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El sol aún estaba alto, los sirvientes trabajaban en recoger las hojas muertas del jardín de la mansión. En cuanto oyeron un carruaje avanzar por el camino pavimentado, comenzaron a inclinar sus cabezas, haciendo una reverencia a su amo que había llegado a casa.
Regresando de una breve reunión con algunos nobles y plebeyos, Lucian entró apresurado en la mansión. Una vez dentro, Elise, que estaba allí de pie, se inclinó.
—¿Hay algo que quieras decirme? —preguntó él, alzando una ceja. Ella no lo buscaba a menudo a menos que necesitara algo.
—En realidad no... es solo que su esposa ha estado actuando extraño —declaró la criada pelirroja, despreocupadamente en un tono grosero.
—Deberías hablar de ella con respeto. Ella es mi esposa —dijo Lucian fríamente, mirándola con una expresión impasible.
La criada bufó, casi como si su advertencia no significara nada para ella.