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Con los Omegas acomodados cómodamente en sus habitaciones, Ann dejó dos guardias fuera de cada una de sus puertas con estrictas instrucciones de no dejar entrar o salir a nadie más que a ella o a Adam.
Caminaron hacia el salón de entrada en un silencio sombrío. El horror al que habían sido sometidas esas chicas durante tanto tiempo tardaría años en repararse. No podía creer que su padre hubiera sido tan impasible ante todo.
Era solo otro crimen más que añadir a la larga lista de transgresiones de Narcisa y cuando llegara el momento de que ella respondiera por sus crímenes nuevamente, Ann no le otorgaría la misericordia de una muerte rápida, tenía la intención de hacerla sufrir tanto como su pueblo había sufrido bajo su gobierno.
Los Ancianos se volvieron para saludar a Ann con reverencias profundas y Ann aprovechó este momento para buscar a Bartolomeo, quien se había posicionado en una de las salidas al salón de entrada con un pequeño séquito de guardias.