Su voz se entrelazaba con miedo y agonía. Intentaba parecer valiente, como si pudiera enfrentarse al mundo, pero Khaos podía ver más allá de su fachada, donde detrás de la bestia feral que había visto antes, había una niña que había pasado por mucho.
Estaba asustada.
Y eso le recordó a la pequeña Zuri, que se abrazaba a sí misma bajo el árbol de arce en medio de la fría noche.
—Lo juro, no estoy loca —sacudía la cabeza, intentando convencerlo.
Zuri sabía que se desmoronaría si Khaos decía la palabra. Todos a su alrededor la llamaban con ese nombre hasta el punto de que ella los creía, pero si Khaos también lo decía, no pensaba que hubiera vuelta atrás para ella.
Si la palabra provenía de su boca, sabía que era definitivo. Estaba realmente loca. Algo no estaba bien con su cabeza, justo como ellos decían.
—Lo sé —Khaos se inclinó y le besó la frente—. No estás loca.