Lucian se despertó de golpe, con el pecho agitado y bañado en un sudor frío. Su corazón latía violentamente mientras los restos de la pesadilla arañaban su mente.
La misma pesadilla.
El recuerdo del que aún no podía escapar.
La pesadilla había cesado durante los últimos meses; sin embargo, había vuelto a atormentarlo una vez más. La vio de nuevo—su madre, yaciendo en la tierra, la sangre filtrándose en la tierra bajo su frágil figura. El cielo estaba lleno de humo gris, y las casas a su alrededor ardían en llamas. Ella no podía mover un músculo mientras yacía allí, sin vida.
En su sueño, él intentaba alcanzarla, pero, como siempre, su mano jamás llegaba a tocarla.
La mirada de Lucian se desvió hacia la mesita de noche, donde yacían dos sobres sellados con el sello real—uno del rey y el otro de su media hermana, cuyo rostro apenas podía recordar.
—Quizás por eso... —murmuró Lucian, aún fijando la vista en las cartas—. Ese lugar infernal.