Adam gruñó mientras ella lo miraba intensamente a los ojos, su audacia y confianza excitaban a Adam más allá de los límites que él creía posibles.
Ann sonrió con suficiencia.
—No tengo miedo de ti, Adam. Todo lo contrario. Quiero que llenes mi coño y me folles tan fuerte que ninguno de los dos recordará el dolor que nos han impuesto. Puede que no tenga mucha experiencia ahora, pero aprendo rápido y haré lo posible por arrancar los mismos gemidos de éxtasis de tu boca como tú de la mía.
La ronquera en la voz de Ann, llena de deseo, casi llevó a Adam al límite, y sin perder más tiempo la levantó y se dirigió a la cama grande que dominaba la parte principal de su habitación.
Adam la miró hambrientamente mientras se quitaba apresuradamente la camisa y los pantalones. Ann se obligó a mirar mientras él se bajaba los pantalones con una sonrisa y sus boxers lo siguieron de cerca.