Lexi suspiró exasperada.
—¡Por amor de Dios, lo hicieron, ¿no?! Ugh, a veces me enferman ustedes bolas de pelo. Vamos, suban sus traseros empalagosos y ayuden a que otras personas se sientan enfermas con su adoración eterna el uno por el otro —se rió con disimulo mientras se dirigía hacia la escalera.
—Sabías, ¿verdad? —la voz de Ann surgió de repente cuando se detuvo en sus pasos al pie de la escalera.
Lexi quería mentir y decir que no lo sabía, pero ya no podía hacerlo. Se volvió hacia ambos y sonrió.
—Sí lo sabía, pero créanme cuando les digo que no había otra opción —dijo Lexi firmemente—. Si les hubiéramos dicho habría anulado la posibilidad de que la maldición se rompiera por sí sola, como es, no sabemos si es el hecho de que a Narcisa le quitaron sus poderes, o si este pequeño problema que causó mi Mímico desencadenó la realización para ambos… probablemente nunca lo sabremos —encogió los hombros mientras Ann y Adam intercambiaban una mirada.