Anastasia estaba aún más sorprendida ahora. Conocía bien a su hija y sabía que cuidar a los campesinos nunca había sido parte de sus prioridades.
Aria parecía detestar más que a nadie a esos aldeanos porque los veía como sucios y sin cultura.
—¿Te ha pasado algo? ¿Estás enferma? —preguntó Anastasia a su hija.
Aria hizo un puchero. —¿Por qué dices eso, mamá? Estoy sana. Solo pienso que necesitamos ayudar a esos aldeanos porque es invierno y deben haber estado luchando por sobrevivir en este frío.
—Lo siento, Aria. Me sorprende que hayas tenido un cambio de corazón tan repentino —dijo Anastasia—. Pero estoy feliz de que finalmente hayas aceptado nuestra vida aquí en este pueblo. Esos aldeanos estarán realmente felices de comer carne, ya que apenas pueden permitirse el pan, mucho menos carne y especias.