—¿Es esa tu última caja? —me preguntó Lin.
Se apoyaba en el marco de la puerta, y no la había escuchado acercarse. Estaba secándose el pelo mojado con una toalla; debía de haber salido de la ducha recientemente.
—Dios, Lin, me asustaste. No te escuché entrar —dije, sujetando un libro contra mi pecho.
—Eso es porque esta casa es tan malditamente grande. Estamos acostumbradas a vivir una encima de la otra. Siempre sabíamos dónde estaba la otra persona —dijo Lin, enrollando la toalla alrededor de su cabello mojado.
—Eso es verdad. Supongo que aún no me acostumbro. Hay mucho a lo que acostumbrarse —dije con un suspiro imperceptible.
—Oye, no sé tú, pero a mí me está gustando eso de tener el guardaespaldas siguiéndome. Me está yendo genial —dijo Lin con una sonrisa.
—¿A qué te refieres? —pregunté.
Estaba confundida de que a Lin le gustara la idea de tener un guardaespaldas en primer lugar, pero me sorprendía aún más que dijera que realmente lo estaba disfrutando.