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—¡Su Alteza! —gritó Glain, jadeante mientras corría por el pasillo.
Guardias se reunieron a su alrededor, intentando desesperadamente detener al extraño hombre de entrar al palacio real, pero fue en vano. Este hombre era como una bestia salvaje a la que se le había soltado la correa.
—¡No puedes entrar!
—¡Necesito ver a Su Alteza!
—¿Has visto la hora? ¡No puedes entrar!
Glain fulminó con la mirada a los hombres que lo rodeaban.
—¡Debería haber usado un hechizo de magia para entrar al palacio! —se arrepintió de su decisión. Su mente se había quedado en blanco, solo necesitaba una cosa: encontrarse con el gran duque lo antes posible y entregar su mensaje.
—¿Qué ocurre aquí? —Cynthia salió de su dormitorio, mirando a su alrededor.
—Parece que hay un intruso, Su Alteza —dijo uno de los guardias situados junto a la entrada de su habitación.
Cynthia inclinó la cabeza, preguntándose quién podría ser.