Cisne estaba comiendo su desayuno lentamente porque no tenía apetito después de vomitar sus entrañas al amanecer. Había pasado una semana desde que tuvo náuseas matutinas y aún no se había recuperado.
Cisne no entendía qué estaba mal con su cuerpo. Seguía todas las rutinas habituales que podrían fortalecer su cuerpo. Bebía té de jengibre todos los días, tomaba la medicina del médico del palacio y había dormido bien durante las últimas dos semanas, pero aún nada cambió.
—¿Debería llamar a ese anciano doctor, Matoa? —se preguntaba a sí misma. Miró por la ventana y suspiró:
— Quizás cuando llegue la primavera. Aún es invierno, y el invierno de este año es especialmente duro. Matoa tendría un viaje difícil solo para llegar al castillo.
Cisne decidió endurecerse y continuó comiendo su desayuno.
Sin embargo, se encontró con otro problema que le dificultaba estar tranquila; la Señora Jade y esa criada conejita, Alice.