La Princesa Swan entró en el carruaje, específicamente preparado para mantenerla caliente, seguida por Gale, que quería acompañarla como de costumbre. Estaba cubierta de pies a cabeza ya que la temperatura bajaba aún más al empezar a oscurecer.
Miró a Gale, que solo llevaba pantalones y no se molestaba por el frío en absoluto, y preguntó —¿E-estás seguro de que no necesitas ponerte algo cálido? No quiero que te enfermes mientras estemos en la cueva más tarde.
Gale soltó una carcajada —Mi cuerpo es naturalmente inmune al frío. Estoy más preocupado por ti. Ya que ni siquiera hemos salido hacia el suroeste, y ya estás temblando.
—E-Estoy bien. V-vamos ahora antes de que se haga demasiado oscuro —dijo Swan mientras intentaba sofocar sus dientes castañeteantes.
Gale suspiró. Todavía estaba indeciso entre obligar a Swan a quedarse en el castillo o rogarle que lo acompañara en la cueva. Su lógica le decía que la dejara quedarse, pero su corazón le decía que la llevara con él.