdén. Su voz resonaba como un eco, oscura y burlona.
Remiel no respondió de inmediato. Solo detuvo su avance a pocos pasos de Zagan, sosteniéndole la mirada con una calma inquietante.
—No importa quién soy. Lo único que necesitas saber es que esto termina aquí —dijo, su tono frío como una hoja de acero.
Zagan alzó una ceja, divertido. —¿Terminar? —repitió con una sonrisa más amplia. Alzó una mano, y en un parpadeo, una espada oscura apareció en su agarre, su hoja reflejando un brillo carmesí que parecía latir como un corazón.
Remiel respondió sin palabras. Extendió la mano derecha, y una espada brillante, adornada con runas plateadas que parecían fluir con luz, se materializó.
Por un breve instante, ambos permanecieron inmóviles, estudiándose mutuamente. Entonces, como si se hubieran puesto de acuerdo, ambos se lanzaron hacia adelante.
El primer choque de espadas resonó en el aire, seguido por una lluvia de chispas. Zagan atacó con fuerza y velocidad, sus movimientos eran caóticos, impredecibles, casi salvajes.
—No sabes en lo que te has metido —dijo Zagan, mientras presionaba a Remiel con una serie de golpes contundentes.
Remiel bloqueó con precisión, respondiendo con ataques calculados y letales.
—No necesito saber quién eres para entender que no debes seguir adelante —respondió, girando su espada para lanzar un golpe vertical que Zagan apenas alcanzó a desviar.
Zagan retrocedió un paso, su sonrisa burlona se volvió más oscura. —Interesante... No esperaba que me dieras un poco de diversión. Veamos cuánto puedes durar.
Remiel, manteniendo su postura firme, simplemente replicó: —Hablas demasiado.
El intercambio se intensificó. Sus espadas chocaban una y otra vez, cada golpe más rápido y más feroz que el anterior.
Zagan y Remiel retrocedieron al unísono, tomando distancia tras el feroz intercambio de golpes. Ambos respiraban con calma, aunque la energía que los envolvía comenzaba a intensificarse, distorsionando ligeramente el aire a su alrededor.
Zagan giró su espada juguetonamente, apoyándola en su hombro. Su sonrisa burlona no había desaparecido.
—Debo admitirlo, tienes habilidades decentes, pero aún no me has mostrado nada digno de asombro.
Remiel permaneció en silencio, su expresión seria e imperturbable. Levantó lentamente el brazo derecho, y en un instante, cientos de lanzas de energía brillante comenzaron a materializarse a su alrededor. Las puntas de las lanzas brillaban con una luz cegadora, listas para ser disparadas en cualquier momento.
—¿Eso es todo? —Zagan dejó escapar una risa baja y sarcástica mientras alzaba su brazo derecho también. De la nada, un enjambre de esferas de energía azul, pequeñas pero vibrantes, apareció flotando a su alrededor, pulsando con una fuerza ominosa.
Por un breve instante, ambos quedaron inmóviles, sus miradas fijas en el otro, como si estuvieran midiendo el poder que estaban a punto de desatar. Luego, simultáneamente, ambos hicieron un movimiento hacia adelante con sus brazos.
El cielo se llenó de luz y energía cuando las lanzas de Remiel y las esferas de Zagan se lanzaron al encuentro. El estruendo de los impactos resonó en todo el campo, pero justo cuando el primer proyectil debería haber explotado, todo desapareció. Las lanzas y las esferas se desvanecieron en el aire, como si nunca hubieran existido.
Desde las gradas, Miguel observaba la batalla con atención. Su mirada estaba fija en Remiel, quien mantenía su postura firme a pesar de la desaparición de los ataques.
—Ese es… Remiel, el Ángel Cazador —murmuró Miguel, como si confirmara algo importante. Una chispa de reconocimiento cruzó su mirada. —Es capaz de utilizar cualquier arma con maestría y crear a su antojo. Es un guerrero formidable, pero… ¿qué está pasando? ¿Por qué sus ataques desaparecieron?
Miguel frunció el ceño mientras intentaba comprender la situación. Remiel, a pesar de su reputación, parecía estar enfrentándose a un desafío completamente diferente al que estaba acostumbrado.
Mientras tanto, en el bando de los demonios, Theo observaba la escena con la misma confusión. Al ver que las lanzas de energía y las esferas azules simplemente se desvanecían, no pudo evitar volverse hacia Belial.
—¿Qué fue eso? —preguntó Theo, con una mezcla de curiosidad y preocupación en su voz.
Belial cruzó los brazos, su expresión mostraba una extraña combinación de admiración y desdén.
—Eso, theo, es Zagan, el mayor usuario de habilidades espaciales que existe —respondió con voz grave, pero firme. Su tono dejaba entrever lo peligrosa que era esa habilidad.
Theo arqueó una ceja, intrigado. —¿Habilidades espaciales?
Belial asintió y comenzó a explicar:
—Zagan puede teletransportarse a voluntad, lo que lo hace casi imposible de rastrear. Pero su verdadera fortaleza está en lo que puede hacer con los objetos y la materia. Todo lo que marque con su habilidad puede ser teletransportado directamente a su mano o a cualquier lugar que desee.
Theo frunció el ceño, procesando la información. —Entonces, ¿por qué los ataques desaparecieron?
Belial lo miró directamente a los ojos, su tono se volvió más grave. —Esa fue una de sus estrategias más crueles. Las esferas que lanzó no eran ataques simples. Planeaba teletransportar partes del cuerpo de Remiel a otro lugar al impactar, despedazándolo.
El rostro de Theo se endureció. —¿Es capaz de hacer algo tan… macabro?
Belial sonrió con un toque de amargura. —Así es Zagan. La precisión de su habilidad lo hace un oponente letal. Si no lo detienen rápido, será un problema para ambos bandos.
De vuelta al campo de batalla, Remiel continuaba evaluando la situación. Sus ojos brillaban con un destello de comprensión mientras comenzaba a entender la verdadera naturaleza de las habilidades de Zagan.
—Así que manipulas el espacio… —murmuró para sí mismo, mientras giraba su espada lentamente. —Entonces será cuestión de reducir tus opciones.
Zagan, al escuchar sus palabras, dejó escapar una carcajada. —¡Eso me gusta, Ángel! Hazme entretenerme un poco más antes de que este juego termine.
Remiel giró su espada con elegancia antes de extender la mano. Varias granadas de energía comenzaron a materializarse a su alrededor, flotando con un brillo peligroso.
—Veamos cómo manejas esto, Zagan —dijo con seriedad, lanzando las granadas hacia su oponente.
Las explosiones ocurrieron en un patrón calculado, levantando una densa nube de polvo que cegó a Zagan. Por un momento, el demonio se quedó inmóvil, evaluando la situación mientras el humo lo rodeaba.
Desde la nube, un látigo hecho de pura energía emergió y envolvió el pie de Zagan. Antes de que pudiera reaccionar, el impulso lo lanzó violentamente hacia una de las paredes de la arena. El impacto fue tan fuerte que la pared se agrietó, esparciendo fragmentos de roca por el suelo.
Zagan se levantó lentamente, limpiándose el polvo de la ropa. Su rostro mostraba una sonrisa burlona, incluso mientras un leve dolor se reflejaba en su expresión.
—Eso no estuvo nada mal, Ángel —dijo, con su tono siempre sarcástico. —Pero si de verdad quieres impresionarme, tendrás que golpear más fuerte.
Remiel, movió el látigo con destreza, volviendo a envolver a Zagan. Esta vez, comenzó a girarlo a gran velocidad, aumentando el impulso con cada rotación. Con un grito de esfuerzo, lanzó a Zagan con toda su fuerza hacia otra pared de la arena.
—¿Qué tal esto, demonio? —preguntó Remiel, mientras lo lanzaba.
El impacto fue devastador. El muro se fracturó por completo, dejando un enorme agujero en el lugar donde Zagan había sido lanzado.
La pared explotó en fragmentos, dejando un enorme agujero en su estructura.
Por un breve instante, todos creyeron que Zagan estaba incrustado entre los escombros. Pero cuando el polvo comenzó a asentarse, una figura emergió en el centro de la arena.
No era Zagan quien estaba en la pared destruida. Era Remiel.
Zagan estaba ahora en el centro, exactamente en la posición que ocupaba Remiel antes del impacto. Su cuerpo estaba intacto, y su rostro mostraba una sonrisa burlona que parecía disfrutar de la confusión de todos.
—¿Qué…? —Remiel, aturdido, intentó moverse, sintiendo el dolor recorriendo su cuerpo. Estaba incrustado en la pared, como si hubiera sido él quien recibió el impacto.
Desde las gradas, Sariel observaba boquiabierto y rápidamente se giró hacia Miguel. —¿Qué fue lo que pasó? ¿Cómo terminó Remiel en la pared y no Zagan?
Miguel suspiró, como si finalmente hubiera comprendido el truco.
—Ahora lo entiendo… Zagan no solo puede teletransportar objetos o a sí mismo —explicó, su tono grave—. También puede intercambiar su posición con la de otra persona.
Sariel abrió los ojos con incredulidad. —¿Quieres decir que justo antes del impacto, cambió de lugar con Remiel?
Miguel asintió. —Exacto. En el último segundo, se teletransportó al lugar de Remiel y lo envió a él hacia la pared. Es una habilidad peligrosa, especialmente porque la usa de manera impredecible.
Zagan, de pie en el centro de la arena, miró hacia la pared donde Remiel intentaba liberarse.
—¿Sorprendido? —preguntó Zagan, con una sonrisa amplia y desafiante que muestra dientes grandes y completamente visibles. Sus ojos, de un rojo intenso con pupilas pequeñas, aportan una sensación de frialdad y astucia, mientras que sus cejas ligeramente levantadas refuerzan la sensación de superioridad. —Tal vez deberías prestar más atención, Ángel. En esta arena, yo decido quién va a dónde.
Remiel finalmente se liberó de los escombros, cayendo al suelo con un golpe sordo. Se levantó lentamente, limpiándose el polvo del rostro y mirando a Zagan con una expresión de renovada determinación.
—Interesante habilidad —dijo Remiel con frialdad, mientras volvía a empuñar su espada. —Pero no creas que eso me detendrá.
Zagan soltó una carcajada. —Eso espero. Apenas estamos calentando, después de todo.
A pesar de las heridas, Remiel se lanzó directamente hacia Zagan, con su espada lista para un corte vertical. Su movimiento era rápido y preciso, buscando terminar el combate con un golpe decisivo.
Zagan, siempre atento, retrocedió un paso y esquivó el ataque con facilidad, su sonrisa burlona nunca desapareciendo.
—Eso fue decepcionante, Ángel. ¿Acaso ya te estás quedando sin fuerzas? —provocó mientras observaba a Remiel inclinar ligeramente el cuerpo tras fallar el ataque.
Fue entonces cuando tres lanzas de energía aparecieron detrás de Remiel, flotando como depredadores al acecho. Al percatarse del peligro, Zagan reaccionó con rapidez.
—Ah, qué astuto —comentó con sarcasmo. En un abrir y cerrar de ojos, cambió su posición con una de las lanzas gracias a su habilidad de teletransporte.
Las tres lanzas, ahora sin un objetivo claro, se dispararon hacia adelante, impactando violentamente contra la pared. La explosión resultante llenó la arena de polvo y fragmentos de roca.
Zagan, aprovechando su nueva posición detrás de Remiel, lanzó un golpe con la palma de su mano directamente hacia su espalda. El impacto fue brutal, enviando a Remiel volando varios metros.
Remiel, a pesar del dolor, rodó por el suelo y rápidamente se reincorporó, invocando un enorme mazo de energía en su mano. Su mirada estaba fija en Zagan, quien se limitó a soltar una carcajada mientras daba un paso hacia adelante.
—¿Un mazo? ¿De verdad? —se burló Zagan, alzando las manos con teatralidad. —¿Eso es lo mejor que puedes hacer? Pensé que los ángeles tenían un poco más de imaginación.
Antes de que pudiera continuar su burla, una explosión lo sorprendió por la espalda, lanzándolo hacia adelante, directamente en la trayectoria de Remiel.
—¿Qué demonios…? —alcanzó a decir Zagan antes de recibir un golpe directo del mazo. El impacto fue devastador, enviándolo volando más de seis metros hasta estrellarse contra el suelo.
Desde su posición, Belial observó la escena con los ojos abiertos de par en par. Volviéndose hacia Theo, explicó lo que acababa de ocurrir.
—Ese maldito ángel es más astuto de lo que pensaba —dijo, con una mezcla de incredulidad y admiración. —¿Ves el agujero en la pared en el que estaba remiel?
Theo asintió, intrigado. —¿Qué tiene que ver?
Belial señaló hacia el impacto. —Remiel dejó un lanzacohetes automático de energía en el agujero antes de lanzarse al ataque. Fue una distracción. Sabía que Zagan usaría su habilidad para cambiar de lugar con una de las lanzas. Lo colocó justo en la trayectoria del disparo.
Theo frunció el ceño, impresionado. —Entonces, el ataque directo fue solo una trampa.
Belial asintió con una sonrisa amarga. —Exacto. Este ángel no solo es fuerte, también es un estratega.
En la arena, Zagan se levantaba lentamente, con su ropa quemada y un rastro de sangre en la comisura de sus labios. A pesar del golpe, su sonrisa no desaparecía.
—Vaya, Ángel… debo admitir que eso fue inteligente. —Zagan se limpió la sangre con el dorso de la mano, mirando a Remiel con ojos llenos de desafío. —Pero si crees que un pequeño truco como ese es suficiente para derrotarme, estás muy equivocado.
Remiel, sosteniendo su mazo con firmeza, no respondió. Su mirada hablaba por sí sola: estaba listo para continuar el combate.
Mientras Zagan se levantaba del suelo, la sangre de su labio comenzaba a secarse, pero su sonrisa burlona no desaparecía. Miraba el rastro de sangre en su mano y, por un momento, su expresión se tornó más seria, como si algo del pasado hubiera regresado a su mente.
—Hace tanto tiempo… —murmuró, su mirada perdida en el horizonte. La imagen de la última vez que había sangrado se formó en su mente.
Zagan estaba arrodillado, con la respiración entrecortada y su mano presionando una herida en su abdomen. Frente a él, Lucifer, sin ninguna arma, se mantenía firme con sus alas de ángel desplegadas. La imagen del ser más poderoso que Zagan jamás había conocido.
Lucifer no necesitaba espada ni martillo. Su propia fuerza era lo único que requería. Con un movimiento fluido y preciso, dio un paso hacia adelante y, en un parpadeo, su puño impactó directamente en el abdomen de Zagan.
El golpe fue tan brutal que Zagan sintió como si todo su ser fuera arrancado de golpe. Fue un golpe sin adornos, directo y devastador. No había armas, no había trucos. Solo la pura fuerza de Lucifer, que lo derribó sin esfuerzo.
Zagan, aún en el suelo, levantó la cabeza con dificultad. La humillación era palpable en su rostro. Había enfrentado a tantos, pero nunca había sido derrotado tan fácilmente. Nunca había sido humillado de tal forma.
—¿Es todo lo que tienes? —preguntó Lucifer con voz baja y segura, mirando a Zagan sin ningún signo de fatiga.
Zagan trató de levantarse, apretando los dientes, pero el dolor en su abdomen era insoportable. A pesar de todo, levantó la vista hacia Lucifer, viendo la calma y el poder absoluto en su rostro.
—¿Por qué… no me mataste? —preguntó Zagan, con voz entrecortada, sin poder comprender lo que acababa de suceder.
Lucifer lo miró fijamente, sus ojos llenos de una calma y sabiduría indescriptibles. —Porque no quiero que mueras. Eres fuerte, pero todavía no entiendes que hay fuerzas más grandes que tú. Si aprendes a respetarlas, tal vez puedas ser más que solo un monstruo.
Zagan, todavía tumbado en el suelo, procesó las palabras de Lucifer. En sus ojos brillaba una mezcla de odio y, por primera vez, admiración.
En ese momento, Zagan tomó una decisión. Aunque Lucifer lo había derrotado, en vez de sentir odio, sintió un profundo respeto por el poder que él poseía. Zagan decidió seguirlo, no como un súbdito, sino como alguien que había encontrado un propósito más allá de su propio orgullo.
De repente, Zagan volvió al presente. Su sonrisa se amplió y, con un toque de emoción en su voz, murmuró:
—Esto me está divirtiendo más de lo que pensaba.
Con energía renovada, Zagan recogió una piedra del suelo y la lanzó hacia el aire, viéndola elevarse alto. En el mismo instante, se teletransportó al lugar exacto donde había estado la piedra, apareciendo en el aire con una mano apuntando directamente hacia Remiel.
—¡Es hora de regalarte mi arsenal completo! —exclamó Zagan mientras de la nada, espadas, cohetes, granadas y todo tipo de armas comenzaban a materializarse a su alrededor.
Remiel, con su mirada fija y desafiante, respondió sin vacilar. Con un gesto de su mano, una serie de armas de energía comenzaron a materializarse también a su alrededor.
—Entonces que así sea —dijo Remiel, desatando una lluvia de armas de energía que se dirigían hacia Zagan.
Las armas de ambos combatientes chocaban en el aire, creando explosiones y destellos de luz. Cohetes, granadas, espadas y proyectiles de energía se encontraban en medio de la arena, mientras las ondas de choque hacían temblar el suelo. Los espectadores en las gradas observaban con asombro, viendo cómo los ataques chocaban entre sí.
Algunos de los ataques desviados volaron hacia las gradas, pero antes de que pudieran llegar a los espectadores, una barrera invisible los detuvo en el aire. La energía de los proyectiles fue absorbida por la barrera, impidiendo que causaran daño.
Desde las gradas, Chloe y Luna observaban con sorpresa.
—¿Qué es esa barrera? —preguntó Chloe, mirando hacia Belial, que observaba la pelea con atención.
Luna, igual de intrigada, se inclinó hacia Belial. —¿Cómo es posible que no haya daño en las gradas?
Belial sonrió levemente al ver la confusión de las chicas. —Es una barrera física creada por Dios. Es completamente inquebrantable. Así, los luchadores pueden pelear sin preocuparse por los espectadores. No importa la magnitud de los ataques; nada les llegará a ustedes.
En la arena, Remiel ya estaba preparándose para un contraataque. Con un gesto, creó un enorme escudo de energía a su alrededor, protegiéndose de la lluvia de ataques de Zagan. Los proyectiles seguían chocando contra el escudo, pero no lograban perforarlo. Sin embargo, Zagan había calculado todo.
Aprovechando un pequeño hueco en el escudo, una granada cayó cerca del borde, justo al lado del escudo. Antes de que Remiel pudiera reaccionar, Zagan aprovechó ese momento y se teletransportó a ese mismo lugar, arriesgándose a recibir los impactos de sus propios proyectiles.
Con increíble velocidad, Zagan lanzó una esfera hacia Remiel. El impacto fue directo al hombro de Remiel, arrancándoselo con un chorro de energía. La explosión de la esfera resonó en todo el campo, y Remiel cayó de rodillas, tocándose el lugar donde antes estaba su hombro.
Zagan, al ver que su ataque había tenido éxito, se teletransportó rápidamente a una posición segura, alejada del caos.
Remiel, con el hombro sangrando, deshizo su escudo. Todos los ojos en la arena se dirigieron hacia él, observando la herida abierta en su cuerpo. Sin embargo, a pesar de la gravedad de la herida, Remiel no mostraba señales de rendirse. Se levantó con furia, su mirada fija en Zagan.
—No… no me detendrás —murmuró, apretando los dientes mientras creaba un cañon de energía.
En las gradas, entre los espectadores, una mujer de alta estatura observaba la batalla con una intensidad que contrastaba con la emoción en el aire. Su cabello corto y rizado se adaptaba a su estilo práctico, mientras su piel oscura brillaba naturalmente debido a la exposición al sol. Sus ojos, de un marrón claro profundo, reflejaban determinación y una conexión con la naturaleza que pocos podían comprender.
—¡Tú puedes, Remiel! —gritó, su voz firme, transmitiendo todo su apoyo mientras observaba la pelea desde las gradas.
Remiel, en medio de su combate actual, sintió una punzada de nostalgia al escuchar el grito de Sofía. Su mente lo transportó de inmediato a un recuerdo distante, a una época en la que la vida parecía mucho más simple, aunque sus emociones fueran más complicadas.
Era un día soleado, y Remiel se encontraba ocultando sus alas y su poder angelical mientras exploraba una zona montañosa. Aunque siempre se mantenía en las sombras, esa vez algo lo llamó hacia ese lugar: el sonido de un crujido en la maleza.
Fue entonces cuando vio a una mujer, de cabellera rizada y ojos brillantes, corriendo rápidamente por el sendero. A lo lejos, un rugido resonó en la montaña, y antes de que pudiera reaccionar, un enorme oso apareció frente a ella, furioso y listo para atacar.
El tiempo pareció detenerse. Remiel no dudó. Sabía que, como ángel, no podía intervenir abiertamente en asuntos humanos, pero algo dentro de él lo impulsó a actuar. En silencio, desplegó su lanza con una habilidad sobrenatural, y con un solo movimiento, atravesó el pecho del oso, salvando a la mujer de su ataque.
La mujer, sorprendida pero agradecida, miró a su alrededor. Al principio, no pudo ver a Remiel, que ya se había retirado entre los árboles, cubriendo sus alas con su poder.
Unos minutos después, mientras la mujer se recuperaba, Remiel salió de su escondite, manteniéndose en las sombras, pero ella lo vio.
—¿Quién eres? —preguntó ella, su tono curioso, pero lleno de gratitud.
Remiel dudó un momento, sabiendo que no podía revelar su verdadera naturaleza. —No fue nada. No te preocupes. —dijo con calma, preparado para marcharse.
Pero antes de que pudiera dar un paso, la mujer lo detuvo.
—¿Vas a dejar a una bella dama sola en medio del bosque? —dijo ella, sonriendo con una mezcla de humor y desafío.
Remiel, sorprendido por su respuesta, no pudo evitar una ligera sonrisa. Decidió, por alguna razón, acompañarla en su camino. La conversación durante esos dos días de caminata fue constante, y Remiel descubrió que la mujer, Sofía González, era cálida, inteligente y llena de historias. Su conexión creció con cada paso que daban juntos, y aunque Remiel trató de mantener sus sentimientos bajo control, no pudo evitar sentirse atraído por ella.
Finalmente, después de dos días de arduo caminar, llegaron al borde del bosque. Sofía, aliviada, exhaló profundamente.
—¡Al fin, un baño decente! —dijo, riendo mientras se quitaba el sudor y el polvo del viaje.
Remiel la miró con ternura, pero cuando Sofía se giró para observarlo, él ya había desaparecido.
Años pasaron, y Sofía continuó con su vida, pero nunca olvidó al hombre que la había salvado. Sin embargo, el tiempo pasó, y un día, después de muchas décadas, Sofía murió. Fue entonces cuando, después de cruzar el umbral de la muerte, Sofía llegó al cielo.
Allí, entre las nubes, vio una figura que conocía bien: Remiel. El ángel la miró con sus ojos llenos de emoción, y sin pensarlo dos veces, la abrazó.
—Te estuve esperando —dijo Remiel, su voz suave pero llena de una eternidad de anhelo.
Sofía, aún sorprendida, le dio una bofetada suave. —¡Te fuiste sin despedirte! ¿Cómo te atreves? —exclamó, con una sonrisa que reflejaba tanto enojo como cariño.
Pero, a pesar de la bofetada, Sofía lo perdonó rápidamente. Sus emociones se desbordaron, y lo besó, sellando años de separación.
Después de ese tierno encuentro, mientras caminaban juntos en el cielo, Sofía le preguntó a Remiel:
—¿Por qué nunca me dijiste quién eras? ¿Por qué te fuiste sin decirme nada?
Remiel suspiró, mirando al horizonte celestial. —La verdad es que… nunca me uní a la causa de Lucifer. No lo hice porque no quería separarme de ti. Los ángeles tienen reglas que no pueden romperse, y si me unía a él, eso significaba que ya no podría estar contigo. Y eso es lo último que quería.
Sofía lo miró con una comprensión profunda, sintiendo que todo lo que había pasado finalmente tenía sentido. Aunque la vida los había separado en su tiempo en la Tierra, en el cielo, todo parecía encajar de nuevo.
—Entonces, ¿todo este tiempo me esperaste? —preguntó ella, con una sonrisa suave.
Remiel asintió, abrazándola una vez más. —Siempre. Y lo seguiré haciendo, hasta el fin de los tiempos.
De regreso en el presente, Remiel apuntaba a Zagan con un imponente cañón de energía que había materializado en sus manos. El brillo del arma iluminaba la arena, cargándose con un zumbido ensordecedor.
Zagan, confiado, mantuvo su sonrisa burlona.
—¿De verdad crees que eso funcionará, Ángel? —dijo, cruzándose de brazos. —Solo tendré que intercambiar lugares contigo, y ese juguete tuyo no servirá de nada.
Pero antes de que pudiera moverse, una explosión resonó detrás de él. Una granada aturdidora de energía estalló a pocos metros, envolviéndolo en una ráfaga cegadora de luz y sonido. Zagan tambaleó, llevándose las manos a los oídos, incapaz de concentrarse.
Remiel, viendo la oportunidad perfecta, apretó el gatillo del cañón.
—Sabía que no te detendrías tan fácilmente. Por eso, antes de deshacer mi escudo, lancé varias de estas granadas por toda la arena —dijo, mientras el rayo de energía salía disparado. —Tuve suerte de que al menos una lograra aturdirte.
El cañón liberó un devastador rayo de energía que impactó de lleno en Zagan, arrojándolo con fuerza hacia la pared. El estruendo del choque resonó en toda la arena, y la energía desatada destrozó el muro antes de colisionar con la barrera divina que protegía a los espectadores.
Zagan quedó en el suelo, su cuerpo humeante y visiblemente herido. A duras penas se levantó, su respiración era pesada y su postura tambaleante.
—Eso… estuvo cerca —dijo con una risa débil, limpiándose el sudor de la frente. —Antes de que me alcanzara ese ataque, logré teletransportar un escudo entre el rayo y yo. Si no lo hubiera hecho… —Se detuvo, observando el estado de su cuerpo—. Ya estaría muerto.
Con esfuerzo, Zagan se alejó de la pared, tambaleándose unos pasos, y de repente se detuvo, dándole la espalda a Remiel.
Remiel, al verlo en ese estado, creyó que la pelea había terminado. Ajustó su espada en la mano y caminó lentamente hacia él, su mirada fija en la espalda del demonio.
—Así termina tu arrogancia, Zagan —dijo Remiel, alzando su espada para el golpe final.
Pero justo cuando iba a rematarlo, Zagan, sin siquiera volverse, extendió su mano hacia la pared destrozada y sonrió. En un instante, el mundo de Remiel se desvaneció.
Antes de que pudiera reaccionar, Remiel apareció frente a Zagan, teletransportado por la habilidad del demonio. La sorpresa le impidió actuar, y Zagan aprovechó la oportunidad. Con un movimiento rápido, atravesó el torso de Remiel con su espada, perforándolo desde la espalda.
Remiel jadeó, el dolor lo dejó sin aliento mientras sentía cómo su vida se desvanecía.
—¿Cómo…? —preguntó con voz débil, mirando a Zagan a los ojos.
Zagan, todavía sonriendo, habló con un tono triunfante, aunque entrecortado por el esfuerzo.
—Tú no eres el único que planea, Ángel. Yo también puedo teletransportar personas… pero hay un truco. —Hizo una pausa para disfrutar el momento—. Las marcas que uso tardan en asentarse después de tocar a alguien. Cuando te di esa palmada antes, ya te marqué. Solo estaba esperando el momento adecuado para usarlo.
Remiel cayó de rodillas, sintiendo cómo la espada se retiraba de su cuerpo. Mientras su visión se oscurecía, escuchó las palabras finales de Zagan.
—Fue un buen combate, pero esta victoria es mía.
Con un último aliento, Remiel se desplomó en el suelo, inmóvil.
Zagan, cubierto de heridas, con su ropa hecha jirones y su cuerpo todavía humeando por el impacto del cañón, alzó un puño al aire con una sonrisa de satisfacción.