La mera caricia de su piel contra la de ella la calmaba como nada más podría hacerlo, y ella sonrió suavemente, conteniendo desesperadamente la desolación abrumadora que amenazaba con devorarla por completo.
—Es nada importante, mi Alfa —susurró ella con pesar, intentando y fallando en evitar el temblor de su voz.
Adam frunció el ceño al mirarla mientras sus ojos buscaban desesperadamente alguna respuesta oculta en su rostro.
—No me gusta cuando me ocultas cosas, Ann. ¿Por qué no me lo quieres decir?
—Porque no hay nada que contar, Adam —respondió ella, jurando internamente mientras luchaba por tragarse su pena y controlar sus emociones.
Ann suspiró cuando se alejó de él y se sentó, agarrando la sábana contra su pecho mientras colgaba sus piernas al lado de la cama y se levantaba.
—¿A dónde vas? —preguntó Adam, con un leve atisbo de pánico en su voz.
¿Había hecho algo mal? ¿Lo estaba dejando ya?
Ann rió cuando se giró y sonrió por encima del hombro hacia él.