Download Chereads APP
Chereads App StoreGoogle Play
Chereads

Plomo Muerto

Alexandre_Miniaki
--
chs / week
--
NOT RATINGS
604
Views
Synopsis
Cuando era niño, Reginald veía y soñaba con una entidad que lo perseguía, ahora como un adulto de 23 años, Reginald vuelve a ser perseguido por esa misma entidad y hombres extraños. Inspirado en la leyenda urbana de internet, "Zalgo". Este trabajo no es con intención de ofender a alguien, es simplemente hecho para entretener.
VIEW MORE

Chapter 1 - Febrero

Febrero era un mes bastante corto en comparación con los otros meses. Era un mes tan breve y, sin embargo, el febrero de 2003 fue el peor para Reginald Harris, un niño de ocho años. La vida del pequeño ya era complicada en lo que respectaba a su entorno familiar; solo eran él y su padre desde que Reggie tenía tres años. Su padre, Simon Harris, era oficial de policía en la comisaría del condado donde vivían, el condado de Whitman. Era bastante respetado, tanto por sus compañeros de trabajo como por sus conocidos. Reggie no fue la excepción, lo admiraba e idolatraba.

A pesar de su corta edad, Reggie era consciente de varias cosas: la existencia del bien y del mal, que debía comportarse de cierta manera en público y que el trabajo de su padre era riesgoso en ciertas situaciones. Sabía que su padre podía morir o lastimarse de gravedad con un simple descuido. Aunque Reggie comprendía eso, no podía evitar el dolor que sentía. La tristeza que lo invadía era profunda, la más intensa que había experimentado en su vida, y deseaba que aquel destino lo afectara a él, no a su padre.

El mes de febrero fue horrible para Reggie, ya que el 24 de ese mes, al llegar a casa después de la escuela, encontró a su padre muerto en su habitación. Ese día había sido reciente y el recuerdo aún permanecía fresco en su memoria. Cuando Reggie llegó, no encontró a su padre en la sala, donde normalmente lo esperaba, así que pensó que quizás estaba cansado, ya que lo había notado algo decaído en los días anteriores. Fue entonces cuando decidió dirigirse a la habitación de su padre. Al abrir la puerta, encontró las luces apagadas; al encenderlas, lo vio. Su padre yacía inerte en el suelo, junto a su cama, con las pastillas esparcidas y su piel pálida, sin rastro de vida.

Su padre se había suicidado.

Reggie no recuerda mucho después de eso, pero sí recuerda haber llorado y gritado como nunca antes, aferrándose al cuerpo de su padre y alarmando a los vecinos. No lo comprendía, no entendía por qué su padre había tomado esa decisión, por qué lo dejó, por qué precisamente en ese momento. Se preguntaba si acaso era su culpa.

Estaba tan triste y destrozado que no podía dejar de cuestionar por qué su padre lo abandonó de esa manera; sus compañeros de trabajo y conocidos también se preguntaban por qué había hecho eso. En el trabajo de Simon no se notaba nada raro, y sus amigos más íntimos nunca habían visto señales de que considerara el suicidio, por lo que su muerte fue una total sorpresa.

Ahora, el 25 de febrero de 2003, en la casa donde Simon Harris había muerto, se celebraba su funeral. Amigos cercanos y compañeros de trabajo estaban presentes para darle el último adiós. Una persona en especial sobresalía entre todos, y era Reggie. Vestido de pies a cabeza de negro por el luto, al igual que el resto de los presentes, sus ojos oscuros estaban hinchados y algo rojos por el llanto, no tenían brillo y parecían muertos. Su expresión reflejaba seriedad y tristeza, una apariencia muy inusual para un niño.

Reggie se encontraba justo al lado del ataúd abierto, donde estaba el cuerpo de su padre. Tenía flores traídas por sus conocidos, y su padre en el ataúd lucía tan tranquilo, como si solo estuviera durmiendo. Reggie deseaba tanto que solo estuviera durmiendo y que despertara pronto. Tener ese deseo era tan doloroso. No quería separarse de su padre y parecía que no lo haría hasta que terminara el funeral.

Los adultos presentes no solo estaban tristes por la pérdida de un amigo, un compañero de trabajo, un buen policía, sino también por Reggie, quien era solo un niño que se había quedado completamente solo. Simon no tenía más familia además de su hijo, y la idea de que lo enviaran a algún orfanato o casa de acogida aumentaba aún más la angustia de todos.

Muchos intentaban entender por qué Simon dejaría solo a su hijo de ocho años, que no tenía más familia. Nunca pensaron que alguien como Simon pudiera considerar el suicidio. Todo parecía extraño y anormal. La única "prueba" que encontraron los paramédicos cuando llegaron a la casa tras las llamadas de los vecinos fue una hoja de cuaderno en la cama, con la letra R tachada varias veces.

—Es tan pequeño y ha quedado completamente solo —dijo Bernard a su esposa Katie, mientras mantenía la vista fija en Reggie y apretaba los puños.

—No comprendo, ¿por qué ahora? —se lamentó Katie, llorando. Evitaba mirar directamente a Reggie, temiendo llorar aún más de lo que ya lo hacía.

Bernard Gregors era policía, y él y su esposa eran amigos muy cercanos de Simon, por lo que el impacto fue muy fuerte para ellos. Bernard, que había visto mucho en sus años de servicio, lloró y lamentó la pérdida de quien consideraba un hermano. Conocían a Reggie y sabían lo apegado que era a su padre. Bernard, por supuesto, no podía dejar al niño con cualquier extraño debido a su amistad con Simon, así que, secándose las lágrimas, miró a su esposa con una decisión en mente:

—Katie, ¿qué te parecería pedir la tutela de Reggie? —preguntó Bernard, casi como una sugerencia.

Katie dejó de llorar y lo miró con sorpresa. —¿Qué dices?

—No podemos dejarlo solo o con cualquier persona. Es hijo de Simon, no podemos dejarlo a la deriva. Míralo, es solo un niño que acaba de perder a su papá —dijo Bernard, con voz entrecortada. —¿No estás de acuerdo? —preguntó a Katie.

—No, solo me sorprendió, eso es todo. Es lo mejor que esté con nosotros si no tiene a nadie más —Katie estaba claramente a favor de tomar la custodia de Reggie.

La pareja llevaba casada varios años y no habían podido tener hijos. Ese hecho nunca fue un problema grave para ellos, sabían que tomar la custodia de Reggie sería complicado en el aspecto de criarlo y cuidarlo, pero estaban dispuestos a enfrentarlo.

Después del funeral, como era de esperarse, los servicios sociales se llevaron a Reggie a un orfanato mientras decidían qué hacer con él. Al mismo tiempo, Bernard y Katie solicitaron su custodia. Reggie no pasó mucho tiempo en el orfanato, pero durante su estancia siempre se mantenía solo, evitaba a los otros niños y se quedaba en una esquina dibujando o jugando con algún peluche, mientras los otros niños se agrupaban. No quería estar allí. Deseaba estar en su casa, en su habitación, con su padre. Lo extrañaba, y eso se reflejaba en sus dibujos; trazaba imágenes de sí mismo junto a su padre o en situaciones donde él estaba presente.

Finalmente, le otorgaron la custodia temporal de Reggie a Bernard y Katie. Para ser más precisos, sería un período de prueba, y si durante el siguiente año las cosas marchaban bien, obtendrían la custodia permanente.

Fue el 9 de marzo cuando Bernard y Katie fueron a recogerlo del orfanato para llevarlo a su nuevo hogar. Reggie tenía su equipaje, que consistía en una mochila y una maleta grande con sus cosas. No parecía emocionado por salir del orfanato; su rostro no reflejaba tristeza, más bien parecía serio, con los ojos rojos e hinchados, lo que indicaba que seguramente había estado llorando.

Una trabajadora social estaba junto a Reggie, esperando a que lo recogieran. Bernard y Katie bajaron del auto y se acercaron.

—Hola, Reggie —saludó Katie amablemente.

—Hola —respondió Reggie en un tono tranquilo, sin cambiar su expresión seria.

La trabajadora social aprovechó para hablar con la pareja.

—Están en un período de prueba. Una vez al mes, durante un año, uno de mis colegas irá a su casa a comprobar cómo se encuentra el señor Harris. Si no hay problemas, entonces se les otorgará la custodia permanente —les explicó la trabajadora social.

—Entendemos, señorita —dijo Bernard.

—Quisiera recomendarles que lleven al señor Harris a un psicólogo; todo esto podría afectarle —les sugirió la trabajadora social.

—Sí, veremos cuándo poder llevarlo a una cita —respondió Bernard, suponiendo que por todo lo que había pasado el pobre niño y su comportamiento, sería necesario llevarlo con un psicólogo muy pronto.

Luego de que la trabajadora social les aclarara algunas cosas, Katie, Bernard y Reggie subieron al auto en dirección a la casa del matrimonio. Katie estaba al volante, Bernard en el asiento del copiloto y Reggie en el asiento trasero, abrazando su mochila mientras miraba con aburrimiento por la ventana. Katie podía verlo por el espejo retrovisor y quería animar un poco a Reggie, así que intentó charlar con él.

—¿Y cómo estuviste en el orfanato? —fue lo primero que se le ocurrió preguntar a Katie. Al darse cuenta de la pregunta, se sintió un poco tonta, lo que Bernard le reprochó con la mirada.

Sin embargo, Reggie respondió antes de que ella pudiera retractarse. —Bien, nadie me molestó —respondió con simplicidad.

Bernard no estaba seguro de si esa respuesta era buena o mala. —¿Cómo te sientes con respecto a vivir con nosotros? —decidió preguntar esta vez.

—Bien —volvió a responder con simpleza, sin querer añadir nada más.

Parecía que Reggie no deseaba hablar, así que decidieron no forzarlo durante el resto del viaje, que fue bastante silencioso e incómodo. Después de conducir unos minutos, llegaron a la casa de los Gregors. Era una casa de dos pisos, pintada de verde, con un techo marrón y un jardín: bastante diferente al antiguo hogar de Reggie, quien había vivido en un apartamento desde que era un recién nacido.

El auto se estacionó frente a la casa. Bernard y Katie bajaron del vehículo, Bernard sacó el equipaje de Reggie del maletero y le abrió la puerta del auto para que él pudiera bajar. Reggie lo hizo, aún abrazando su mochila decorada con dibujos de ranas y mirando la casa con curiosidad, ya que era un lugar nuevo para él.

—Bienvenido a nuestra casa, Reggie. Desde ahora, este es tu hogar —le dijo Katie con una cariñosa sonrisa.

—Es linda —respondió Reggie en voz baja, pero Katie y Bernard lo escucharon perfectamente.

—Gracias, yo elegí pintarla de verde. Ven, hay que entrar —dijo Katie. Reggie asintió en silencio y la siguió.

Entraron a la casa, que era diferente por dentro. Las paredes eran blancas y tenían una decoración simple; había algunas fotos, en su mayoría de Katie y Bernard juntos. La que más destacaba era una de ellos dos en lo que parecía ser el momento de su boda. Reggie miraba a su alrededor con leves curiosidades.

—Seguro tienes hambre, voy a cocinar algo. ¿Qué quieres que te prepare, Reggie? —preguntó Katie.

—Lo que tú quieras preparar está bien —respondió Reggie.

—¿Estás seguro de que no quieres comer algo en especial? —insistió Katie.

Reggie negó con la cabeza.

—Está bien, mejor te llevaré a tu nueva habitación para que descanses mientras yo cocino —ofreció Bernard.

—Sí —contestó Reggie.

Subieron las escaleras hacia el segundo piso, donde había un pasillo y varias habitaciones. Bernard lo guió hasta la última habitación al final del pasillo, equipada con una puerta blanca que llevaba el nombre de Reggie escrito en color azul, cortesía de Katie.

—Esta es tu habitación ahora. A una habitación está la mía y la de Katie, y al otro lado, a la izquierda, está el baño. Ahora entremos —Bernard abrió la puerta, revelando el interior.

Como el resto de la casa, las paredes eran blancas. Había una cama con una mesita de noche y una lámpara al lado, un guardarropa, y justo al lado de la cama había una ventana que daba a la calle. No había muchas otras cosas, pero el espacio era decente.

—¿Te gusta? Si quieres, podemos pintarla de otro color si el blanco no te agrada —sugirió Bernard.

—Está bien, gracias, señor —respondió Reggie.

—Puedes acostarte si quieres, o puedo ayudarte a sacar las cosas de tu maleta.

—No, gracias, lo haré yo solo —dijo Reggie con tranquilidad.

Bernard comprendió que, al haber llegado recién, Reggie podía sentirse incómodo en una casa que no era la suya y rodeado de personas que no conocía del todo bien. Aunque Bernard había conocido al niño desde que era un poco más pequeño, sus encuentros no fueron tan frecuentes como para que Reggie pudiera confiar plenamente en él.

—Está bien, entiendo. Iré a ayudar a Katie con la comida. Te llamaré cuando esté listo. Si necesitas algo, solo ven a hablarme, ¿está bien? —Reggie asintió. Bernard dejó la maleta en el suelo, cerca del guardarropa, y salió, cerrando la puerta detrás de él.

Una vez que estuvo solo, Reggie comenzó a mirar su nueva habitación. No podía evitar compararla con su antigua habitación. Miró por la ventana unos segundos y luego se sentó en el borde de la cama. Abrió su mochila y sacó algunos de sus peluches, libros y, lo más importante para él, una fotografía.

Aquella fotografía era la misma que había estado junto a la cama de su padre. En ella aparecían juntos, con su papá abrazándolo por los hombros, y ambos sonreían felices. Ese día había sido la graduación de segundo grado de Reggie, y él había sido el mejor de su clase. Su padre se había sentido muy orgulloso y feliz por él y no había dejado de decírselo durante todo el día.

Sin darse cuenta, Reggie comenzó a llorar, abrazando la foto contra su pecho. Intentó sollozar en voz baja para que nadie lo escuchara; las lágrimas caían de sus ojos, sintiendo un profundo dolor. Temblaba y apretaba la fotografía con cuidado de no romperla.

Realmente lo extrañaba. Deseaba que regresara, anhelaba que todo esto no fuera cierto, que Dios no fuera tan cruel. Nuevamente se preguntó por qué su padre lo había dejado. ¿Acaso no lo quería?

—P-papá —susurró con su voz temblorosa y los ojos inundados de lágrimas...