El propósito de la vida. Esa gran incógnita que pesa sobre cada ser humano. Algunos nunca encuentran la respuesta antes de dar su último aliento; otros, incapaces de soportar la batalla interna, se rinden antes de tiempo, entregándose al sueño eterno.
"Hay pocas cosas en esta vida que podemos controlar, excepto cómo decidimos vivirla", me dijo mi abuelo una vez. "Así que lo mejor que podemos hacer es intentar disfrutarla al máximo."
Me gusta pensar que cada persona nace con distintos grados de suerte. Algunos tienen un cuerpo fuerte, capaz de conquistar cualquier desafío físico; otros, en cambio, deben luchar por cada paso que dan. Algunos nacen rodeados de comodidades, mientras que otros llegan al mundo en lugares donde una comida al día es un lujo. Y algunos, como yo, tienen un reloj que corre más rápido que el del resto.
Mi tiempo siempre ha estado limitado, lo sabía desde pequeño. Pero me aferré al consejo de mi abuelo, intentando exprimir cada momento de esta vida, por breve que fuera.
Mis tíos siempre se preocuparon por mí; me adoptaron cuando mis padres fallecieron en un accidente, brindándome refugio y protegiéndome del mundo exterior. No fue hasta los trece años que logré convencerlos de dejarme ir a la escuela. "¿Cómo puedo disfrutar la vida si no experimento lo que otros niños hacen todos los días?" les dije. Fue una batalla, pero valió la pena.
Los dos años que pasé en la escuela fueron los mejores de mi vida. Hice amigos, salí al cine, visité la playa, jugué videojuegos, estudié... Tuve una vida normal, aunque fuera por poco tiempo. Pero mi suerte, como siempre, no podía sostenerse por mucho.
Hace seis meses, mi cuerpo finalmente cedió. Pasé de caminar a usar una silla de ruedas, y mis salidas con amigos se convirtieron en visitas al hospital. Lo que una vez fue una vida llena de movimiento comenzó a desmoronarse, obligándome a buscar refugio en los libros.
Con ellos viajé a mundos lejanos, viví aventuras y descubrí historias fascinantes. Pero también aprendí algo más: que mi vida, aunque había sido feliz, no era suficiente. Los libros me mostraron todo lo que el mundo podía ofrecer, cosas que nunca experimentaría.
Hace poco mi cuerpo comenzó a deteriorarse más rápido. Perdí el control de mis ojos, comer se volvió una lucha, y hace dos días, mi corazón se detuvo por un minuto. Cuando desperté, vi a mi tía llorando mientras hablaba con el médico. No pude escuchar lo que decía, pero no era necesario. Sabía lo que significaba.
Ahora llevo dos días postrado en esta cama, apenas capaz de moverme. No siento mis piernas. Mi cuerpo está agotado, y sé que no me queda mucho tiempo.
Mis amigos vinieron a visitarme. Ray, con su humor siempre presente, logró sacarnos algunas sonrisas, aunque el ambiente estaba cargado de tristeza. Chris, el chico guapo que todas las chicas adoraban, parecía fuera de lugar, silencioso y con los ojos vidriosos. Y luego estaba Olivia.
Olivia, dulce y hermosa Olivia. Me confesó sus sentimientos el verano de mi primer año en la escuela. Nunca olvidaré ese día. Me dijo que estaba enamorada de mí, y yo no pude evitar llorar. Fue entonces cuando les conté sobre mi enfermedad. No podía ocultarlo más.
Me habría encantado corresponderle, pero sabía que no sería justo para ella. Lo mismo que mi familia sufría por mi condición, no podía permitirme hacerle eso a Olivia. Ella lloró, igual que Ray y Chris. La noticia los golpeó a todos. Pero al día siguiente, volvieron con una promesa: no dejarían que me enfrentara a esto solo.
Y cumplieron su palabra.
Ahora, el final está aquí. Ray y Chris se despidieron hace una hora, pero Olivia decidió quedarse. Está sentada junto a mi cama, hablándome. No tengo fuerzas para responder, pero la escucho. Su voz es suave y tranquilizadora, como siempre lo ha sido.
Mis pensamientos comienzan a divagar. Hay tantas cosas que no pude hacer. Tantos sueños que quedarán sin cumplir. Pero al menos, gracias a ellos, no me sentí solo.
Tía, no llores. Hiciste todo lo que pudiste, y gracias a ti, pude disfrutar de estos últimos años. No te culpes por lo que no podías cambiar. Todo estará bien.
Olivia intenta decirme algo, pero sus palabras se pierden. Mi vista comienza a nublarse, sus rostros se vuelven borrosos.
Tío, ahí estás. Gracias por abrazarlas por mí. Sé que lo necesitan.
El cansancio me invade completamente. Mi respiración se hace más lenta, y con mi último aliento, apenas puedo pronunciar una palabra.
"Gracias."
Espero que me hayan escuchado.
Y entonces, el mundo se desvanece.