Bai Ye cumplió su palabra. Durante el resto de la semana, apenas pisé la cocina, y él me sorprendía cada día con nuevos e imposibles manjares.
El dolor dentro de mí se disipó rápidamente con el tiempo, aunque no estaba segura si era resultado de sus remedios caseros o de su constante presencia a mi alrededor, pasándome su poder espiritual cada vez que podía. Su meticuloso cuidado casi me alarmaba, y a veces me sentía demasiado mimada, pero no podía negar el hecho de que mi corazón rebosaba de felicidad.
Intentaba no pensar más en las Estrellas Gemelas, y dejé de visitar la biblioteca. Tal vez la ignorancia pudiera ser una bendición por una vez—cualesquiera que fuese la verdad, ya no estaba tan ansiosa por conocerla. No quería traer dudas entre nosotros, y confiaba en que Bai Ye me diría todo cuando ambos estuviéramos listos.