Cisne aún lloraba en un pabellón de mármol, rodeada de hileras de hermosas y fragantes flores de otoño que parecían no tener fin. Sin embargo, ni siquiera esta maravillosa vista pudo detener su llanto ni por un segundo.
—Hija querida, llevas semanas llorando en tiempo del reino de la Tierra. ¿No estás cansada? —Asmara, Diosa del Sol, caminó hacia el pabellón. Vestía una túnica similar a la de su hermana, la Diosa de la Luna, pero de color oro en vez de plata.
Su rostro estaba cubierto de luz, de modo que nadie podía verlo, ni siquiera su hija.
Cisne trató de contener su llanto hasta que solo quedaron sollozos ahogados.
—Perdóname, mamá. Solo estaba... triste...
—¿Por tu esposo?
...
Cisne asintió.