Jael sacó inmediatamente su teléfono, llevándose consigo el libro mientras abandonaba la habitación que había irrumpido.
Cerró sin causar daños la puerta destrozada mientras daba órdenes a los hombres, caminando por el pasillo.
No había tiempo para regresar al taller de reparación de autos, así que haría que sus hombres llevaran a Drew a la casa de la Manada.
Los hombres se movieron rápidamente, y en poco tiempo recibió una llamada.
—... Suéltame... ¡mierda! No me toquen...
Podía escuchar a Drew alterarse en cuanto se conectaba la llamada.
—Tranquilízate, solo será un corto trayecto —habló con calma.
Eso silenció al mecánico, y Jael podía imaginar sus ojos agrandándose al darse cuenta.
—Tú —la acusación fue pronunciada con finalidad—. ¿Qué coño quieres?
—Respuestas. Ya lo dije antes —continuó Jael, completamente imperturbable.
Aún existía la posibilidad de que hubiera agarrado a la persona equivocada y Drew no tuviera nada que ver con el accidente.
