—Su coche lo espera afuera, señor Valentino —dijo Evette desde mi puerta, haciendo que asintiera.
—Gracias, Evette. Por favor, adelante y disfruta tu día.
—¡James! —maulló con su fuerte acento ruso—. Quiero que despidan a estas chicas. No me dejaron verte.
—¿Qué haces aquí, Katrine? Te dije que no volvieras.
—Sé que no lo decías en serio, mi amor. Te extrañé y estoy cansada de pelear.
—No hay pelea. Necesitas irte y no volver. No quiero que acoses a mis empleados —respondí mientras la pasaba hacia las puertas delanteras.
—¿Quién era esa chica? —espetó—. ¿Es tu nuevo juguete sexual?
—¿Qué? —pregunté confundido.
—No actúes como un tonto. La chica que bajó hace como diez minutos.
—¿Sabes cuántas mujeres trabajan en este edificio, Katrine? No tengo idea de a quién te refieres, pero incluso si estuviera viendo a alguien, no es asunto tuyo. Así que vete.
—Joder, genial —gemí.
—¿Le gustaría que la retirara, señor? —preguntó mi guardaespaldas, mirando por encima de su hombro.
