—Aria, he oído del mayordomo principal que compraste esas perlas por cuatro monedas de oro cada una —dijo la Reina Anastasia—. Podemos ser ricos como un país, pero estamos pasando por un momento difícil ahora después de la muerte de tu padre. No podemos derrochar en artículos innecesarios.
Ante el regaño de su madre, Aria no mostró ningún disgusto. Sabía que su madre era débil de voluntad cuando se trataba de ella, así que respondió con calma:
—Lo siento, mamá. Pero compré esto porque quiero ayudarte.
—¿Ayudarme? —La Reina Anastasia frunció el ceño—. ¿Y cómo podría una perla regular ayudarme?
Aria sonrió. Les dijo a todos que dejaran a la pareja madre-hija sola y cerró la puerta para que pudieran hablar en privado.
—Ven aquí, mamá. Déjame mostrarte algo genial.
La Reina Anastasia se sentó al borde de la cama mientras Aria le entregaba la perla: