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Los ojos de Narcisa se abrieron de terror durante la más breve de las fracciones de segundo antes de que su cuerpo se congelara y pareciera ponerse rígido por unos momentos mientras el color drenaba de su rostro y sus ojos parecían vidriosos. Una vez que recuperó la compostura, su boca se dividió en esa mueca de desdén demasiado familiar mientras escupía sobre el cristal frente a ella.
—Insufrible bastardo. Todo este tiempo tenías habilidades que nunca me revelaste, ¿y te atreves a usarlas conmigo? ¿En qué se diferencia esto del uso de la magia? —Leopold no respondió, en su lugar la miró intensamente con una expresión de profunda reflexión en su rostro.
—¿Fuiste tú quien debilitó y finalmente rompió el lazo con mi exesposa? —preguntó Leopold con serenidad, sin rastro de emoción alguna en su voz.
Si algo, ahora parecía completamente resignado al proceso de descubrir la verdad, por más fea que pudiese ser.