La arena crujió bajo mis sandalias, un fuerte contraste con el torbellino de emociones que bullían en mi pecho. Cada paso era un signo de puntuación airado, un compás rápido que reflejaba el ritmo de mi corazón acelerado.
Me había alejado de Michael, lejos de sus palabras condescendientes que me golpeaban como la brisa salina del mar—ingenua. La palabra se adhería a mi piel, pegajosa e inoportuna. No era solo el término sino la implicación detrás de él, como si mis años fueran un abismo demasiado amplio para que la sabiduría lo pudiese salvar.