—¡Y el tipo no dejaba de estorbar! Deberían eliminar por completo el límite de velocidad, como en Alemania —exclamó Ryan, interrumpiendo mis pensamientos mientras me acomodaba y sacaba mi laptop para trabajar durante el vuelo.
Por la constante fanfarronería y las frecuentes demostraciones de bravuconada que hacía en la oficina, deduje que Ryan estaba realmente interesado en los autos. No pasaba un día en que no se jactara de qué tan rápido tal o cual coche era y de qué viajes planeaba hacer para ver alguna carrera de fin de semana en el otro lado del mundo.
Era difícil no resentir el hecho de que si no fuera por su nombre, probablemente ni siquiera formaría parte del bufete de abogados. Probablemente había estudiantes de derecho mucho más competentes que nunca tendrían las oportunidades que él había tenido.