—¡Zeke! —Ryan cayó de rodillas y casi gritó igual que lo había hecho en aquel momento. Incluso después de ocho largos años y numerosos intentos desesperados por suprimirlo, el recuerdo aún se aferraba a él como una sombra. El día que Zeke cayó —se reproducía tan vívidamente como si hubiera ocurrido apenas el otro día.
—Es mi culpa —susurró, con la voz quebrada. Su pecho se agitaba mientras el recuerdo lo consumía de nuevo. Sus manos temblaban, aún sintiendo la sensación fantasmal de la mano de Zeke resbalándose de su agarre.
La culpa que había enterrado durante años regresó apresuradamente, cruda e incomprensible. El presente se desvanecía, y ya no estaba aquí; su mente lo había llevado de nuevo al borde del acantilado.
No pudo sentir la energía del mundo actual a su alrededor hasta que sintió un brazo débilmente dispuesto sobre sus hombros. El tacto fue sorprendente, y por un fugaz momento, la esperanza de ver a Zeke floreció en su corazón.