Cuando emergió, ya era muy tarde y aún no había atendido a José ese día.
Lucille se cambió de ropa. Su cabello estaba solo medio seco cuando se dirigió a la habitación de José con sus herramientas en la mano.
Toc, toc, toc.
Ella golpeó la puerta.
Hubo un maullido detrás de la puerta y el gatito comenzó a arañar la puerta ansiosamente.
Unos segundos más tarde, la puerta se abrió desde dentro.
El gatito saltó a los brazos de Lucille y actuó como un niño mimado.
Miau, miau, miau.
—Buen chico —Lucille acarició el mentón del gatito y luego miró a José. Con calma y directamente, ordenó:
— Quítate la ropa.
José levantó una ceja y comenzó a desabrocharse los botones de su camisa. Cuando vio la mirada seria de Lucille, como si lo estuviera supervisando, las comisuras de sus labios se curvaron en una leve sonrisa. —Bobo, si dijeras eso en otras circunstancias, sería muy atrevido de tu parte.
—¿No es eso por tu culpa, señor José? —Lucille estalló molesta.