—Ada, no hagas esto —dijo Ann en voz baja, con los dientes apretados mientras contenía a duras penas el furioso intento de Maeve por tomar el control.
—Ada rió suavemente mientras volcaba la maceta en el suelo cerca de la puerta, y se agachó junto a ella, sacudiendo la maceta de cerámica libre de la planta y examinándola pensativa en sus manos.
—Ada... —Ann lo intentó de nuevo, con la mandíbula dolorosamente tensa, pero Ada no respondió.
Ann observó cómo Ada se posicionaba frente a los grandes ventanales de cristal y se lanzaba contra ellos pesadamente, las persianas arrugándose detrás de su espalda mientras soltaba otro grito falso que era tan convincente que los vellos en la nuca de Ann se erizaron.
—¡Por favor, Ann! Sé que me odias por todo lo que sucedió... solo quiero que nosotros... ¡NO! —Ada gritó de repente antes de mirar directamente a Ann y estrellar la maceta con fuerza sobre su cabeza.