Una vez que Damián finalmente pudo recuperar el control de su respiración, de repente se dio cuenta de lo ligero y enérgico que se sentía, como si hubiera renacido en un cuerpo completamente nuevo, lleno hasta el borde de vigor y fuerza sin usar.
Emocionado por compartir sus emociones con Rosalía y agradecerle por su ayuda, le dio unas suaves palmaditas en la espalda, pero la chica no respondió y siguió colgando de sus hombros, casi sin vida.
—¿Señorita Rosalía? Señorita Rosalía, ¿estás bien?
El duque tomó su cuerpo diminuto en sus brazos y agrandó sus ojos en total conmoción: ella estaba inconsciente, pálida y fría, solo su respiración débil y su lento y silencioso latido del corazón como señal de que aún estaba viva.
—Dios, Señorita Rosalía, ¿puedes oírme? ¡Maldita sea, debe haber sido demasiado para ella!