Aria miraba el techo confundida después de que Cisne desapareciera.
No tardó mucho en recuperar sus fuerzas. Comenzó a tomar respiraciones profundas y continuas, preocupada de que su corazón pudiera dejar de latir en cualquier momento.
Se rascó el hombro y se dio cuenta de que Cisne había sanado completamente su cicatriz, pero aún así la dejó sufrir la sensación de ardor y picazón hasta el próximo mes.
Se sentó en la cama, mirando fijamente la ventana donde el sol estaba saliendo en silencio antes de que un golpe en la puerta la sacara de sus pensamientos.
—Buenos días, Princesa. Su carruaje ha sido preparado —dijo la criada conejita.
Aria abrió la boca, pero no salió ninguna voz. Efectivamente, Cisne quería impedirle hablar hasta que llegara a Santa Achate.
Aria estaba hirviendo de ira.
Al principio, pensó que podría jugar y burlarse de Cisne mientras estuviera en el Reino de los Hombres Bestia, pero la brujería de Cisne era demasiado poderosa.