24 de enero del Año 45 del Dragón
La mañana se asomaba tímidamente entre las nubes grises que aún cubrían el cielo. La familia que viajaba por el sendero polvoriento se detuvo en la orilla del río, atraída por el llanto desesperado de un niño. Al acercarse, vieron a un pequeño de aproximadamente dos años, atrapado entre las rocas, su cabello grisáceo empapado y su rostro bañado en lágrimas. La mujer, de estatura promedio y cabello morado que caía en suaves ondas sobre sus hombros, sintió un tirón en su corazón al ver al niño.
"¡Mira, mamá!" exclamó su hija de cinco años, con orejas de conejo que se movían al compás del viento. "¡Está solo!"
Sin dudarlo, la mujer se agachó y extendió los brazos hacia el niño. "No te preocupes, pequeño. Te sacaré de aquí", le dijo con una voz suave y tranquilizadora. El niño, aunque aún no había abierto los ojos, parecía sentir la calidez de su presencia, y su llanto se tornó en un leve sollozo.
Con cuidado, la mujer se adentró en el agua helada del río y, tras un esfuerzo considerable, logró liberar al niño de las rocas. Lo sostuvo en sus brazos, sintiendo su pequeño cuerpo tembloroso contra el suyo. "¿Dónde están tus padres?" preguntó, aunque sabía que no podía esperar una respuesta.
La niña observaba con curiosidad y preocupación. "¿Podemos quedarnos con él, mamá? ¡No podemos dejarlo aquí!"
La mujer miró a su hija y luego al niño. Había algo en su mirada que le decía que debía protegerlo. "Sí, lo llevaremos con nosotros", decidió. "No podemos abandonarlo."
Mientras la familia continuaba su camino hacia el pueblo cercano, la mujer no podía evitar preguntarse qué había llevado a ese niño a estar solo en el río. Su mente viajaba hacia la noche tormentosa que había presenciado; recordaba la lucha feroz de la pareja que había intentado proteger a su hijo a toda costa. Una sombra de tristeza envolvía su corazón al pensar en lo que pudo haberle sucedido a esa familia.
Al llegar al pueblo, la mujer llevó al niño a su hogar, donde su esposo las esperaba con una mirada preocupada. "¿Qué has traído?" preguntó, sus ojos ampliándose al ver al pequeño en brazos de su esposa.
"Lo encontramos en el río", explicó ella rápidamente. "No sabemos qué le ocurrió, pero no podemos dejarlo solo."
El hombre asintió, comprendiendo la decisión de su esposa. "Haremos lo que sea necesario para cuidarlo", prometió.
Los días pasaron y el niño comenzó a adaptarse a su nuevo hogar. Aunque no abría los ojos, su risa y sus balbuceos llenaban la casa de alegría. La mujer y su hija lo cuidaban con ternura, mientras el padre se encargaba de proveer lo necesario para mantener a la familia unida y segura.
Sin embargo, cada noche, al caer la luna, la mujer sentía una inquietud en su pecho. Los ecos de la batalla que había presenciado resonaban en su mente; temía que aquellos que habían atacado a la pareja aún estuvieran tras ellos. Sabía que debía estar alerta; el mundo era peligroso y lleno de enemigos ocultos.
Una noche, mientras observaba al niño dormir plácidamente en su cuna improvisada, decidió que era hora de descubrir más sobre él. Con determinación, se dirigió al bosque donde lo habían encontrado, buscando pistas que pudieran ayudarla a entender su misteriosa llegada.
Al adentrarse en el bosque, sintió una energía extraña en el aire; era como si el lugar mismo estuviera vivo. A medida que caminaba entre los árboles, recordó las historias que había escuchado sobre seres mágicos y antiguas profecías. Quizás este niño era más de lo que aparentaba.
De repente, un susurro cortó el silencio nocturno. "¿Quién va allí?" Una figura apareció entre las sombras: un anciano con una larga barba blanca y ojos profundos como océanos oscuros.
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"Soy yo", respondió ella con firmeza. "Busco respuestas sobre un niño que encontré en el río."
El anciano sonrió levemente, como si ya supiera más de lo que ella podía imaginar. "El destino te ha traído aquí por una razón. Ese niño es especial; guarda un poder ancestral que podría cambiar el curso de la historia."
Las palabras del anciano resonaron en su mente mientras ella intentaba procesar lo que acababa de escuchar. "¿Qué quieres decir con eso?" preguntó, sintiendo cómo la curiosidad y el miedo se entrelazaban dentro de ella.
El anciano tomó aire antes de continuar. "Sus padres eran guerreros valientes en un mundo mágico y lleno de secretos. Lucharon contra fuerzas oscuras que deseaban apoderarse de este reino. En aquella noche tormentosa, defendieron a su hijo con espadas brillantes y magia ancestral contra criaturas malignas y guerreros sin piedad."
La mujer sintió un escalofrío recorrerle la espalda al imaginar la batalla. "¿Y qué les sucedió?"
"Fueron superados por la oscuridad", explicó el anciano con tristeza.
"¿Qué tipo de criaturas eran?" inquirió ella, fascinada y aterrorizada al mismo tiempo.
"Razas antiguas como los espectros de sombra y los guerreros de acero negro", también aprecio guerreros de la iglesia respondió él con voz grave. "Seres que se alimentan del miedo y la desesperación. Este mundo está lleno de ellos; cada rincón esconde maravillas y peligros inimaginables."
La mujer sintió un nudo en el estómago al comprender la magnitud de lo que había encontrado. "¿Cómo puedo protegerlo? ¿Qué debo hacer?"
El anciano miró profundamente a sus ojos. "Debes prepararte para lo inevitable quizás vengan por ese niño
Sin pensarlo dos veces, la mujer dio media vuelta y corrió hacia casa, sabiendo que debía proteger al niño a toda costa.
Mientras tanto, en la oscuridad del bosque, los ecos de risas siniestras resonaban entre los árboles. Aquellos que habían perseguido a la pareja aquella tormentosa noche estaban más cerca de lo que ella imaginaba.