—¿Señorita?
—Sí, soy yo —respondió simplemente, saliendo de sus profundos pensamientos al notar la mano del hombre moverse frente a su cara. No podía confirmarse a sí misma como mestiza pero podía engañarlo para que lo creyera. De esa manera, él no podría acusarla de mentir en el futuro.
El hombre aplaudió tres veces, y el resto de sus hombres apareció frente a Cynthia. Ella trató de mantener la calma, pero el abrumador mana que irradiaban esos hombres musculosos y altos era casi insoportable. Nunca había estado expuesta a tanto mana en el pasado.
—¿Es esta dama? —preguntó uno de ellos, pasando su dedo por su afilado cuchillo, unas gotas de sangre goteando de su piel.
—¿La matamos ahora? —preguntó otro, listo para arrojar su cuchillo hacia ella en cualquier momento.
—¡Deténganse! —gritó el hombre junto a Cynthia, su líder.
—Pero…
—Ella es una de nosotros. ¡Deberíamos escoltarla a casa de manera segura, idiotas!